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No acostumbro a recurrir al inglés para titular textos, pero en este caso me resultaba difícil resistirme a ello. Aunque a nivel semántico sería casi lo mismo hablar de “La hora del reloj” que de “Clock time”, la versión inglesa tiene una precisión y una concisión tales que logra evocar con mucha más contundencia el referente al que alude. Con su simplicidad sintáctica y su sonoridad mecánica, casi onomatopéyica, “Clock time” ya lleva implícito en su fonética y su gramática un deseo de optimizar y gestionar eficazmente el tiempo. Este deseo, que en nuestros tiempos acelerados casi parece ser una aspiración universal, es socialmente instrumentalizado (en un sentido tanto figurado como literal) mediante el uso del reloj, aparato de medición y organización colectiva del tiempo, pero también herramienta de control y homogeneización de las actividades humanas.
Mi propuesta como editora invitada del número de enero de 2019 de A*Desk ha consistido en dedicar este primer mes del nuevo año a pensar sobre el tiempo y sus formas de organización social, y también sobre cómo estas cuestiones se han abordado desde la práctica artística.
El mes empezaba con un texto editorial de Pol Capdevila, en el que el filósofo reflexionaba sobre el hecho de que el reloj, que hace 700 años fue asimilado como un instrumento que nos hacía más libres y autónomos, llegando a ser incluso imagen insignia del progreso, ahora parece ser más bien una herramienta de control que lo paraliza. Capdevila analizaba los rasgos del modelo de tiempo cronológico, en el cual actualmente se fundamenta nuestra manera de pensar y entender el tiempo, y también revisaba con escepticismo otros modelos temporales heterocrónicos propuestos por la crítica intelectual y artística.
La artista Mar Arza, respondiendo a la invitación de pensar la plataforma de A*Desk como un posible espacio de intervención artística, y consciente de como a menudo dedicamos más tiempo a gestionar boletines electrónicos y e-mails que a leerlos, nos enviaba una Newsletter efímera, una reflexión poética sobre el carácter contingente del tiempo que el lector debía apresurarse a leer mientras sus palabras parecían desvanecerse momentáneamente, para acabar después desapareciendo por completo.
En su texto, Albert Alcoz reflexionaba sobre como el cine y el vídeo, por su condición de “time-based media”, funcionan como dispositivos en los que se ponen en conjunción múltiples temporalidades. Alcoz se centraba después en revisar algunas películas de autor y videocreaciones en las que el reloj es objeto de representación (The Clock, de Christian Marclay -indiscutible referente en el género-, Time Clock Piecede Tehching Hsieh, o Time Piece, de Jim Henson, entre muchas otras) , y analizaba cómo, en estas obras, las funciones y la lógica utilitaria de este instrumento de medición temporal quedan a menudo desestabilizadas.
La reflexión sobre la temporalidad, las formas de medirla y documentarla y las maneras de subvertir el tiempo estandarizado y regularizado del reloj recorren la práctica artística del californiano David Horvitz. Paloma Checa mantuvo con él una correspondencia distendida sobre la relación de algunas de sus obras con el tiempo, para escribir después un artículo en el que analiza y valora estos trabajos artísticos, en los cuales la autora reconoce un intento romántico de escapar a la arbitrariedad del tiempo socialmente regulado, aquél que, no obstante, acaba siempre mercantilizándonos como sujetos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)