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Escribo este texto a partir de dos momentos condicionantes: el de visitar la Biennale en los días de inauguración – sin prejuicios, sin haber leído nada, recién aterrizada – y el de este texto; pasado un mes y habiendo leído bastante crítica sobre Venecia, tanto nacional como internacional. Desde la redacción de A*Desk me propusieron escribir sobre el »off Biennale», algo periférico y subjetivo, así que esto no hablará de los contenidos de los pabellones, más bien de crítica, tiempos, aliens y emociones. Este texto también invertirá la dirección del tiempo, de manera que antes de la experiencia visitando Venecia, empezará por lo posterior, la crítica publicada.
Así, en (muy) resumido, lo que se ha dicho en general sobre la Bienal de Venecia 2015: a todo el mundo le gustó Alemania, Estados Unidos y Bélgica, pero luego el premio se lo llevó Armenia; y Okwui Enwezor lo hizo mal. A los pocos días de haber inaugurado, en prensa aparecía cierto consenso, había mucha coincidencia y poco riesgo a la hora de hablar de lo mejor y lo peor de los Giardini, el Pabellón Central, Arsenale y del resto de pabellones nacionales esparcidos por Venecia. ¿Cómo lo hacen algunas personas para firmar textos en los que parece que se ha visto y analizado al detalle tanta cosa en tan poco tiempo? Imagino que a parte de ver arte, la gente que visitó Venecia la semana de inauguración, también hizo vida social y acudió a fiestas de esas que se hacen en el mundillo del arte para que con el alcohol parezca más fácil hacer amigos. Supongo que también pararon en algún momento a comer y descansar.
A veces me imagino algunos críticos con láser en los ojos, escaneando un pabellón en un minuto y siendo capaces de llenar después dos folios de veredicto. El resultado de tanta velocidad es que luego salen textos muy parecidos y acabas leyendo la misma Biennale todo el rato en diferentes idiomas y versiones. Una Biennale por cierto, que yo no vi, o más bien una distinta a la que vi. Porque para empezar, no la vi entera (esto suena feo y comprometedor de decir si vas a hacer una crítica; confesar que no te lo miraste todo) y la atención se desvió para otros lados. El proceso de comerte una Bienal puede ser lento y denso, contando por ejemplo que a la que te detengas a mirar tres o cuatro vídeos que te gusten, ya ocupas un buen rato. La Biennale que vi fue fragmentaria, con distintos ritmos y con derivas por la ciudad, conversaciones en terrazas e iglesias barrocas mezclándose con arte contemporáneo.
Además estar ahí los primeros días añade ese elemento irreal y endogámico del sector, cuando la presencia de toda la pirámide social del arte internacional se concentra durante una semana en una ciudad. Fantasear por un segundo con que en Venecia esos días nos cae un meteorito gigante o se hunde en el mar toda la ciudad de golpe. Los días de inauguración son de mucho ruido y poca claridad. Para encontrar un lugar tranquilo se necesita tomar un poco de distancia y alejarse del rumor general. Pasar de lo que se ha dicho y volver al punto de origen.
Okwui Enwezor, el comisario general de la Biennale 2015, utilizó el Angelus Novus de Paul Klee descrito por Walter Benjamin como metáfora y leitmotiv de esta edición. Propongo la imagen de un alien – remix bizarro del Angelus Novus– para acompañar este relato. Un alien que cambia el Kapital de Karl Marx por el Cyborg Manifiesto de Donna Haraway. Total, Donna Haraway ya utiliza la teoría marxista y el materialismo histórico como base teórica añadiéndole feminismo, así que la cosa mejora si Das Kapital se vuelve queer. Además, Donna Haraway recurre a la imagen del cyborg como Walter Benjamin o Okwui Enwezor a la del Ángel de Paul Klee para hablar de las condiciones de la historia desde la contemporaneidad. Así que tiene su sentido meter un alien en todo este asunto. Vale, es un poco raro pero funciona.
A los aliens no les gusta la crítica decimonónica y la crítica decimonónica no cree en los aliens, así que en principio, todo bien. La figura del alien es el off Biennale y se desplaza por la materia oscura del sistema, sintiéndose fuera de lugar en el contexto arte pero como en casa ante según que obras. Un alien es emocional, queer, feminista y anti-racista. A pesar de que se desvía constantemente, siempre muestra posiciones claras. A veces los aliens pueden parecer un poco pesados para algunos, insistiendo siempre en preguntar lo mismo: ¿quién tiene qué privilegios y a costa de qué?. Esta pregunta sobre el valor de las cosas hace que los aliens den la misma importancia a las palabras que a los cuerpos, porque saben que hay unos cuerpos que cuentan y otros que no. Por último, los aliens no tienen género o sexo definido ni patria. Su única bandera es la del arco iris, y a pesar de que avanzan sin alas entre la mierda y ruinas de este mundo, los aliens dejan tras de si una estela brillante de purpurina y plumas, porque les gusta el rollo drag y les da un poco igual si a los demás les parece cutre.
Me hicieron palpitar de la Biennale las obras o pabellones donde este alien se hubiera sentido como en casa. Al fin y al cabo, un alien es el otro, y como decía Monique Wittig: “¿qué es lo otro/diferente si no lo dominado?” Pues eso, me gustaron las situaciones y obras donde lo diferente era agenciado, lo vulnerable expuesto sin miedo, y la resistencia se mostraba como una forma lúdica de cuestionar y desmontar la norma dominante. Me conformo con fragmentos y vacíos, con no haberlo visto todo y haber olvidado algunos nombres. Así queda más espacio y tiempo para lo que vale la pena.
Visitar una bienal consiste básicamente en esto; recibir mucha información que cada una editará a su manera. Y cada cuál, que acompañe su relato con el símbolo que más le convenga; ángeles, aliens, dinero, la virgen María o Karl Marx.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)