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Durante los meses de octubre, noviembre y diciembre se llevaron a cabo en Medialab-Prado Madrid las sesiones del «Grupo de trabajo sobre arte y política», convocado por Brumaria, y destinado a discutir —con el fin de aportar ideas alternativas— sobre algo tan común y tan controvertido al mismo tiempo como es la fatigosa relación entre arte y política, en este caso en nuestro exaltado contexto actual. Se partía del agotamiento mostrado por el denominado «arte político», un punto muerto al que ha llegado preocupado por —y esta fue una de las bases de partida del grupo de trabajo— mostrar en lugar de demostrar o, como desde Brumaria exponen, por unas «posturas que discurren pero no piensan». De lo dicho hasta ahora se puede deducir, entonces, que banalidad y política van de la mano, algo que a los familiarizados con la escena cultural catalana no les cogerá de sorpresa dado la esperpéntica situación que viene ocurriendo con el Centre d’Art Santa Mònica. Pero regresando al tema que nos ocupa, y retomando la premisa que se expone en líneas anteriores, entonces, ¿podemos llegar a la conclusión de que el arte debe zafarse de la política si quiere dejar de ser un fraude? Se trata, es obvio, de una postura extremista que, como tal, nos pone ante una elección sin posibilidad de matices. Y ello es tan peligroso como la pose irreverente que el pretendido arte político aspira a mostrar, que no demostrar.
Hasta aquí he obviado intencionadamente el punto de vista marxista que la ponencia inicial del grupo de trabajo postulaba, y lo seguiré haciendo pues considero que intentar alejar el arte de la política desde una postura abiertamente política confiere al tema un sinsentido que complica innecesariamente, y en exceso, la discusión. Sé que esto también dará cabida a que se considere que no he sabido ver el trasfondo del asunto, sin embargo, creo que justamente es lo contrario, porque lo tengo presente prefiero no hablar de ello. Que los artistas que generan arte político lo hacen en pos de unos dividendos, «plusvalías» indeterminadas, que hace que corrompan su mensaje y acaben por realizar prácticas parecidas a las que critican, sí, puede ser, pero ninguna ideología les y nos librará de ello, puesto que toda ideología está condenada al fracaso de sus postulados fundacionales, únicamente es posible alcanzar una parte de sus principios generales.
Sin duda, se trata de una postura valiente, esta de atreverse en el contexto actual a desligar el arte de la política y viceversa, por todo lo dicho hasta ahora y también porque plantea la duda de ¿por qué está tan desvalorizada la impostura en algunos sectores? ¿Qué es lo que ha ocurrido para que, cada vez más, haya un rechazo hacia este tipo de prácticas tanto por parte del público especializado como del que no lo es? La risa burlona que provocaban estas manifestaciones ha mutado en hastío, una metamorfosis perceptiva que sale a la superficie cuando el sistema prevalece sobre el proceso: se olvidan las funciones y las relaciones se relegan a un segundo plano, a veces a un tercero, creándose un envoltorio vacío tanto de arte como de política. Y ello no es bueno.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)