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El artículo de Claudio M. Iglesias recientemente publicado aquí, continua con el debate en torno a la próxima edición de Manifesta 10. Mucho se ha discutido sobre la bienal, que finalmente se realizará en el museo Ermitage, en San Petersburgo. Lamentablemente, pocos son los que han llevado la discusión hacia lo esencial: la coexistencia entre manifestaciones artísticas y políticas en un contexto de conflicto a tiempo real.
Los debates comenzaron el año pasado, cuando Noel Kelly creó una campaña en contra de la realización de Manifesta 10 en Rusia, particularmente debido a la implementación de leyes antidemocráticas que condenan la homosexualidad. Kelly llamó a boicotear el evento, incitando a la comunidad artística internacional a exigir que la bienal se traslade o se cancele, en apoyo a la comunidad LGBT. Hedwig Fijen, directora de la bienal, contestó al llamamiento en un artículo proponiendo la bienal como una instancia de diálogo cultural ruso-europeo.
Hasta ese momento la cuestión era si se debía hacer o no la bienal en un país cuyas leyes reprimían la libertad de expresión, a lo que se sumó el conflicto en Ucrania. La discusión adquirió una dinámica binaria, simplificándose en un “sí” (como puente de diálogo internacional, desde una voz “local” y no europea), o un “no” (para no ser cómplice de un gobierno violador de los derechos humanos). El llamado a boicotear la bienal fue el punto inicial, pero también un distractor de la discusión. Muy fácil de atacar con argumentos geo-políticos, pero sostenible como herramienta para re-pensar las bases del evento cultural.
El debate empieza a tomar formas más complejas, propias de un diálogo político y cultural con más matices, cuando el colectivo ruso de teoría política, arte y activismo Chto Delat? se pronuncia mediante una primera carta, en la cual manifiestan que el arte contemporáneo puede y debe lidiar con el antagonismo y el conflicto, y esperan que Manifesta 10 pueda hacerse cargo de manera crítica de la sociedad donde se desarrollaría. Señalan además que para ellos aún es prematuro llamar a un boicot, pues aún no es clara la postura curatorial de la bienal con respecto a estos conflictos, tan políticos como artísticos. Más tarde publican otro artículo, en el cual analizan las posibilidades de su inclusión en la bienal, concluyendo que consideran importante participar, pese a prever un tono añejo de arte-autónomo en el discurso curatorial del proyecto.
Sin embargo, Manifesta 10 publicaba hace unos días un comunicado donde se confirmaban los planes de inaugurar la bienal el próximo 28 de junio en San Petersburgo. Kasper König, curador de la bienal, realizaba su muy esperado statement, mediante el que las posibilidades de generar un diálogo real o “puente cultural” –como planteaban todas las posturas contra-boicot- quedaban anuladas. König establecía que si bien intentaría mantener la exposición libre de censuras, sería “un error” reducir las posibilidades de trabajo a manifestaciones políticas. El curador fue tajante, refiriéndose a estas manifestaciones como “representaciones arrogantes” y “provocaciones baratas”.
Después de estas afirmaciones Chto Delat? anunció su renuncia a la bienal, argumentando que era evidente que ni el curador ni la institución habían sido capaces de trabajar con el desafío que significa generar un diálogo entre contexto político y medios artísticos.
La respuesta oficial puso sobre la mesa el conflicto clave de este debate: ¿es el arte una expresión autónoma y apolítica? Según el curador de Manifesta 10, lo es. En su discurso, vuelve a la dinámica binaria poniendo en conflicto arte versus política, y toma partido. Pero arte y política no son contradictorios, sino indivisibles. El arte coexiste y dialoga con su entorno, es provocador y contestatario en sí mismo.
Lamentable y anacrónico, el discurso oficial de la bienal elude el compromiso crítico con el contexto político en el que se desarrollará. Manifesta 10 tenía posibilidades de convertirse en un evento cultural de una inmensa importancia política y artística, al nacer en medio de turbulentos cambios sociales. Con este alejamiento pierde tristemente la oportunidad de constituir una manifestación histórica y real, desde el arte contemporáneo hacia el mundo entero.
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