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Como la voz que clama en el desierto, la crítica -el pensamiento crítico, la producción teórica, la escritura de carácter reflexivo-, en nuestro ámbito artístico y cultural, se ha convertido en un ejercicio solitario -a veces onanista- que parece no encontrar un público a quien dirigirse y mucho menos interlocutores con quienes discutir. El ridículo número de comentarios que aparecen en las diversas plataformas formato blog podría ser un fiel reflejo de esa descorazonadora realidad.
Quizás ello se deba a los procesos de democratización -léase banalización- de la cultura que, como perversos mecanismos de domesticación y desactivación del pensamiento, han adulterado el establecimiento de una cultura democrática -horizontal, libre, disensual-. Todos somos conscientes de que cualquiera puede hablar, pero también de que ya nadie escucha, de que la llama no prende. De ahí, la insoportable sensación de soledad, de calma pactada, de abulia intelectual. En un panorama político y mediático -términos ya equivalentes- fundado sobre el consenso -desde el silencio y la pervivencia de lo peor-, continuamos necesitado pensar desde el disenso, desde la heterodoxia intelectual, con la máxima humildad y dejando definitivamente a un lado las ingenuas pretensiones de reactivar lo que nunca estuvo activo.
Efectivamente, hoy todo es periodismo cultural, opinión infundada sobre lo que no tiene interés: ya no hay crítica de arte -si es que alguna vez la hubo- y nada ni nadie parece haber ocupado el lugar que a ella -a la crítica- le correspondía. Frente al clientelismo paralizante -ese continuo negociado con la miseria-, sólo la universidad podría -o debería- llegar a convertirse en una agencia independiente de producción de pensamiento crítico. Por desgracia, la retirada estrategia de quienes podrían haber llevado adelante un proyecto “fuerte” -a la contra de los escasos relatos (hagiografías, más bien) al uso y al margen de las instituciones que apadrinan un antagonismo impostado-, el inmovilismo endémico de la academia y la negativa de algunos brillantes teóricos a pensar desde -o para o sobre- su contexto han mermado considerablemente las posibilidades de la universidad, convertida hoy en un organismo afectado por una metástasis generalizada en el que unas pocas células luchan por evitar el colapso.
Ante este desalentador panorama, lo único que nos queda sigue siendo rasgar el telón que, como una losa, oculta los juegos de poder que desactivan el pensamiento. Tratar de coordinar una inexistente masa crítica que continúe arañando el mapa del silencio.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)