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Con los zapatos lijados, para que no pase desapercibida: Fermín Jiménez Landa y El lago de los cisnes

Magazine

31 marzo 2014
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Con los zapatos lijados, para que no pase desapercibida: Fermín Jiménez Landa y El lago de los cisnes


Poco importa que su estreno estuviese marcado por los desajustes entre la música y la coreografía, por el escaso éxito que logró a todos los niveles. Porque ni público ni crítica se apiadaron de El lago de los cisnes cuando la partitura de Tchaikovski sonó por primera vez en el Teatro Bolshói de Moscú en 1877.

Fermín Jiménez Landa la ha puesto a sonar de nuevo en la galería Bacelos de Vigo, con el suelo cubierto de papel de lija. Poco importa todo lo dicho porque Jiménez Landa explica que podría haber sido Cascanueces o El Danubio Azul, pero ha sido El lago de los cisnes, simplemente porque en relación con los dos mil pliegos de lija utilizados, se genera un aspecto acentuadamente seco, áspero, que es muy poco lago y muy poco cisne.

La primera vez que vi a Fermín Jiménez Landa, él estaba bajo una mesa, elaborando un mosaico, separando confeti por colores en lo que tituló: Arrebato de tedio. Sobre las paredes del stand que Bacelos regentaba esos días en ARCO’13, colgaban las hojas que una médium había garabateado en una presunta conversación con Félix Rodríguez de la Fuente. El trabajo de Jiménez Landa se vuelve delirante, pero siempre bajo control. Sus acciones producen una sensación de estar frente a algo que no ha sido pensado más allá de un breve instante. Sin embargo, echando un ojo a Moby Dick, el libro en el que se reúnen los trabajos que el artista ha realizado entre 2011 y 2013, esos gestos supuestamente despreocupados adquieren una dimensión mayor.

Provocar esa sensación de cercanía, de que los gestos son aparentemente precipitados y sencillos, insta al público a considerar estos trabajos cercanos a la par que elementales. Que se les podrían haber ocurrido a ellos, por supuesto. Pensar en las acciones de William Wegman o Bas Jan Ader, o en Faemino y Cansado cuando hablan de la evidente simpleza de su actividad.

Lo interesante del trabajo de Jiménez Landa es, en primer lugar, que se le ha ocurrido a él. Lo segundo, la falta de prejuicios a la hora de sacar adelante pequeñas ideas que, fruto de una larga reflexión, provocan esa sensación de la que la mayoría de los artistas huye.

Ahora, entrar en el espacio de la galería Bacelos resulta inquietante por la limpieza de sus paredes. Jiménez Landa ha decidido dejarlas en blanco y ha convertido el suelo en un azaroso mosaico sobre el que uno a uno ha pegado todos esos pliegos naranjas y verdes. No hay un orden preestablecido, todo responde al capricho de un artista que decide generar un espacio por el que pasear se convierte en un acto extraño, desagradable cuando descubres que la lija no facilita tu desplazamiento, y piensas en esos bailarines de ballet deslizándose por el escenario; por lo difícil que resultaría acompasar música y baile en ese espacio al que has entrado a no ver nada, sino a sentir el leve crujido que tus pasos provocan mientras Tchaikovski suena a todo volumen.

Fermín Jiménez Landa es uno de esos artistas con los que puedes mantener una conversación que siempre lleva a esos atolladeros en los que por norma general nadie repara. Relata durante un viaje en coche una experiencia personal vivida hace años con Leopoldo María Panero y es inevitable pensar en Peter Pan, porque a lo cercano de sus gestos se une lo lejano de pertenecer a un estadio temporal que desgraciadamente se nos ha escapado. Todos y cada uno de sus trabajos arrastran a partes iguales la ingenuidad y la picaresca infantil, al mismo tiempo que cuentan con los referentes de un post-conceptual basado en la ironía que es tan difícil mostrar en su justa medida. Cuando buscamos crear algo para todos, pero sin caer en lo vulgar, podemos echar mano del cine y citar casos como los de Ernst Lubitsch, Luis García Berlanga o Aki Kaurismäki, gente capaz de tirarnos a la cara nuestras miserias en clave de humor, para que tras pasar un buen rato, volvamos a casa y descubramos que esas películas llegan, como la primera edición de Memoires de Guy Debord y Asger Jorn, cubiertas de lija, para que jamás pasen desapercibidas allá por donde vayan.

Ángel Calvo Ulloa nació en un lugar muy pequeño plagado de infames personajes. En la facultad en la que realizó sus estudios jamás le hablaron de la crítica ni el comisariado, por eso ahora dedica sus días a leer, escribir y de vez en cuando hace alguna exposición. Adora viajar y sentirse pequeño en una gran ciudad. También adora volver a casa a odiar de nuevo ese pequeño lugar.

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"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)