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Dentro de David Bowie hay muchedumbres. Así lo refleja la primera gran retrospectiva sobre sus personajes y la obra que cada uno de ellos creó. Bowie tiene valía cultural. Como ya indicaba Juan José Santos aquí hace poco más de un año, su fuerza creativa va más allá del rock. Además de ser uno de los músicos más carismáticos y pioneros de los siglos XX y XXI, ahora se nos revela como premeditado archivador de su propia obra, de su propio ser. El cantante de Brixton atesora su legado en un archivo que contiene más de 65.000 piezas en un enclave secreto de Nueva York. Como si durante toda su vida hubiera acariciado la certeza de que también se le reconocería algún día su madera de curador. Este artista polifacético que durante casi cinco décadas ha llenado salas de conciertos y estadios de fútbol, revienta ahora las taquillas de los museos gracias al eclecticismo de una apoteosis escénica.
Concebido como un fascinante espectáculo audiovisual de sí mismo, Martin-Gropius-Bau presenta hasta el próximo 10 de agosto un collage lleno de referencias musicales y textuales a su obra completa. David Bowie cambia escenarios por museos. Una exposición –a ratos abigarrada– dedicada a su carrera en su contexto, diseñada para ser una experiencia auditiva que funciona como tributo a un artista que ha abrazado la tecnología durante toda su existencia.
Aunque el seísmo-Bowie ha sacudido durante toda su andadura artística a diferentes generaciones, algunos intuyen este show multimedia dedicado a sus alter egos como clausura de la carrera musical de un artista que muchos califican de total. La muestra explora los procesos creativos de este “hombre-orquesta de las artes” con parada especial en Berlín, donde Bowie residió (Hauptstr. 155, Schöneberg) a finales de los setenta; “una ciudad en la que es muy fácil perderse, o encontrarse a sí mismo también” (David Bowie, 2001). De aquella estancia terapéutica surgieron tres álbumes (“Low”, “Heroes”, “Lodger”), la trilogía que él mismo considera su ADN.
Como cualquier artista, Bowie también está plagado de referencias culturales ajenas: Oscar Wilde, Dalí, Picasso, Andy Warhol, Marcel Duchamp, Fritz Lang, Lindsay Kemp, Alexander McQueen o Vladimir Navokov. Artistas que influyen a artistas que influyen a artistas. Las encarnaciones de Bowie (Hunky Dory, Ziggy Stardust, Aladdin Sane o The Thin White Duke) parecen contenerse en una Matrioska sin fondo. Un personaje dentro de otro personaje dentro de otro personaje. Las caretas de este infatigable y ambiguo transformista perpetuo se nos desvelan a lo largo de un recorrido tenebroso (con apariencia de concierto en vivo) acompañados de una audioguía que ejerce de banda sonora de la exposición.
Martin-Gropius-Bau se decanta una vez más por el magnetismo de las apuestas seguras para divulgar el bien inmaterial de una estrella del rock. Al fin y al cabo, un museo también es una empresa que afronta gastos y calcula beneficios. Esta muestra, que se nos vende –y nunca mejor dicho– como una experiencia sonora, trata de recalcar la retroalimentación e influencia mutua entre Bowie y el arte en ámbitos que no solo abarcan la música, sino también la moda, el cine o el teatro. La muestra cierra con la Bowie-Shop, la estocada-merchandising que termina por convertir al producto artístico en un mero objeto de consumo. Como si esta exposición fuera otro de sus exitosos hits.
Procedente del Museo Victoria & Albert de Londres (donde el año pasado batió récord de asistencia con unas 312.000 visitas), la exhibición comisariada por Victoria Broackes y Geoffrey Marsh (que nunca tuvieron contacto directo con Bowie), presenta ahora en Berlín su versión revisada y extendida para adaptar sus contenidos a los dos años que Bowie vivió en la ciudad. Una “gira” peculiar que culminará en 2016 y que lo llevará a Chicago o a París. Una vez más, parece que Bowie lo ha orquestado todo sin ni siquiera haber estado implicado en la organización de una exposición, que tampoco visitó. David Bowie cambia de escenario, pero no de representación.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)