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El décimo aniversario del hundimiento del Prestige es el escenario idóneo para mostrar el resultado de un trabajo que viene de atrás. No es una exposición sobre el Prestige, no se cansa de señalar su comisario Pedro del Llano. Sin embargo, al MARCO le ha valido para celebrar estos diez años de aniversario, porque ellos abrían sus puertas cuando el petrolero se iba a pique frente a las costas de Galicia.
A balea negra se remite a un sueño premonitorio en el que Manfred Gnädinger, un hombre establecido en la Costa da Morte desde los años sesenta, contemplaba como una gran ballena negra arrasaba la costa. Man, el Alemán de Camelle, se instaló en esta localidad en el año 1962 en la que vivió hasta que semanas después del accidente del petrolero, viendo como el museo al aire libre en el que había trabajado durante décadas era arrasado por la marea negra, falleció envuelto en la tristeza del escenario al que se asomaba su ventana.
Por eso, la exposición se abre con dos piezas que aportan el carácter simbólico al recorrido. Un cráneo de un cetáceo intervenido por Man y el único trozo que se conserva del casco del petrolero -un fragmento extraído durante la kafkiana gestión de esta crisis para intentar drenar el crudo de su interior-.
El complicado panóptico que distribuye las salas de la parte baja del MARCO, alberga una gran escultura de Damián Ortega que combina el objeto fetiche del barril de combustible con el desequilibrio de este atroz mercado. Accedemos entonces conscientes del porqué de esta exposición, ansiosos por contemplar consecuencias de la mano de una serie de artistas que de un modo u otro lo han vivido en primera persona.
Dirá Roman Signer que el arte es el silencio tras una explosión. Algo inmenso y espeluznante. Así lo demuestran cada una de las salas en las que el arte y la urgencia generan una suerte de amalgama en la que la improvisación mediante la cual el pueblo plantó frente a la marea negra del Prestige, se enfrentan los grandes lienzos en que Antón Patiño transformó esa impotencia frente a ese enemigo incontenible. Porque en Galicia nos hemos convertido tristemente en expertos en la materia. Polycommander (1970), Erkowit (1973), Urquiola (1976), Andros Patria (1978), Cason (1987), Mar Egeo (1992) y Prestige (2002).
Lo ha hecho Werner Herzog, Bernardo Bertolucci, Hans Hacke, Peter Hutton o Robert Smithson –todos presentes en la muestra-. Pero también Fra Angelico, Van der Weyden, El Bosco o Miguel Angel, porque de un modo u otro, salvando las barreras espacio-temporales, el tema vuelve a ser el juicio final.
Las imágenes que Manuel Sendón o Allan Sekula tomaron durante aquellos meses de confusión, muestran ahora ciertos paralelismos con similares situaciones vividas en todo el mundo. Georges Osodi y Romuald Hazoumè hacen lo propio con el continente africano, concretamente con las compañías petrolíferas nigerianas. Nadie se salva. La imponente pancarta desplegada por Mavis Müller y Andrea Bowers en un buque pesquero de la bahía de Kachemak (Alaska) durante la crisis desatada por el desastre del Exxon Valdez, pende ahora de una de las paredes del museo. Fiel testigo de la fina línea que existe entre el arte y el activismo.
El irónico Mark Dion ha convertido una de las salas en un museo de ciencias naturales en el que las especies se muestran cubiertas de crudo, reproduciendo esas escenas con las que forzosamente nos hemos familiarizado, pero sin perder ese patetismo de la risa nerviosa que incluso frente a la tragedia se dibuja en nuestro rostro.
La muestra deja imponentes obras que alivian el poso documental del recorrido. La balsa de aceite de Marcela Armas nos remite a los espejos que Richard Wilson recrea en sus tanques de combustible. Hace tiempo que Rirkrit Tiravanija aparece como apuesta segura y así lo corrobora el inmenso mural en el que leemos Less Oil More Courage.
Todo tiempo convulso deja gestos imborrables en los que brota una luz esperanzadora. Así, Robert Rauschenberg mostraba en forma de gluts (excesos) la macabra belleza de un paisaje de lata que se había rendido a los pies de un progreso que marcaba decidido el tic-tac de una bomba.
Less Oil More Courage.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)