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Muchas imágenes de vírgenes en la cultura cristiana han sido encontradas, que no aparecidas, de manera sorprendente, en cuevas, megalitos o grandes rocas, fuentes, torrentes y lugares de agua. Muchos de estos lugares habían sido de culto precristiano -por lo tanto las imágenes podían pertenecer a otros cultos y tradiciones-, sin embargo su mágica aparición las convertía automáticamente en símbolos de cristiandad rupestre. A menudo, cuando se encuentra la imagen, esta se resiste a ser trasladada. Alguien quiere bajarla a la ciudad, pero la imagen huye, se hace tan pesada que resulta imposible moverla o desaparece de la iglesia adonde la han trasladado. Se trata de una señal: la imagen quiere ser venerada en el lugar donde fue encontrada, y no en la tierra baja o en la ciudad, que son considerados lugares profanos.
Mujer, no blanca, de origen convulso y con final dramático. Feminista, land artist y performer, muchos son los adjetivos que vienen a la mente al recorrer la gran retrospectiva que la Hayward Gallery londinense dedica a la artista cubana Ana Mendieta. Una artista encontrada por muchos movimientos artísticos en los últimos treinta años y en última instancia por dicha galería.
La teoría curatorial más reciente nos dice que supuestamente una exposición debe ser la sintaxis mediante la cual las obras de arte se ponen al servicio de una construcción discursiva, la formalización en el espacio de un postulado teórico. Sin embargo, de todas las posibles líneas de fuga que el trabajo de Mendieta plantea, una vez más se ha optado por una sucesión cronológica de sus trabajos: series de performances presentadas en pantallas, algunas de sus obras y dibujos colgadas en la pared, así como ejemplos de sus esculturas rupestres para terminar con una presentación de su archivo personal a modo de cierre.
No cabe duda de que la obra de Mendieta no es sencilla, Camnitzer la ha llamado “el arte Spanglish”, fruto de su sentirse “entre dos culturas”. En su obra siempre está presente esta sensación de estar en el medio: usando, por un lado, la estética visual reinante en el Nueva York de su época reflejada en su uso del video y la fotografía, mezclada con un contenido cargado de la espiritualidad latinoamericana. Un arte relacionado con la experiencia de vida, de su propia vida, volviendo a la tierra como madre a través de sus orificios, de los espacios de donde nace la vida, de la búsqueda de los orígenes, adoptando un ritualismo tanto real como simbólico que desarrolla una idea de la religión desde lo íntimo.
Pero toda esta poesía no puede ocultar la potencia conceptual de una obra valiente y políticamente comprometida que transgrede los límites de la representación tradicional. No debe ser exotizada como la obra de una maga de la tierra [[Magiciens de la terre fue una exposición celebrada en el centro Pompidou en 1989. Una exposición polémica a la que no se le puede negar su papel en la historia del arte, ya que fue la primera vez que un museo miraba al arte “no occidental” en Occidente y que intentaba romper con la actitud romántica del “afuera” y de la idea de cultura ajena, con mayor o menor éxito.]], ya que, aunque la obra de Ana Mendieta no se puede entender sin sus circunstancias, no son estas lo único que su obra da entender. El trabajo de Mendieta incluye la fotografía, el vídeo y muchas ideas sobre la otredad veinte años antes de la irrupción de lo poscolonial, el potencial político de lo ritual y de lo primitivo, las posibilidades performativas del cuerpo, etc. Líneas de fuga, posibilidades de trabajo, elementos para conformar un discurso, una nueva forma de mirar hacia un trabajo extenso o de construir a partir de él. Pero lo que vemos en Hayward Gallery es un discurso que apela a la totalidad de su obra, desde su salida de Cuba hasta su muerte en Nueva York. La vida de una mujer, no blanca, de origen convulso y final dramático.
Ana Mendieta, al igual que estas vírgenes de las que hablaba al principio, ha sido encontrada por muchos y ahí radica su potencia, la de una artista cuyo estar en medio contaminó toda su obra, sugiriendo diferentes maneras de mirar hacia ella, de identificarse con ella. Sus imágenes al igual que estas vírgenes precristianas siempre mantuvieron el contacto con la tierra, se resisten a ser trasladadas, manteniendo su identidad, pero no se resisten a ser interpretadas, a ser dotadas de nuevos sentidos, incluso a ser subvertidas en un proceso de iconoclastia natural a todo acto religioso. Pero lo que vemos es, una vez más, la capilla construida para venerar a una extrañeza de origen desconocido, y por lo tanto divino.
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