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Ocho cuestiones espacialmente extraordinarias es la exposición que alberga la parte institucional del edificio de Tabacalera en la calle Embajadores de Madrid. Comisariada por Virginia Torrente y organizada por el área de Promoción del Arte, del Ministerio del Educación, Cultura y Deporte, muestra las obras de ocho artistas emergentes españoles que trabajan a partir de distintas disciplinas. El proyecto reúne una serie de piezas concebidas expresamente para este espacio-site-specific– que pretenden reflexionar sobre el carácter extraordinario del lugar desde posiciones personales.
Jacobo Castellano, Miren Doiz, Nuria Fuster, Fernando García, Hisae Ikenaga, Jaime de la Vera, Guillermo Mora y Miguel Ángel Tornero son artistas que no tienen en principio demasiado en común sino es el hecho de trabajar todos ellos en Madrid y concebir sus obras desde la materialidad y desde el concepto de campo expandido que definieron Rosalind Krauss y Lucy Lippard en los ’80 y que más tarde se generaliza e institucionaliza. El reciclaje de grandes espacios, fábricas abandonadas e industriales rehabilitadas como museos, facilita en ocasiones este tipo de prácticas. La escultura e instalación, la pintura y fotografía o el vídeo son para estos artistas soportes elásticos en cuanto a sus límites, y es a través de los materiales como exploran y eligen el mejor lenguaje para expresarse. Hasta aquí nada nuevo.
Algunos de los trabajos presentados, además de re-pensar y transgredir los soportes sobre los que se inscriben, suponen un intento, en ocasiones frustrado, por investigar y reflexionar sobre el contexto social y político en el que se ubican. La artista Hisae Ikenaga (Pedazos) recurre a la ficción ante la imposibilidad de reconstruir la historia del lugar a través de sus vestigios reales, por lo que decide buscarlos en un desguace e insertarlos en el edificio a modo de fósiles. Otros se sirven de un folklore anquilosado e imaginan un pasado glorioso del edificio de Tabacalera, como el artista Fernando García (Luis Candelas), que elabora una serie de lámparas de araña de forma artesanal a base de cristales y materiales como en la anterior pieza, reciclados. Y hasta recuperan un pasado reciente, como en el caso de Miren Doiz, con una obra muy sutil, casi inaprensible. La artista pinta un trampantojo que simula la pátina del edificio tal y como estaba antes de ser reformado y convertirse en salas de exposiciones. De una forma más poética, Nuria Fuster (Sopladores) alude a las corrientes de viento que existen en un edificio abandonado; para ello interviene una zona de tránsito con dos ventilados que inflan y agitan una especie de plástico transparente que el visitante debe esquivar al pasar.
Aunque sí, la mayor parte de los proyectos reflexionan sobre el espacio, y algunos de ellos incluso rastrean la historia del edificio y nos hablan de su posterior abandono y ruina, se echa en falta alguna alusión, reflexión o puente a lo que realmente constituye hoy su verdadera singularidad, a saber, la división y convivencia entre un centro social auto-gestionado por la ciudadanía y un espacio institucional donde se organizan exposiciones temporales sobre artes visuales y fotografía. Tabacalera de Madrid es peculiar precisamente por ser en la actualidad un centro social que ha abierto una vía de relación con la Administración, una “nueva forma de institucionalidad” de gestión híbrida, y es aquí donde radica su mayor atractivo y su carácter de extraordinariedad.
El conjunto en sí de la exposición y cada uno de estos site-specific funcionan en la medida en que son una interpretación desde la visión particular de los artistas, e incluso ligado a lo personal, como en el caso de la propuesta de Jacobo Castellano. Sin embargo, se pierde la oportunidad de activar un contexto y la necesidad de pensar sobre la actual idiosincrasia de un espacio, quizá en parte debido a lo insólito de esta situación y a la naturaleza elegida de las prácticas.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)