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El clima en Los Ángeles es más bien uniforme, a pesar de que los locales exageren los matices y las oscilaciones. Es cierto que los porcentajes de humedad bajan a medida que me alejo del Pacífico. También, que los cañones estimulan imaginarios subtropicales, quizá más verdes; que las temperaturas caen todas las noches del año en las comunidades playeras. Que pese a la sequía, el mes de febrero registra una media de 3,8 pulgadas de precipitación. Los matices de los climas de la ciudad, sin embargo, se oscurecen bajo una permanente nube de polución que mancha cristales y pulmones. Es la nube de las autopistas y el puerto, la que detienen las montañas. No es nuevo que, a riesgo de ser leídos en su uniformidad, los angelinos recurran a distintas estrategias para remarcar las particularidades de sus climas. Hay, tanto en los cañones como en los carriles de la 10, una permanente necesidad por representar la individualidad y novedad de cada agente para no perder valor en el mercado.
Made in LA tuvo su primera edición en 2012. Este año el museo Hammer, afiliado a UCLA, ha dedicado todas sus salas a la segunda. En lugar de optar por el modelo de la macro bienal internacional que articula públicos y profesionales del circuito global, ésta, la “LA’s biennial”, apela al valor de lo concreto en la especificidad local. Esto en este caso se traduce en la muestra del trabajo de treinta y cinco artistas emergentes o a mitad de su carrera. Uno tras otro, llenando las salas del museo. El factor común en todos es haber elegido Los Ángeles como escenario para el salto a la profesionalización. Las variables, todas: orígenes, lenguajes, procesos, materialidades, identidades, presupuestos para la acción. Sintomático del poder de atracción del tejido galerístico de la capital del Pacífico hoy, y también del encantamiento de una urbe que todavía representa para muchos la promesa de progreso, el final del viaje.
Pese a la inevitable variedad de propuestas que una muestra tan extensa ofrece, la selección engancha. Jibade Khalil-Huffman ha instalado The Forms of Love (2013), y Lake Overturn (2013). En ambas hace uso de la noción de ritmo que hereda de su práctica como poeta y configura escenarios visuales envolventes que persuaden al visitante sobre la necesidad de habitar las proyecciones, participar del suspense, compartir la temporalidad del vídeo para entender el valor físico de las proyecciones en la sala. Full Burn, de Maria Garnett, es un documental sobre veteranos de guerra empleados como dobles de cine para escenas peligrosas. Nos habla de las prácticas de cuidado de sí con las que cada uno de estos personajes masculinos restaura su identidad tras cada trauma. Marcia Hafif lleva construyendo un cuerpo de pinturas monocromas desde 1972, en su apuesta por centrar su investigación plástica en los propios materiales involucrados en los procesos. A Inventory Series (1978 – en proceso), se le ha dedicado una pequeña sala; una capilla de monocromos. Magdalena Suárez Frimkess y Michael Frimkess traen a la bienal una veintena de ejemplares de Glazed Stoneware, las cerámicas ilustradas que llevan cociendo juntos desde hace cincuenta años. Ellos nos recuerdan el tradicional parentesco entre el diseño y el arte en la región. Las performances de Emily Mast ahondan en las expectativas que rigen la mirada del público, apostando por redefinir las políticas de comunicación entre actores y objetos dentro del escenario. B!IRDBRA!N (2013) aparece en la bienal documentada a través de fotografías y un vídeo. Con Matie Beaty (2013) Daniel Dodge explora los umbrales de la convención social con sarcasmo en un trabajo extenso que se expande sobre obra gráfica, vídeo y fanzine. Obras de menor interés son las aportaciones de Samara Golden (Busts, 2011 -en proceso), la pintura de Lecia Dole-Recio, o el proyecto autobiográfico de Jennifer Moon.
Los curadores Michael Ned Holte y Connie Butler (independiente y residente del Hammer, respectivamente) han elegido el clima de Los Ángeles como imagen para dar unidad a la diversidad de propuestas que nos presenta la bienal. Pero de nuevo, ¿es ésta la mejor elección para construir un discurso unificador para una bienal que nace, como no puede ser de otra manera, de la yuxtaposición de prácticas artísticas disonantes? ¿Con qué imagen dar sentido a una muestra colectiva? Ordenar el contenido a partir de imágenes no es nuevo, todos lo hacemos, pero siempre marca la presencia del autor. ¿Cómo marcar autoría en una exposición de este tipo, donde el presupuesto es ofrecer al público una muestra de los registros plásticos que ofrece una ciudad?
Más allá de preguntas sobre las imágenes que unifican la diversidad, lo cierto es que esta bienal da al público acceso a las prácticas que ocupan a los artistas residentes y practicantes en Los Ángeles hoy. La comunidad es la que retrató Chris Kraus en su Where Art Belongs (Semiotext(e), 2011), una cultura de los espacios autogestionados, los artistas con máster, las influencias del cine y la moda, y la marcada presencia de la música en sus prácticas. Trabajadores que, todavía, son agentes (primero) y víctimas (después) de las progresivas olas de gentrificación que barren la metrópolis.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)