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Eso decía Lucrecio. Y hubo un tiempo en el que la voz humana trenzaba lazos invisibles con los animales, finos hilos de voz y melodía. Un tiempo en el que no sólo los criaban, además, les hablaban en un lenguaje antiguo, hecho de armonías, susurros y plegarias.
Sería, ahora, algo así, como un eco olvidado. Ecos de otras maneras de hacer.
De aquellos ecos queda poco, casi nada. Solo la memoria de los más ancianos y la obstinada búsqueda de quienes se niegan a dejar morir el sonido de esos vínculos. Carolina Arabia (Buenos Aires) es una de ellas. Durante ocho años, recorrió el mundo detrás de canciones que alguna vez fueron herramienta y compañía, plegaria y orden, consuelo y costumbre. De sus viajes por Colombia, Marruecos, España y Bután nació De cantos y animales, un libro que, como un río, arrastra fragmentos de historias y voces. Publicado por Ediciones Menguantes, su genialidad radica no solo en sus palabras, sino en los cantos que encierra. Códigos QR salpican sus páginas como puertas abiertas a otros tiempos que parecieran lejanos pero que no lo son tanto, permitiendo escuchar los cantos y los sonidos que Arabia rescató ante la posibilidad de su olvido.
El canto de los llanos: cuando la voz apacigua a las vacas
Leyendo De cantos y animales, me pregunto cuándo comenzó la historia, cuándo se interesó Arabia por estos relatos cantados, por estas historias, quizá susurradas, que van cambiando la forma de hacer y de relacionarnos con los animales. En la Orinoquía, en la cuenca del Orinoco entre Colombia y Venezuela, Arabia escuchó hablar de vaqueros que cantan sobre sus caballos y de mujeres que entonan canciones mientras ordeñan a las vacas. Es un arte heredado, no es un capricho. Una técnica que calma a los animales y facilita la bajada de la leche. Estos cantos de trabajo del llano forman parte de un conocimiento que vincula humanos y animales en un delicado equilibrio de confianza.
En la cultura llanera, la música tradicional y las prácticas mantienen una conexión con la tierra y sus habitantes. Cantar al ganado no es simplemente una forma de entretenimiento, sino un método utilizado para construir confianza y calmar a los animales. Esta práctica, conocida como ‘canto de ordeño’ y ‘canto de vela’, juega un papel en el pastoreo del ganado, especialmente durante la noche. Las melodías tranquilizadoras resuenan en las llanuras, creando una atmósfera que ayuda en la gestión del ganado. Estas canciones son un medio de comunicación entre el cantante y el animal. La importancia de estas tradiciones va más allá del entretenimiento; son elementos de la identidad y herencia llanera.
Carolina Arabia, atrapada por la cadencia de esa historia, cruzó continentes para encontrarse con otras tradiciones donde se les cantase a los animales. Y entonces, la curiosidad germinó en ella y la pregunta era clara: ¿dónde más se les canta a los animales?
La geografía que influye en el canto
En el trasiego por nuestra geografía recorre desde las cañadas de la trashumancia (la Real Cañada Segoviana), la Sierra de Gredos hasta los valles asturianos, pasando por Granada, la Alpujarra, Linares…
En el sur, donde la luz escribe su propio relato del paisaje, como bien dice Carolina, no se sabe si se materializa el relato de lo narrado por el cante flamenco o los versos de Lorca. O todo es tal cual lo filtra el ojo. Ese flamenco que no solo se erige para entretener, además, fue refuerzo y sostén de muchos oficios como la venta ambulante, la fragua o las labores agrícolas. Y así nacieron los cantos camperos de ara y trilla. Cantes en jornadas de trabajo extenuantes que aportaban quietud tanto para hombres como para animales. Uno de los campesinos le dice en un momento: “Cantábamos para aliviar la soledad, para romper la monotonía del surco, que había que recorrer una y otra vez del alba al anochecer, también para que las mulas estuviesen tranquilas y trabajaran mejor”.
El viento de los valles asturianos lleva consigo fragmentos de viejos cantos. En Asturias se canta tanto en el momento de ordeñar la vaca, como cuando va a parir. Se crean vínculos, como cuenta Arabia, de respeto y reverencia. En algunos rincones, aún resiste la tradición de los cantos de muñir, canciones que las mujeres dedican a sus vacas, llamándolas por su nombre.
Cada palabra, cada sílaba, es una hebra en el tapiz de la memoria. Son melodías transmitidas al abrigo de la lumbre o trabajando la tierra. Gracias a Carolina Arabia, se anticipa cada sonido con interés. Vela por el patrimonio acústico, preservando sonidos que corren el riesgo de desaparecer.
Y no solo el ganado fue alguna vez destinatario de estos cantos. Arabia descubrió que en Asturias hay canciones para guiar a las abejas a las nuevas colmenas. Le sorprendió descubrir esos cantos para partir colmenas. Cuando una colmena se divide y el enjambre sigue a una nueva reina, los apicultores rocían agua impregnada con hierbaluisa o abeyera sobre las abejas o se coloca una sábana extendida en el suelo para subirla hasta la colmena. En otras ocasiones, golpean dos piedras o latas con un palo para guiarlas. Mientras tanto, les susurran una melodía antigua:
«Fías (hijas), a la casa nueva; fías, a la casa nueva».
A las abejas se las considera parte del ganado. Hay zonas donde se hace trashumancia con ellas, para que estén en contacto con otros climas o flores. Las robustece.
En las montañas de Marruecos
Y los cazadores de serpientes, los issawa, parte de una cofradía descendiente del profeta. Forman parte de la cultura árabe, igual que los pastores. Están por todo Marruecos, todo el mundo los respeta y desde bien pequeños, conviven con las serpientes para aprender todo de ellas.
Y además, hubo un tiempo en que los rebaños de cabras en el Alto Atlas de Marruecos escuchaban melodías que flotaban en el aire como el polvo de los caminos. Pero la modernidad ha silenciado muchas de esas canciones. Arabia recorrió aldeas, preguntando por aquel que aún tocara la flauta para sus animales. Y un día, tras mucho buscar e insistir encontró a ese pastor que tocaba una flauta hecha de caña y PVC. No sería el más refinado de los instrumentos, pero el sonido era el mismo. Y buscaba calmar a las cabras, que coman más pasto, lo que se traduce en mejor leche y también, mejor carne. La flauta, además, es su interlocutora en mitad de tanta soledad.
Bután: los bueyes que olvidaron la música
En otro rincón del mundo, entre campos de arroz y montañas cubiertas de niebla, algunos ancianos en Bután aún cantan a los bueyes mientras aran la tierra. Lo hacen en un tono bajo y constante, como un rumor que acompaña el paso lento de los animales. Pero Arabia descubrió que son cada vez menos. La modernización del campo ha reemplazado las voces por el ruido de las máquinas, y los bueyes, antes guiados por canciones, hoy avanzan en silencio.
El canto que resiste, a pesar de ser una herramienta de trabajo que desaparece a medida que lo hacen los oficios. De manera similar a los fuegos que los pastores encendían para combatir el frío, los cantos recuperados por la autora aún persisten, pequeños y frágiles, pero presentes.
Así, como si fuera un conjuro o talismán, las canciones que no devoró la mecanización, se instalan como parte de un tiempo que sigue materializándose. El sonido que precede al sonido. El canto que precede al canto.
Luci Romero reside en Valencia, donde ha sido librera desde que tiene recuerdos. Además, es gestora cultural y escritora. Estudió Historia del Arte, pero hay días que piensa que debería haber estudiado biología o ciencias ambientales. Nunca es tarde.
Como poeta, es autora de: Autovía del Este (Ayuntamiento de Cabra, 2008); El Diluvio (Amargord Ediciones, 2012); Western (Editorial Delirio, 2014); Sais. Dieciséis poetas desde La Bella Varsovia, antología (La Bella Varsovia); El tiempo de la quema (Ejemplar único, 2018); No sabe la semilla de que mano ha caído (Eolas, 2024). En 2010 obtuvo el premio La Voz+joven de La Casa Encendida. El 2024 publicó El arte de contar la naturaleza. Un acercamiento a la nature writing (Barlin Libros). Ha participado en festivales como Letras Verdes, Siberiana, Cosmopoética o Vociferio. En 2023 obtuvo la I Residencia de Literatura y Medio Ambiente del CENEAM y la FIL de Guadalajara 2024.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)