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Intento, en la medida de lo posible, mantenerme informado de lo que sucede en el ámbito artístico, y para ello recurro a veces a métodos tradicionales como la lectura de periódicos. Hace unos días me sobresaltó la lectura de una entrevista en La Vanguardia a la crítica de arte mejicana Avelina Lésper.
La radical postura que esta crítica adopta ante el arte contemporáneo, tildándolo de fraude y careciente de valores estéticos y éticos deja prácticamente a todo títere sin cabeza en todo el siglo veinte: Duchamps y sus ready made son los primeros en recibir, y la cosa se alarga hasta las performances efímeras en una ristra excesiva de argumentos vacíos y razonamientos poco permeables a los acontecimientos acaecidos en la última centuria artística. Con todo, se dibuja en Lésper una postura de comodidad sospechosa derivada del afán de contentar una opinión pública que evidencia una distancia respecto del arte contemporáneo (¿o deberíamos decir actual?).
Según el parecer de la crítica mejicana, en resumidas cuentas, está todo mal: los artistas viven subvencionados, las obras carecen de sentido, los discursos artísticos son dogmáticos y excluyentes. La cosa, sin embargo, no termina aquí, puesto que Avelina Lésper milita fervientemente en un movimiento de rechazo frontal al arte contemporáneo llamado ‘Hartismo’. Su página web nos recibe con este cálido texto: “Y los practicantes del antiguo oficio volverán, con sus pinceles y manchando todo de pintura. La belleza llenará vuestras calles. ¡Temblad, temblad, adoradores de mierda enlatada, porque cuando el anti-Warhol llegue, habrá llanto y rechinar de dientes…!”
No sé qué pensarán otros al leer estas líneas, pero a mí me producen estupor. Si bien es cierto que algunos de los argumentos esgrimidos por Lésper tienen unos cimientos fuertes, como es la dura crítica al mercado artístico y sus precios exorbitados, otros caen por su propio peso, como el de alegar que no es lo mismo la denuncia social antibelicista que se extrae de los Fusilamientos del 3 de Mayo de Goya que pintar la palabra ‘guerra’ sobre un lienzo como hiciese, por ejemplo, Basquiat. Aquí es donde el sobresalto se torna en indignación.
Lo más irritante de la entrevista es el que Avelina Lésper se adueñe del pensamiento de un público mayoritario que no entiende el arte contemporáneo y que por ello lo rechaza. La demonización no es la solución a esta brecha, como tampoco lo es el rebobinar la historia. Frases como la citada más arriba, aunque con clara vertiente irónica, vislumbran una postura que nos remite a una suerte de “entartete kunst” que no hace sino agrandar la distancia entre el espectador y el arte. Aunque, quizás sin adoptar una postura tan hartista no hubiera recibido tanta atención.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)