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Si los cambios tecnológicos en los aparatos cinematográficos han cambiado a lo largo de la historia las maneras como se hace y se entiende el cine, también los desarrollos técnicos en aquellas herramientas que afectan a la acción de escribir deberían dejar algún tipo de marca en el resultado. ¿Cómo afecta la era digital a los estilos de escritura? ¿Las nuevas tecnologías pueden servir para expandir las posibilidades del lenguaje?
El pasado 4 de julio se inauguraba ‘The Pool Exhibition’ en la Goldsmiths University de Londres, donde se mostraban trabajos de los estudiantes. Cinco plantas y dos piscinas llenas de obras durante cinco días. Para evitar perderme en el cálculo de las ganas que le faltan a la Universidad de Barcelona para llegar a hacer algo así, centré la atención en lo que ocurría en la planta ocupada por el departamento de “Art Writing” con la obra «4D Printer». Las artistas Hannah Black, Kati Karki, Kyka Kordaski, Beatrice Loft Schulz y Mary Rinebold estaban sentadas alrededor de una mesa, con un portátil y un documento compartido de Google Drive abierto. También en la mesa: una impresora y un proyector que permitía al público ver qué pasaba dentro del documento. En la misma sala, cuatro actores esperando.
Según el horario a esa hora el artista Daniel Rourke era el invitado. Dio las siguientes instrucciones a las chicas: sólo podéis cortar y pegar; no utilizaréis el control copiar ni eliminar; no escribiréis ninguna palabra nueva, sólo podréis pedir una palabra a cada miembro del público y éstas las vais a poder usar tanto como queráis; podéis recortar palabras de guiones escritos en otras sesiones. Las chicas tenían que seguir estas pautas para editar el guión de una escena de la serie «My So Called Life». Al cabo de 20 minutos imprimieron una copia del resultado para cada actor, quienes iban a leerlo a los asistentes en voz alta. Al terminar, entraba Maija Timonen, también artista invitada, para dar nuevas instrucciones sobre la edición del guión de la siguiente escena.
En este juego de escribir renovando lo que ya está escrito, se producía un desentendimiento total de la responsabilidad de las ‘escritoras’, que además de trabajar sobre un texto apropiado, pedían a una tercera persona que les ordenara cómo hacerlo. Así, cualquier nueva autoridad quedaba en manos de este tercero, y las chicas se liberaban de su propia voz, por más que el ingenio personal también afectara al estilo de cada resultado.
Lo interesante de la labor de Rourke es, por un lado, que también responsabiliza al espectador, ya que la palabra que éste dé se repetirá indefinidamente por el texto, como una palabra comodín que desvelará una nueva actitud en el guión; por otra lado, que el lenguaje se vea reducido a las acciones de cortar y pegar para terminar componiendo un collage limpio y aparentemente simple de combinaciones complejas.
Comenzaba apuntando que las tecnologías suponen cambios esenciales en la escritura y «4D Printer» es un ejemplo. Aquí, desaparece la figura del autor para encontrarnos con la de los editores de un texto que podría renovarse eternamente sin apenas dejar rastro de esos cambios. Los editores se encuentran inmersos en un juego de intercambio de autoridad constante a la vez que confeccionan resultados efímeros que no tienen ningún peso sobre la línea temporal, ya que se escriben, se eliminan o se trasladan sin tener tiempo para ser comprobados en la coherencia total del texto. El trabajo simultáneo de un colectivo sobre un único soporte concreto también supera la dimensión temporal del texto y es el límite que se autoimpone el grupo lo que marca el final de la edición. En estos juegos, los atajos que nos permiten activar controles en la edición de un texto mediante el teclado del ordenador son nuevos elementos lingüísticos que suman posibilidades. Por último, la interpretación pasa a manos de otros sujetos que, al leerlo en voz alta para una audiencia, se convierten en nuevos responsables que siguen la edición por medio de otras formas.
Si Walter Benjamin en la era de la reproductibilidad técnica ya definía un punto de inflexión brutal en las formas de distribución y en términos conceptuales de la obra de arte, estos aspectos siguen sujetos a cambios en una era de muchas cosas, pero entre ellas, de la edición e interacción virtual.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)