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Lúa Coderch se acerca a un pasado y a unos recuerdos familiares que, sin información paralela, van perdiendo su capacidad como referencia. Ideologías, lugares, secretos y emociones quedan cubiertos por una pátina de incertidumbre.
¿Qué sentido tiene hablar de lo familiar en el s.XXI? ¿qué tipo de estructuras familiares conviven en la sociedad contemporánea? ¿qué significa una familia a día de hoy? ¿sigue siendo una estructura válida tal y como la conocemos? ¿cuánto de herencia familiar hay en nosotros, y qué legado dejamos a los que nos suceden? ¿Se podría pensar que existe algo en la esencia humana, más allá de las convenciones sociales propias de cada época, y que tiene que ver con las relaciones que entablamos respecto a las personas que nos rodean? ¿cómo influye lo propio y los relatos familiares en la Historia?
Estas son algunas de las cuestiones que se disparan en el nuevo ciclo del espai2 de la sala Moncunill de Terrassa, «Constelaciones Familiares», ganador de la convocatoria Terrassa Comisariat 2012 y comisariado por Alexandra Laudo [Heroinas de la Cultura]. El ciclo articula, a lo largo del año, siete proyectos expositivos que toman como punto de partida el ámbito de la familia y las relaciones entre sus miembros, planteando aspectos vinculados a la organización de la identidad y la memoria en relación a la genealogía, explorando conceptos como el legado, la transmisión, la biografía y el archivo.
«Constelaciones Familiares» reúne las propuestas de Lúa Coderch, Ryan Rivadeneyra, Lola Lasurt, Paco Chanivet, Katerina Šedá, Matías Costa y Sergi Botella. Cada uno desarrolla una exposición individual que incide en lo familiar a partir de presupuestos diversos. Desde luego, en las prácticas artísticas de los últimos años encontramos una profusión de trabajos que apuntan en ese sentido: proyectos que utilizan lo biográfico como material de trabajo, usos de la propia historia o desarrollos donde se mezcla realidad y ficción, entre otros.
El ciclo coincide casualmente con otras propuestas que comparten los mismos presupuestos, como el estreno de la última película de Andrés Duque, «Ensayo final para Utopía» en el CCCB o la muestra de Iñaki Bonillas, «Archivo J.R. Plaza» en la Virreina. Aprovechando esta última, algunos de los artistas participantes en «Constelaciones familiares» realizan una serie de visitas comentadas a la muestra del mexicano. Se crea de esta manera una sinergía entre centros que normalmente no se da por estas latitudes y que, aunque quizá a primera vista cueste entender el cómo y el para qué, es una buena iniciativa para generar lazos entre distintos espacios y puntos de encuentro entre los artistas.
«Constelaciones Familiares» comienza con la muestra «Recopilar las fotografías sin memoria del archivo familiar» de Lúa Coderch. Una de las nociones clave de esta serie de exposiciones tiene que ver con cierta idea del legado, con nuestra relación respecto a la biografía anterior a nosotros, y en cómo transmitimos a los que nos suceden lo vivido. Y es en este sentido que la artista reúne un conjunto de fotografías que provienen de los álbumes de su familia. Todas ellas tienen en común el hecho de que ningún familiar ha sido capaz de proporcionar la información necesaria para poder clasificarlas y saber en qué circunstancias han sido realizadas o quién aparece en ellas. Con este gesto, Coderch explora la relación entre la condición documental de la fotografía y el carácter testimonial de la memoria, poniendo de manifiesto la importancia del relato y del testimonio, pero sobre todo la fragilidad de la transmisión en una esfera doméstica.
Al observar las fotografías, dispuestas sutilmente a modo de friso sobre dos de las paredes del espacio, una pequeña sensación de desasosiego o de incertidumbre se genera. Paisajes deshabitados, retratos y fotos de grupo, la Alhambra de Granada, carreteras, naturaleza, choques de trenes… todas emanan un carácter misterioso y un halo del pasado reciente que de alguna manera podemos identificar como un poco propio. El contexto y el tiempo común nos acercan a algunos aspectos compartidos que podríamos rastrear en nuestros álbumes familiares. Al sacar las fotografías de su ámbito privado, se ponen de relevancia esos espacios no identificados como propios que se trasladan al procomún. Por otro lado, podemos pensar también en esos viejos álbumes de la era pre-digital como vestigios de un tiempo pasado. Sustituidos ahora por el álbum digital, donde en todo momento sabemos cuando y donde se hizo una fotografía. Hoy los recuerdos se guardan en carpetas en nuestros ordenadores, los compartimos con amigos y familia en Internet, e incluso las subimos a las redes sociales, donde se etiquetan y se clasifican.
En la otra pared de la sala un póster rasgado alberga la imagen de cinco mujeres con el uniforme falangista. Se trata de la abuela de la artista y unas amigas, pero un pliegue a la altura de la cara las desfigura, haciéndolas anónimas, y señalándolas a la vez. Al lado, un estante con unos auriculares completa la obra «(homenaje desviado)Para cuatro abuelos nacionales», una pieza sonora en la que la artista canta fragmentos de canciones republicanas popularizadas durante la Guerra Civil, intercaladas con fragmentos hablados. El uso de la voz y el sonido denota un carácter performático y una exploración en el desarrollo del formato audio, así como un interés por ahondar en las posibilidades de la propia voz para transmitir un mensaje que pertenece a su historia personal. Y de nuevo aparece la posibilidad para identificarse con el relato: la dificultad de comunicación de los nietos con los abuelos al respecto de los sucesos acaecidos durante aquella época, la extrañeza de posicionarse frente a sus ideologías contrarias a las nuestras, o la escasez de relatos y conversaciones de carácter político sobre aquellos años en la esfera familiar son rasgos comunes de situaciones de dictadura o post-dictadura. Sin duda, una época (Guerra Civil, dictadura y transición) clave para entender la actual sociedad española, que necesita ser revisitada, y desde la cual los artistas jóvenes pueden articular nuevas miradas y lecturas que puedan generar un pensamiento crítico al respecto, alejadas de clichés e ideas estáticas. Tras este trabajo encontramos el interés de Coderch en investigar los formatos artísticos vigentes durante aquella época de la historia española, especialmente aquellos de filiación anarquista, así como también la dificultad de negociar con cierta herencia ideológica familiar, concretamente la adscripción política de sus abuelos, que defendieron la causa franquista.
En el suelo, en el centro de la sala, encontramos una plancha de mármol con la cara sin pulir a la vista, y junto a ella dos planchas de madera conglomerada típica de los muebles de Ikea. Materiales que articulan el espacio, a la vez que, de una forma un tanto críptica, generan un vínculo entre las dos obras expuestas. El mármol remitiendo a los monumentos históricos, a la conmemoración, y el conglomerado al ámbito doméstico.
Quizá la distancia temporal entre los dos trabajos de la exposición hace que por momentos el relato quede deslavazado, aunque el recurso de utilizar las planchas a modo de monumento disfuncional articulador ayuda, teniendo en cuenta la complicada distribución del Espai2. La exposición en su conjunto parte de la memoria personal y familiar, de lo propio y lo privado, llevándolo a un espacio común y compartido e incurriendo en la memoria histórica.
Mirar al pasado para poder avanzar, huir de lo estático para poder crear pensamiento crítico, por qué no, empezando en el propio ámbito familiar. El punto de mayor intensidad se encuentra en la reflexión sobre cómo asimilar una ideología que no nos es propia, incluso contraria, pero que es la de alguien a quien queremos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)