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La sólida posición que Virginia Woolf (1882-1941) ocupa en la literatura del siglo XX es irrefutable. Para reconocer su gran (plus)valía literaria como escritora, sería recomendable leer inmediatamente después de una de sus obras, un libro de un autor contemporáneo destacado. La diferencia cualitativa es insoportable. Comisariada por la biógrafa Frances Spalding, la exposición Virginia Woolf: Art, Life and Vision que presenta la National Portrait Gallery de Londres hasta el 26 de octubre, enfatiza la biografía ilustrada de una de las autoras británicas más laureadas de la historia. Esta combinación de imagen y biografía explora distintos aspectos de su personalidad. Como en cualquier persona, dentro de Virginia Woolf, aquella mujer de aspecto melancólico y aletargado, también había multitudes.
Estructurada en cinco bloques –y encapsulada en lo que se asemeja bastante a un escueto pasillo zigzagueante invadido por un batallón de curiosos octogenarios– la exposición responde al patrón cronológico de su vida y de la gente con la que se relacionó. Aunque la intención primigenia era remarcar la importancia de esta novelista, periodista, crítica, intelectual, ensayista, lectora y editora, la muestra (con énfasis en los retratos) hilvana –a ratos con vigor y a veces con vaguedad– su vida y sus logros, amén del rosario de amigos, parientes lejanos, rivales o aliados. No obstante, quedan plasmados sus intereses y ambiciones creativas en una exhibición caracterizada por una narrativa visual que conecta imágenes, objetos e ideas; aborda su faceta feminista, antimilitarista y antiimperialista, su fascinación por Londres y su conciencia de modernidad, sin ignorar la vulnerabilidad de su salud mental: su vida –más que afectada– estuvo siempre subrayada por la inestabilidad mental.
Aquellos que participaron en las reuniones semanales (denominados despectivamente Bloomsberries por su talante exclusivo y snob) que organizaban en su casa de Bloomsbury también están representados en la NPG. Se acentúa la influencia de amigos como Roger Fray (de quien heredó su admiración por Cézanne y el anhelo imperioso de convertir su literatura en pintura posimpresionista), Lytton Strachey, John M. Keynes, Duncan Grant. Sin embargo, se silencia a otros miembros del grupo como E.M. Forster o Bertrand Russell. En su vida también ocuparon un sitio destacado Violet Dickinson, quien la apoyó en sus primeras crisis nerviosas y la motivó a iniciar su carrera literaria; Vita-Sackville-West, a quien dedicó Orlando y con quien inició un romance; o Katherine Mansfield, con la que mantuvo una ambigua relación de turbia amistad, cimentada en malentendidos y celos.
Componen la exposición más de 140 objetos, así como fotografías (de su tía-abuela Julie Margaret Cameron, Beresford, Gisèle Freund o Man Ray) y cuadros de su amplio círculo de amistades (pintados por su hermana Vanessa Bell, Duncan Grant o Roger Fry), fragmentos de sus diarios, ilustraciones de Vanessa Bell para sus libros, o ejemplares originales impresos por ella misma y su marido Leonard Woolf en Hogarth Press, la editorial que fundaron en 1917. Además incluye dos cartas de suicidio (cedidas por la British Library y exhibidas por primera vez en Reino Unido) y el bastón encontrado por su marido en un banco en la orilla del río Ouse el día que desapareció. Su cuerpo fue encontrado un mes después por niños que lanzaban piedras a lo que creían que era un leño.
Ligada a la vida política, social y cultural británica, Virginia Woolf ha sido admirada, imitada, criticada, analizada, deconstruida, satirizada. Cierto es lo que dijo: “Las palabras sobreviven a los cambios del tiempo casi mejor que cualquier otra materia”. Escribió con economía (tirando palabras al fuego para mantener viva la narración), lirismo y aceleración, lo que en su momento se consideró moderno. Audaz. Confrontó los clichés victorianos y estableció nuevos estándares de crítica y escritura creativa. Anuló su background victoriano para instalarse en la modernidad. Fue inmejorable dotando frases y párrafos de otros significados que distaban mucho de aquello que realmente escribía. Sus palabras alcanzaron una doble dimensión. E incluso una tercera (emocional). Virginia Woolf comenzó a escribir profesionalmente en 1905. En sus obras no hay trama ni acción, solo conciencia. Una mezcla de psicología y emociones, pasado, recuerdos. Sus personajes reflexionan sobre la vida y el tiempo. Su prosa lírica –cargada de impresiones auditivas y visuales– se alejó de la observación descriptiva propia del realismo, hasta alcanzar el virtuosismo estilístico y la grandeza narrativa.
Fue parte de una dinastía cuya riqueza se basaba en conocimientos y agilidad mental, más que en el patrimonio hereditario. Como miembro de la aristocracia intelectual, en su hogar familiar de Kensington gozaban de gran importancia el discurso, la charla, los libros, las cartas, las ideas, el ambiente emocional. La comunicación era esencial. Su padre –un eminente crítico literario– leía cada noche a sus hijos durante una hora y media clásicos infantiles o Walter Scott. La infancia es el lugar en el que habitamos el resto de nuestras vidas. El influjo familiar y el rico ambiente cultural que Virginia Woolf vivió en el 26 de Hyde Park Gate fue fundamental para su desarrollo literario posterior. La influencia de Londres es innegable en su vida; también en su obra. Familiarizada con la música callejera, el tráfico, las multitudes, el río, los mendigos, las estatuas, monumentos, music halls, editoriales, teatros, galerías, salas de conciertos… la ciudad le ofrecía experiencias sensoriales y estimulación intelectual. No fueron pocas las mudanzas (Hyde Park Gate, Gordon Square, Rodmell, Tavistock Square…).
Su compromiso feminista y el espíritu político y antimilitar marcaron los años treinta. A través del ensayo Una habitación propia (1929) reivindicó el papel de la mujer escritora. En Entre actos (1940), su último libro, plasmó con madurez narrativa el preludio de la debacle. El inicio de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa de Londres debido a un bombardeo, el miedo a la invasión de Hitler (Leonard Woolf era judío), conformaron un nefasto cúmulo de coincidencias que confluyeron en el deterioro irreversible de su delicada salud mental. “I will continue, but can I?”. El 28 de marzo de 1941 cargó sus bolsillos de piedras, se metió en el río y se suicidó. Virginia Woolf escribió nueve novelas, dos biografías, una obra de teatro y múltiples ensayos, libros de cuentos, cartas y diarios. Solo después de la publicación de La señora Dalloway y Al faro, los críticos empezaron a aplaudir la originalidad de su legado.
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