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Casi casi como una propuesta a contracorriente y como contrapunto a la concentración de exposiciones y macro-eventos de este verano descubrimos en Basilea una cuidadísima exposición dedicada al trabajo de Robert Gober que no sólo nos hace revisitar el trabajo de este artista, sino que constituye una apuesta por el conocimiento en profundidad frente al “zappeo” superficial y el “name dropping”.
Hasta el próximo mes de octubre, Schaulager, el edificio que alberga la Emmanuel Hoffmann Foundation presenta una exposición retrospectiva de Robert Gober. Un hecho nada extraordinario, salvo por el momento y el contexto en el que se presenta.
Schaulager, literalmente “un almacén para exponer”, es el espacio que alberga la colección Hoffmann en Basilea. La Emmanuel Hoffmann Stiftung se propone entre sus objetivos “coleccionar arte, conservar arte y comunicar el arte” (Kunst sammeln. Kunst konservieren. Kunst vermitteln). Y esto es exactamente lo que hacen.
El proyecto del edificio se encargó al tandem de arquitectos Herzog & de Meuron, quienes hicieron una propuesta para albergar la colección de arte en condiciones óptimas, en un edificio magnífico que, con un carácter muy suizo, se aleja de la espectacularidad, cumple a la perfección la función para la cual ha sido creado y presenta numerosos detalles que no hacen sino corroborar la perfección de la propuesta.
Schaulager (www.schaulager.org) es, principalmente, un espacio para albergar, conservar la colección y hacerla accesible a los estudiosos. El programa de exposiciones abiertas al público se reduce a una muestra anual (de una duración de seis meses) dedicada a presentar de manera exhaustiva el trabajo de un artista relacionado con la colección. Desde su inauguración en el año 2003, Schaulager ha dedicado cuidadísimas exposiciones a Dieter Roth, Herzog & De Meuron, Jeff Wall, Tacita Dean/Francis Alÿs y ahora Robert Gober. Todas ellas acompañadas de verdaderos catálogos “raisonnée”.
La exposición dedicada a Robert Gober supone un verdadero redescubrimiento de este artista que, sobretodo en Europa, se ha visto siempre de manera fragmentaria y que en estos momentos no constituye un referente o, dicho en otras palabras, no está en un primer plano de actualidad.
Ciertamente, visitar la exposición y repasar el catálogo con notas del artista acompañando cada una de las obras, nos hace descubrir que su trabajo va mucho más allá de las apariciones anecdóticas de piernas masculinas empotradas en muros o de fregaderos ligeramente sobredimensionados. Al mismo tiempo, se hace evidente que la esquemática forma en que Hal Foster lo agrupó junto a Charles Ray, Matthew Barney, Katharina Fritsch, Annette Messenger, Mike Kelley o Kiki Smith para hablar de un retorno al ilusionismo, en su ensayo “The Return of the Real” (1996), requería de un análisis mucho más preciso.
En este sentido, la exposición, comisariada por Theodora Vischer, directora de la colección Hoffmann, nos acerca al corpus de su trabajo obviando los aspectos más repetitivos como la redundacia en las múltiples variaciones alrededor de temas específicos como los fregaderos o las puertas. “Robert Gober. Sculptures and Installations. 1979-2007” recrea algunas de las instalaciones (e incluso exposiciones completas) más significativas de la trayectoria de este artista. En lugar de presentar las obras para el reconocimiento, la exposición aporta nuevos puntos de vista y relaciones en el trabajo de este artista. Así, las vinculaciones a Duchamp y Magritte son, en cierto modo obvias, mientras otros de sus trabajos nos hacen situarlo como referente de otros artistas como Elmgreen & Dragset o el Rondinone más objetual.
El trabajo de Robert Gober plantea “grandes cuestiones” de forma muy poco ortodoxa: el medio ambiente, la sexualidad o la religión son algunos de los telones de fondo de sus esculturas e instalaciones. La presencia de objetos cotidianos fácilmente reconocibles pero con algún aspecto inquietante constituye el aspecto más distintivo de su trabajo.
Durante la década de los setenta, Gober empezó realizando dibujos y fotografías de casas de muñecas, para seguir con esculturas de objetos que situaba dentro de esas casas (que, dicho sea de paso, a veces mostraba de manera inesperada: partidas por la mitad o quemadas). Durante tres años, a mediados de los 80, Gober se centró en un solo objeto: los fregaderos, que gradualmente se diferenciaron de la realidad y presentaron múltiples variantes para aludir a una normalidad con fisuras. Coincidiendo con la aparición del SIDA, antes de que se pudiera identificar como enfermedad y que, en los primeros años afectó básicamente a hombres homosexuales jóvenes, el propio Gober explicaba que la recurrencia a los fregaderos aludía a una sensación de desamparo y de incertidumbre y a la identificación de esta pieza de mobiliario con el cuidado personal. “Que cada uno cuide de sí mismo, porque nadie se ocupará de los jóvenes gay”, explicaba el propio Gober.
Otra serie de trabajos realizadas a partir de fragmentos de partes del cuerpo, sobretodo piernas de niños o masculinas (con pantalón, calcetín y zapato y un vello más que evidente; con slips y con sucios calcetines y zapatillas de tenis, con velas o con desagües), tendidas en el suelo y emergiendo de la pared, como saliendo o atrapadas, no hacían sino hacer hincapié en la vulnerabilidad del ser humano.
Hasta aquí el Gober más conocido, que se puede resumir fácilmente para adaptarse a las treinta líneas de texto del formato “El arte, hoy” de Taschen.
Sin embargo, hay un Gober mucho más complejo, del cual los trabajos anteriormente citados forman parte, y a la vez van mucho más allá. Es el Robert Gober de las instalaciones, de interiores domésticos y de espacios exteriores, de paredes pintadas o empapeladas que nos abren a la dimensión de “lo otro”, “lo que no se nombra”.
Como la instalación que hizo en 1992 para el Dia Center for the Arts en Nueva York y que ahora se recrea en Basilea. Un recinto cuyas paredes muestran un bosque pintado, con diversos fregaderos de los que el agua fluye constantemente, una ventana con barrotes y unos desagües que enfatizan la ambigüedad entre dentro y fuera, que nos hacen estar en “otro mundo, oscuro y desconocido”.
Los desagües que filtran se relaciona con partes del cuerpo humano, con bocas, anos y genitales. En la instalación presentada a finales de los ochenta en la galería Paula Cooper en Nueva York, Gober empapeló dos estancias, una cuyos motivos eran dibujos esquemáticos sobre fondo negro de genitales masculinos y femeninos y la otra con dibujos de un hombre durmiendo y otro colgado.
En el año 2001, Robert Gober fue invitado a realizar el pabellón de los Estados Unidos en la 49 Edición de la Bienal de Venecia. El artista se propuso romper la pomposidad del edificio neoclásico presentando una colección de restos o detritus: una puerta que conduce a un sótano, fotografías de un tunel de una autopista de Connecticut, una botella vacía de ginebra, algunos recortes de periódico que recogían diversos incidentes… El propio Gober lo explicaba así: “la instalación se centró en lo olvidado y en los restos y detritus de la vida americana. Escenas y elementos de violencia y banalidad, y basura y esperanza”. Toda una declaración de principios y una verdadera crítica institucional (y política).
Ese mismo año, tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, Gober realizó dibujos fragmentados de parejas abrazadas en momentos de intimidad. Como soporte utilizó hojas de periódicos publicados el día posterior a la tragedia. Ante la incertidumbre y la impotencia, la intimidad y el contacto con el otro eran la única respuesta posible, la única certeza.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)