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“Harlan deseaba decir: Mujer, no existe la diversión en la Eternidad. ¡Trabajamos! Trabajamos para analizar todos los detalles del Tiempo desde el principio de la Eternidad hasta que la Tierra quede vacía de vida humana. Tratamos de agotar las infinitas posibilidades de ‘todo lo que pudo ser’, para escoger un ‘pudo ser’ mejor que la Realidad actual, y entonces decidimos en qué lugar del Tiempo cabe hacer un pequeño cambio para convertir el ‘es’ en el ‘pudo ser’ deseado. Y entonces tenemos un nuevo ‘es’ y nos ponemos a buscar otro ‘pudo ser’ y de nuevo repetimos el ciclo, siempre igual desde los tiempos en que Wikkor Mallansohn descubrió el Campo Temporal, allá en el 24o, de modo que fue posible empezar la Eternidad en el 27o (…)” [1]Asimov, Isaac (trad. Fritz Sengespeck), El fin de la Eternidad (1955), Madrid: DeBolsillo, 2004, p. 55.
Con este fragmento de El fin de la Eternidad ponemos punto y final a esta edición que quisimos titular “Malestares Temporales”, donde se han intentado abrir precisamente otros “pueden ser” en relación a los cronómetros que median nuestras vidas actuales.
Es sintomático que no sea necesario explicar qué entendemos por malestares temporales, pues todas las personas con quienes hemos compartido el material estas semanas se han apropiado de ese enunciado con su propia experiencia.
A través de las voces de Lauradedíaz, Enric Puig Punyet y el Instituto del Tiempo Suspendido, además de aportaciones de Blanca Callén que desde el inicio encendieron la llama de esta edición, estos Malestares Temporales han procurado colectivizar, de nuevo, una problemática antigua que se acentúa hoy con la mediación tecnológica y para la cual se deberían hallar soluciones reales: el tiempo humano no es equiparable al tiempo maquínico; el tiempo de la vida no puede coincidir con el tiempo laboral.
Y no se trata aquí de apelar al ludismo, como tampoco de pensar la mediación tecnológica de forma celebratoria. Se trata de observarnos en el mundo y pensar de qué modos podríamos subvertir determinadas condiciones establecidas, aún sabiéndonos en un sistema salvaje y fagocitador. Así, y en relación al tiempo, todas las aportaciones de este número son espacios de apertura experimental y quienes las proponen exploran vías de análisis y/o disidencia temporal con la finalidad de reconocer temporalidades individuales y colectivas otras. [2]La formulación remite a Foucault y a sus “espacios otros”, que siendo una construcción deliberadamente extraña también en francés, permiten entender que se hallan fuera de lo pre-establecido Un acto de generosidad para combatir, quizás, temores que ya supo anticipar Arendt:
“El peligro de la futura automatización radica menos en la tan deplorada mecanización y artificialización de la vida natural, que en el hecho de que toda la productividad humana, a pesar de su artificialidad, quedara absorbida en un proceso de vida enormemente intensificado y siguiera de manera automática, sin dolor ni esfuerzo, su siempre repetido ciclo natural. El ritmo de las máquinas ampliaría e intensificaría grandemente el ritmo natural de la vida, pero no cambiaría, sino, que haría más mortal, el principal carácter de la vida con respecto al mundo, que es desgastar la «durabilidad»”[3]Arendt, Hannah, La condición humana (1958), Buenos Aires: Paidós, 2009, p. 139.
Nos preguntamos entonces: ¿No deberían ser los cuerpos trabajadores los que determinen cuándo y cuánto pueden trabajar o cuánto margen tienen antes de iniciar la jornada? ¿Cuántas flores se pueden contar por el camino? ¿Cuántas estelas de avioneta se marcan en el cielo, simplemente atendiendo ese espacio que implica también cierta casualidad?
Reivindicamos, pues, ocuparnos del tiempo, para liberarnos de una crononormatividad que otras supieron nombrar antes. Y como Harlan, el protagonista del clásico de Asimov, quien se dedicaba a trabajar para, en y con el tiempo, las aquí presentes estamos atrapadas también en su análisis y en la búsqueda de temporalidades que posibiliten vivir mejor. Porque pensar la experiencia del tiempo a menudo comporta ralentizar, y es, por tanto, una forma de detenerlo. Y quizás esa sea la primera verdadera soberanía temporal que logramos alcanzar.
REFERENCIAS
[Imagen destacada: Unease Beach, Sofía Chaves Hernandez. Instalación, 2022 (creada para el Máster Data & Design – ELISAVA)]
↑1 | Asimov, Isaac (trad. Fritz Sengespeck), El fin de la Eternidad (1955), Madrid: DeBolsillo, 2004, p. 55 |
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↑2 | La formulación remite a Foucault y a sus “espacios otros”, que siendo una construcción deliberadamente extraña también en francés, permiten entender que se hallan fuera de lo pre-establecido |
↑3 | Arendt, Hannah, La condición humana (1958), Buenos Aires: Paidós, 2009, p. 139 |
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)