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Ojalá fuera tan fácil y rápido como pulsar un switch. Instantáneamente, pensamos en el “Modo Oscuro” de muchas aplicaciones de smartphone y sistemas operativos. Esa decisión que, para los que pasan mucho tiempo mirando pantallas, aligera un poco la fatiga visual y contribuye al ahorro de batería. Antes, tal cosa no existía y deberíamos habernos remitido al mitológico lado oscuro literario y/o cinematográfico, encapsulando así a una humanidad deprimida, sucumbida por la negatividad, las malas intenciones y la falta de empatía.
“Modo Oscuro”, en este caso, tampoco se refiere al abandono del lógico antagonista, un light mode o “Modo Luminoso” (el Siglo XX y lo que llevamos del XXI no puede relacionarse con luz precisamente, a pesar de haber presenciado la caída total del “estado de bienestar”). Más bien, debemos imaginar una niebla que está tiñendo nuestras estructuras internas y externas de un extraño color alquitrán. No hubo ningún golpe, ni ningún parón, ni siquiera ningún anuncio o rueda de prensa. Ni ruptura ni cataclismo alguno: sólo un cambio en el tono del fondo, como si la realidad ahora tuviera menos voltaje.
Este “DARK MODE” no transforma lo que hacemos, pero sí altera la manera en que lo percibimos. Todo continúa igual, pero sin brillo, sin expectativa, como si el presente hubiera decidido mantenerse encendido sólo por inercia. Vivo, pero con todo perdido. Este es el modo operativo de nuestro presente: una cultura que ya no puede corregir sus fallos y debe, simplemente, aprender a vivir con ellos. Lo que antes era “reparación”, hoy es “gestión del colapso” y cada pieza de esta serie ha querido observar alguna de las múltiples capas de esta metáfora: la guerra como uno de los últimos lenguajes comunes; la percepción como espejismo y campo de batalla; el cuerpo como protocolo y la tecnología como religión parasitaria. El resultado es una topografía del colapso, del desgaste sostenido.
En La militarización del presente, la “guerra” deja de ser un evento excepcional para convertirse en un modelo organizativo: su lógica (ataque, defensa, control del territorio) se replica en redes sociales, entretenimiento, las artes, la memética y por supuesto en el discurso cultural y político. El enfrentamiento garantiza atención y produce valor. No hay treguas porque la fricción sostiene la visibilidad y la violencia ya no tiene por qué ocultarse. Por su parte, Dile hola al Pandemónium examina una fase complementaria: el desorden informativo. La abundancia de versiones destruye el acuerdo mínimo sobre “lo real”. En este contexto, cada individuo defiende su pequeño orden perceptivo como un dogma. La verdad pierde importancia porque no es rentable.
En BROzempic trasladamos ese principio de control al “cuerpo”: cuando el entorno ya no puede estabilizarse, el sujeto se estabiliza a sí mismo. La masa de carne y “vida” se trata como un sistema operativo que necesita parches constantes. Ozempic, las bolsas de nicotina, las rutinas de longevidad y productividad extrema son expresiones de una misma idea: eliminar la carencia y mantener la eficiencia.
Ante esta descentralización cognitiva, perceptiva y corporal, Guía del “Nuevo Anticristo” para doommies se centra en cómo el capitalismo tecnológico aspira a comportarse como una “religión de sustitución”. Thiel y otros empresarios de Silicon Valley formulan una fe en el mercado capaz de absorber la catástrofe colectiva y de nuestras infraestructuras (internas y externas, individuales y colectivas). El deseo o la ínfima posibilidad de una “salvación” se privatiza.
Las instituciones, las narrativas y los individuos han aprendido a funcionar dentro de su necrosis sin pretender revertirla. La gestión sustituye a la política, la eficiencia a la imaginación. Los conflictos, las creencias, las emociones y el deseo se procesan con la misma lógica con la que se optimiza una aplicación: parches, actualizaciones, métricas, tiempo de uso. La “estabilidad” para con la degradación se convierte en el único horizonte compartido.
Hemos aprendido a sostener nuestro propio colapso. Ese es el nuevo orden: no reconstruir lo que está descomponiéndose pero asegurarnos de que siga funcionando.
Frankie Pizá (Palma de Mallorca, 1984) es crítico cultural, divulgador y fundador de FRANKA™️, un medio independiente que analiza la intersección entre las artes, la tecnología y la cultura. Su trabajo se centra en una idea simple y poco frecuente: “proteger el contexto” en un momento en que todo tiende a la desinformación, la precariedad creativa y el ruido algorítmico. Ha trabajado en proyectos de referencia como Primavera Sound, Red Bull Music Academy o Concepto Radio y ha colaborado en distintos medios y plataformas culturales. En los últimos años se ha consolidado como una de las voces más singulares en lengua castellana a la hora de interpretar fenómenos. Sus ensayos se balancean entre la crítica cultural y la teoría contemporánea y buscan explicar lo que está pasando en tiempo real, con un lenguaje crítico y accesible.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)