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La noticia saltaba hace un mes cuando el hacker Guccifier, hizo públicos los emails, mensajes y las fotos privadas de la familia Bush, donde entre ellas aparecían las pinturas de George W. Bush. El que fuera presidente de Estados Unidos, que firma con el número 43, lugar que ocupa en la lista de presidentes, ¡pinta!
El diario El País se hacía eco recientemente de las declaraciones de Cathy Lebowitz, editora de Art in America, en las que asegura que las pinturas “podrían estar colgadas en una galería y tomadas en serio en varios contextos”. “Tomadas en serio”. En el mismo post citado de Art in America, Lebowitz afirma que “a pesar de no ser particularmente ilustrativas tienen un sentido abstracto del espacio” y que le recuerdan a Fairfield Porter.
Dejando de lado el morbo detrás del descubrimiento artístico de Bush, y evitando las referencias a las pulsiones pictóricas de personajes similares, tipo Adolf Hitler o el Duque de Edimburgo, hay ciertas valoraciones a tener en cuenta.
La pintura del artista Bush, se puede analizar de varias formas. Por un lado, el naif americano, al que le gusta pintar perritos y escenas bucólicas, que ya ofreció una prueba de su gusto al decorar el despacho oval con escenas paisajistas americanas. Entre ellas, las de Julian Onderdonk y especialmente A Charge to Keep, pieza de W.H.D. Koerner que toma el título de un himno religioso que a su vez toma el título de un verso del Levítico, y que también fue el título dado a un libro de Bush (escrito por un negro), presentado como el típico libro de campaña donde el autor presenta su vida y programa. Es evidente que en un cristiano renacido, ex alcohólico e hijo del petróleo, la fuerza de un cántico religioso de superación y regeneración haya hecho mella.
Por otro lado, tenemos al freak, al tipo rarito, que debajo de la apariencia de simplón, esconde una psicología turbada, y se pinta a sí mismo en su bañera. En estas telas, se ha querido ver referencias a David, Degas, o Frida Kahlo, o incluso hay quien apunta a un ajuste de cuentas con el fantasma del huracán Katrina (en ambas escenas de baño el agua corre abundantemente). Pero lo cierto es que Bush no sabe ni quién es Marat, ni se despeinó por lo sucedido en Nueva Orleans. Él se retrata desnudo de espaldas, mirando un espejo, que le devuelve el rostro de forma torpe, casi absurda, o retrata sus piernas sobresaliendo del agua. Pero sin incluir nunca su sexo. Y nos lo podemos imaginar pasando horas sin saber qué hacer, observando su cuerpo envejecer durante la ducha diaria, y pidiendo a alguien cercano que le haga una foto para poder luego pintarse.
La crítica estadounidense ha recibido con excitación este descubrimiento, entre ellos Jerry Saltz, quien pide al Whitney Museum que compre las pinturas del baño, y propone que si Bush sigue pintando, va a seguir escribiendo sobre él. Y es que hay que “tomárselo en serio” cuando un personaje de tal calibre pinta. Próximamente en Gagosian.
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