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“Ven a las Islas Canarias, el único lugar del mundo donde la temperatura es ideal para ti todo el año, necesitas venir a las Islas Canarias… ven a las islas…”. Una voz masculina y autoritaria repetía con insistencia que teníamos que ir a las Islas Canarias. Cuando nos dimos cuenta resultó ser que la mitad de nosotros estábamos muertos y no sabíamos exactamente qué quería decir eso.
Ya desde el principio todo había sido confuso: nos encontrábamos en una de las naves de Nau Estruch en Sabadell, el ambiente era frío y el suelo, sucio. La distribución de elementos como proyectores y pantallas en el espacio era extraña. El desconcierto del público al ver que no había en el lugar ninguna zona determinada destinada a nosotros, ninguna platea, ningún recorrido claro marcado, me hizo sospechar que los asistentes deberíamos participar activamente, deberíamos movernos, hacer algo. Nadie sabía dónde ponerse hasta que en una de las pantallas comenzó a proyectarse la cara de una chica que hablaba. Más tarde apareció un personaje de carne y hueso, Ariadna, que encaramada sobre una peana baja comenzó a hacer playback sobre un discurso robótico. No sé exactamente cuánto tiempo pasó pero mientras duró la obra “I’m sick of thinking that my dead friends have gone to the Canary Islands”, de Momu & No Es, los asistentes tuvimos que hacer aquagym sin agua, tuvimos que bailar, tuvimos que escoger entre una aleta de pollo o un brazalete fosforescente. A algunos los echaron de la nave como consecuencia de la decisión. A otro se lo llevó una limusina y otros tuvimos que estar dentro de la nave hasta que pareció que todo se acababa y nos comunicaron que estábamos muertos.
No sé si entendí lo que había que entender. En todo caso, me llamaron la atención las jerarquías de los diferentes roles (público, autores, actores). Por eso quiero pensar que de lo que iba era de la decepción: de intentar hacernos creer que por el simple hecho de poder escoger un par de cosas quizás teníamos algún tipo de control sobre la situación y que esto fuera una mentira evidente para todos y todas las que estábamos allí. Esta decepción, por lo tanto, se desarrollaría en dos niveles: por un lado, como una causa de la mentira frustrada, pues estaba claro que en ningún momento nadie creyó tener algún tipo de control; y por otro lado, por parte los asistentes al ver que nos intentaban hacer creer una farsa como esta y que, a pesar de no creer, seguíamos el juego, las normas. Todo este engaño se presentaba con una estética elaborada a partir de la tergiversación de símbolos inconexos entre ellos, así como de la falsa autorización del público. La jerarquía reinaba entre todos nosotros de tal manera que nos negaba como individuos y nos llevaba a seguir las órdenes y a realizar acciones absurdas bajo la mentira de sentirnos protagonistas. Y quizás es aquí donde encuentro el sentido: en el hecho de que lo hiciéramos en una especie de inercia colectiva sin ni cuestionarlo.
El requerimiento de la participación activa del público no siempre se acerca a la idea de un teatro en el que los espectadores abandonan su rol para pasar a ser actores o incluso autores de la pieza. Es decir, en el caso de la obra “I’m sick of thinking that my dead friends have gone to the Canary Islands”, que los asistentes tuviéramos que bailar o escoger entre dos opciones, no significa que dejáramos de ser público, ya que las vías que nos presentaban eran limitadas: aunque parecía que teníamos todo el protagonismo porque actores y voces se dirigían a nosotros, la individualidad de cada uno, o incluso la identidad del público como colectivo, se ignoraba y se negaba. No tenía ninguna importancia. Teníamos que cumplir con las órdenes para que la obra se desarrollara tal y como se había planeado. Cualquier opción contraria, no me la puedo imaginar.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)