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Membranas, cyborgs y animaciones grotescas. Marcel·lí Antúnez se encuentra en la más estricta de las vanguardias desde hace unos 25 años. Su carácter transversal dentro de las artes, combinado con una base teórica amplia y consistente, hace de sus obras un rompecabezas difícil de resolver. El propio creador inventó un neologismo – que da título a la exposición en el Arts Santa Mònica – para definir sus prácticas: la sistematurgia (literalmente dramaturgia de los sistemas computacionales), o el espectáculo dramatizado de los medios tecnológicos, que encontramos explicada como prólogo en el gigantesco mural SADDI, en la escalera principal del centro.
Antúnez tiene un universo particular profundo y retorcido en el que podemos distinguir tres mundos que se entrelazan el uno con el otro, en una estructura compleja pero funcional. En primer lugar, el de la Naturaleza, formado por cosas y saberes que se hacen corpóreos en el lenguaje. En segundo lugar, encontramos el mundo del Arte, en el que por un lado distinguimos un profundo interés por la materia biológica, entendida como algo sujeto a una temporalidad, y por el otro, esta carne que se alía con prótesis robóticas en un frenesí performativo. El tercer engranaje de su universo es el Dibujo, entendido como un compendio de ideas e imágenes mentales que son plasmadas a través de la línea; una línea que es un instrumento para la interpretación de su entorno.
En ‘Sistematurgia: Acciones, Dispositivos y Dibujos’ encontramos bien representados los diferentes aspectos de este universo. Se introducen los dibujos como eje vertebrador, después las prótesis emotivas, y por último, la combinación en varias instalaciones. No obstante, se echan de menos en la muestra las obras de Antúnez que se centran en la dimensión más biológica, como la macabra Metzina (2004 ), en la que la temporalidad y la corruptibilidad de la carne trasladan crudamente al espectador el tempus fugit que nos acompaña día a día.
Con todo, ‘Sistematurgia’ consigue involucrar al visitante en los espectáculos dramatizados de los medios tecnológicos de Antúnez, haciéndole gritar, tocar y pisar hasta convertirle en parte de la obra, en otro de los muchos engranajes de esta maquinaria cósmica.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)