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The Artist’s Institute es una suerte de oasis en el circuito artístico neoyorquino. Un espacio de pequeñas dimensiones situado en la parte alta del Lower East Side que depende de la universidad pública Hunter y que desafía las exigencias económicas y de novedad de la ciudad. La programación de este espacio se dedica al análisis del trabajo de dos artistas por año. No se trata, por tanto, del desarrollo de dos exposiciones por año, sino que la ambición del espacio, y lo que lo hace casi único en su especie, es que desde allí se analiza el pensamiento de dichos artistas por periodos de seis meses, a través de conferencias, proyecciones, y cómo no, a través de exposiciones en connivencia con los propios artistas.
En este contexto, se hace evidente que la exposición es un vehículo privilegiado de pensamiento, pues sirve tanto para analizarlo como para crearlo. La estructura que tienen estas exposiciones es de naturaleza híbrida, en ningún caso la intención es hacer una o varias exposiciones de un mismo autor, sino el de crear interlocutores a través de las mismas. No son ni muestras monográficas de un autor ni exposiciones comisariadas, -al menos no en el sentido en el que entendemos la mayoría de las exposiciones comisariadas “de autor”-.
Desde el pasado mes de febrero el espacio se ha volcado en el pensamiento de Pierre Huyghe. Durante este tiempo se han sucedido tres etapas diferentes, cada una de las cuales se abría con una nueva exposición en la sala. Cada nueva inauguración no contenía únicamente nuevos trabajos, sino que había piezas que cruzaban toda la temporada de manera transversal, siendo dicha transversalidad uno de los conceptos fundamentales para entender el paso de Huyghe por el espacio. Por otra parte, además de presentar trabajos de muy diferentes artistas -desde Ryan Gander o Fernando Ortega hasta el de otros más jóvenes como Martin Roth o Etienne Chambaud-, cada exposición contenía elementos propuestos por Huyghe que, sin estar planteados como obras de arte en ese contexto concreto, desencadenaban situaciones que se referían de manera elocuente a su forma de pensar.
21 de febrero de 2014, IL Y A. Se abre la temporada dedicada a Pierre Huyghe. A primera vista el espacio de la sala parece completamente vacío, tras visitarlo se tiene la impresión de que la exposición pone en relación diferentes capas de realidad. Por un lado el artista ha hecho un agujero en el suelo de la galería conectando el espacio artístico con una de las galerías por las que circulan las ratas en el subsuelo neoyorquino, la sala se ha impregnado con feromonas para atraerlas, al igual que los catálogos, que exhiben de manera obscena el rastro de feromonas. Una de las paredes ha sido lijada excavando en las capas de pintura, y reproduciendo así un conocido trabajo de Huyghe. Una lámpara, obra de Fernando Ortega, electrocuta a las moscas del lugar, cada vez que esto pasa, las luces de la sala se apagan de manera repentina. En la parte trasera de la sala se incuban doce huevos de codorniz, se nos informa de que para poder incubar estos huevos con éxito deben permanecer con un desnivel de 99,5 grados hasta que maduran completamente, también sobre las condiciones de temperatura que son necesarias para la incubación con respecto al invierno que está azotando la ciudad y las leyes que regulan las condiciones de calefacción con las que se deben alquilar los locales en Nueva York.
1 de abril de 2014, +/-. En esta ocasión el sentido de la visión está en el centro del discurso. La mayor parte de los elementos de la anterior exposición permanecen, resultando esta nueva presentación una suerte de acumulación de estratos. Se presenta un vídeo de Ryan Gander en el que la comisaria Emma Lavigne, del Centre Pompidou, hace una visita guiada por la exposición retrospectiva de Huyghe una vez desinstalada. Sean Raspet ha colocado dos garrafas con sendos componentes para la fabricación de perfumes que difieren tan solo en una molécula de oxígeno. El olor que produce la reacción química en el ambiente es, según las palabras del autor, de una familiaridad difícil de reconocer. En el exterior de la sala un comedero con comida de pájaros de color azul trata de infestar la ciudad con excrementos de pájaro coloreados, obra de Etienne Chambaud. En la misma información en la que se nos invita a la inauguración se habla del virus de la gripe, parece más sensato no aparecer por allí hasta pasados unos días. La exposición no trata tan sólo de la crisis de la visión como sentido privilegiado del conocimiento en nuestra cultura (en detrimento del resto de sentidos, que podríamos calificar como topológicos, por su desarrollo más horizontal), sino que también plantea el análisis de diferentes tipos de visión, para poner en evidencia que no es únicamente la mirada la que genera el mundo, sino un modo específico de mirar. En el catálogo un breve texto nos informa de la manera en la que la visión se modifica en los humanos desde la infancia y cómo esto determina nuestra relación con el mundo, también se habla del sentido de la visión de las moscas domésticas que han sido liberadas en el espacio y que siguen cayendo fulminadas en su encuentro con la pieza de Fernando Ortega.
29 de mayo, GROWTH. El título de esta última presentación del trabajo de Huyghe deja claro que el crecimiento—aunque posiblemente sea más preciso decir el desarrollo—es su tema principal. Lo que le parece interesar a Huyghe acerca del desarrollo es la acumulación de estratos de tiempo. En la sala, un vídeo de factura evidentemente antigua del científico Karl Sims muestra un experimento en el que un conjunto de formas geométricas programadas con algoritmos que responden a las leyes de la evolución biológica se adaptan a diferentes ambientes. Un diagrama en la pared de Ian Cheng muestra un mapeo de lo que dice ser la historia de la conciencia, desde la supervivencia hasta el caos y la autodestrucción. El lijado arqueológico de la pared obra de Huyghe se ha extendido considerablemente y se ha vuelto informe. Junto a la ventana, una planta conectada a un sintetizador MIDI es capaz de cantar por los impulsos eléctricos que emite; al parecer cuando su dueño Martin Roth está cerca, la planta canta con más intensidad. En la sala hay una hogaza de pan hecho con masa madre fermentada en los días de la fiebre del oro en Alaska en 1890, con esta misma masa madre se hicieron los panes con los que se alimentaba a los esperanzados buscadores de oro de San Francisco. Ahora te invitan a comer de él.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)