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Vuelve la fragancia revolucionaria de las primaveras, este año marcada por la conmemoración del cincuentenario del Mayo de 1968. De hecho, podríamos hablar de Mayos en plural para recordar las complejidades y diferencias entre los procesos vividos en las calles de París, Praga y la Ciudad de México. Sin embargo, las ciudades han mutado y en París ya no se escuchan los ecos de la liberación, sino más bien una mezcla de las ráfagas de los balazos terroristas y las notas de Daft Punk tocadas por la banda musical de los ejércitos.
Este es un tiempo de contradicciones y absurdidades, en el que las ciudades están en primera línea de una globalización desbocada. Las ciudades son acumulaciones de infraestructuras y sistemas que conectan nuestra intimidad con la explotación de recursos naturales y fuerzas humanas, tan remotas como propias. Puntos nodales en una red de conflictos e intereses que se extienden por el globo. Las ciudades del sesenta y ocho, aún siendo productos de la urbanidad moderna diseñadas por el poder, permitieron la rebelión y la espontaneidad, materializadas en las asambleas, ocupaciones y barricadas. Hoy, las ciudades globales aparecen como dispositivos bajo vigilancia controlados por sensores que generan datos y estadísticas que señalan hábitos y tendencias, que permiten dirigir las intenciones antes de ser pensadas. De ahí la profusión del verbo curar como una forma, no ya de sugerir o seducir, sino de organizar la experiencia, el curador como administrador de inputs.
El derecho a la ciudad de Henri Lefebvre, es decir, la libertad de crear y cambiar nuestro entorno y a nosotros mismos, es absorbido por estructuras comerciales que enmascaran, bajo la apariencia de lo alternativo, ambientes y operaciones que tienen por fin el lucro, la gentrificación y el desplazamiento de la población indeseable. El ciudadano-usuario ha sido relegado en la organización del espacio común, la creatividad y la acción vienen dadas por estructuras que sobrepasan nuestra escala justo cuando nos enfrentamos a una ola de autoritarismo global como estadio superior de la revolución neoliberal. En este sentido, Keller Easterling ha identificado cómo las zonas de libre comercio o los territorios offshore han trazado un mundo sin límites, donde se evitan regulaciones laborales y ambientales, siguiendo una lógica propia e imparable. Ilustrativa de esta desproporción es una vez más la distopía de Black Mirror, en la que una fábrica sigue produciendo (y contaminando) en un mundo post-apocalíptico para unos humanos que, aunque combaten la fábrica con las armas – spoiler alert –, resultan ser un producto más de ella. ¿Quién puede imaginar la labor de una Jane Jacobs global? Si la heroína del urbanismo localista se enfrentó al todopoderoso Robert Moses para frenar los planes de destrucción del Village y el Soho de Manhattan, no lo hizo para que estos barrios acabaran en las garras de las corporaciones multinacionales. El proyecto de Joshua Johnson de 2016, Xtrotecture, aborda el Lower Manhattan como una zona en la que convergen las fuerzas financieras con las del antropoceno, un punto dentro de la super-estructura global en riesgo de ser tragado por la subida de los niveles de los océanos. Es significativo que este proyecto se presentara en Cuchifritos, un espacio de arte dentro del Essex Market, cuya demolición está programada para este año. Si bien el mercado – y la sala – se desplazarán a una nueva mole construida muy cerca, el espíritu del lugar, y en particular su tamaño y proximidad, se perderán irremediablemente, desubicando a la población portorriqueña envejecida.
Poco queda de las revueltas de 2011. Si bien las Primaveras Árabes, los Indignados Europeos o Occupy Wall Street ejercieron una crítica del poder dictatorial y la lógica cíclica de crisis y guerra, sus voces quedaron una vez más apagadas por la violencia y el terrorismo. Ya en 2005, las protestas contra el G-8 en Edimburgo se transformaron en marchas de duelo por los atentados en Londres de aquel verano, en vez de denunciar – con más razón todavía – la tiranía neoliberal. La masa alter-globalizadora se disolvió en la pena, cautiva por el relato oficial. La multi-protesta de 2011 quedó sobrepasada por la inmensidad de los retos, hecho que propició la aparición al poco tiempo, en Mayo de 2013, del Manifiesto Acceleracionista de Nick Srnicek y Alex Williams. La ambición del proyecto acceleracionista no se limita a la búsqueda de una globalidad efectiva y racional, sino también hace hincapié en la imaginación como forma de retomar los proyectos humanistas de la ilustración frustrados por el capitalismo cortoplacista basado en los combustibles fósiles y la especulación financiera. La visión acceleracionista incorpora las aspiraciones trans y post-humanistas, que pretenden situar a los seres humanos aumentados por la tecnología dentro de un ecosistema de derechos compartidos con otras especies. Con el añadido – Stephen Hawking mediante – de la conquista del espacio como paso imprescindible para la supervivencia de lo humano. Más allá de discutir si nos merecemos una vida en otro planeta, y aún más allá de que el acceleracionismo nos pueda parecer un refrito de visiones cyber-utópicas pasadas, tendríamos que valorar cómo sus aportaciones se pueden sumar al compendio de acciones que nos ayuden a encontrar un futuro distinto. ¿Es posible la simbiosis entre el acceleracionismo y el autonomismo? ¿Es posible encontrar un espacio compartido entre la planificación racional y la espontaneidad de una red de creativos dedicados a la acción?
Un ejemplo podría ser cómo Black Lives Matter ha sabido combinar la indignación de Occupy Wall Street con algo muy evidente y presente diariamente como el racismo estructural en los Estados Unidos y, a la vez, dirigir acciones que evidencian cómo el cambio climático es una forma más de colonización que afecta a los países del sur, en los que se acumulan los efectos de la desertización y la contaminación más tóxica. Las urbes africanas crecen a un ritmo imparable, en sólo una década Ouagadougou, capital de Burkina Faso, crecerá un 81%, mientras que Lagos será la mega-urbe más poblada del mundo a finales de siglo, con 100 millones de personas. Saskia Sassen ha diseccionado cómo la lógica de la extracción, la privatización y la desregulación (ya sea en Facebook, en las minas de Cobalto del Congo, o a través de los tratados de libre comercio) nos abocan a un mundo irremediablemente urbano, segregado, contaminado y desigual. Las ciudades como espacio de encuentro y enfrentamiento no dejarán de ser el escenario de las batallas que vendrán, la cuestión radica en cómo vamos a poder negociarlas y articular a la vez una alianza que sea efectiva e imaginativa.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)