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Dibújame una noche

Magazine

06 febrero 2006

Dibújame una noche

Si pensamos en los sistemas de recepción que suelen definir nuestro consumo de arte contemporáneo, ya sea en exposiciones específicas, en colecciones de museos o en cualquier otro tipo de evento artístico dedicado a la presentación pública de arte, vemos que nuestras posibilidades de emoción inmediata e interactuación directa topan frecuentemente con la neutralidad y respeto que plantean los espacios de galerías, centros de arte o instituciones museísticas.


Cuando en lugar de visitar una exposición, asistimos a un concierto en directo o escuchamos un disco – prácticas que implican un registro de presentación más próximo y relajado – ese componente emotivo parece surgir de manera más natural e impulsiva, sin complejos giros conceptuales, sin necesidad de pensar demasiado o sin esforzarnos por legitimar (con la mejor de las intenciones) aquello que estamos viendo o escuchando.

Quizás este hecho se deba simplemente a que nos hallamos ante producciones culturales distintas, con circuitos de difusión propios e independientes, que evidentemente implican ritmos de consumo dispares e indisociables. No obstante, es probable que al dejarnos llevar en exceso por los roles habituales de recepción del hecho artístico, no nos demos cuenta que las exposiciones de arte pueden buscar y conseguir también ese nivel de conexión a flor de piel que a veces puede parecer más evidente en otro tipo de producciones.

Si seguimos analizando algunos paralelismos entre los modelos de consumo en arte y el consumo musical, podemos darnos cuenta como, el deseo de comunicar y emocionar al espectador/oyente de manera directa y sencilla, puede llevar a los artistas visuales/músicos a un ejercicio riguroso de simplificación voluntaria en el que, con los mínimos medios, se intente conseguir la máxima expresión. Así, y sin un gran despliegue de recursos -ya sean artísticos o musicales – el usuario puede encontrar propuestas que ofrezcan, con casi nada, un enorme poder de seducción y entusiasmo. Medios sencillos capaces de alterar la sensibilidad del receptor hasta el punto de transformarse en algo significativo para él.

No es gratuito que una parte importante de la producción de música popular contemporánea se decante actualmente hacia cierta desnudez de formatos que recuperan la noción convencional de canción. Igual como tampoco lo es que, desde el arte actual se busquen a su vez estrategias de contacto desde la simplicidad y la proximidad del dibujo. Economías simples (casi precarias) que devuelven al artista su capacidad de relatar, comunicar e interpretar el entorno desde una voluntad sincera de emocionar al receptor desde lo más simple.
«World painting, el mundo como me lo imagino o como me temo que es», exposición comisariada por Maribel López, centrada en el dibujo como hilo argumental, genera de manera hábil y directa – además desde un espacio de entrada duro y distante como el de la galería de arte – unos vínculos afectivos para/con el receptor similares a los que éste puede encontrar en el consumo de un disco o de un concierto en directo. Es decir, emoción explícita capaz de ofrecer múltiples niveles de contacto entre lo expuesto y la mirada-presencia (especializada o no) del usuario.

De este modo, el subtítulo de la muestra (el mundo como me lo imagino o como me temo que es) se convierte en una declaración de principios que, casi como si se tratara de un disco recopilatorio, plantea un recorrido emotivo por el trabajo de ocho jóvenes artistas que utilizan el dibujo como principal mecanismo de apropiación e interpretación de la realidad. Si además tenemos en cuenta que algunos de los proyectos han sido creados directamente para el espacio de la galería, «World painting» se sitúa sutilmente próxima a la noción de actuación en directo en la que cada pieza (cada canción) establece un ritmo de recepción en presente. Temporalidad que, como pasa en un concierto, suprime de manera efectiva las distancias habituales entre obra y receptor.

Casi como si se tratara de un disco recopilatorio, la exposición plantea un recorrido emotivo por el trabajo de ocho jóvenes artistas que utilizan el dibujo como principal mecanismo de apropiación e interpretación de la realidad

Como si se tratara realmente de canciones, los trabajos expuestos en «World painting» plantean múltiples líneas de comunicación con el objetivo de construir ciertos discursos (más o menos utópicos) representativos de nuestro entorno cotidiano. Y como pasa con las canciones, pese a mantener un punto de partida común (la realidad), algunos de ellos miran más hacia fuera y otros más hacia dentro. Los sencillos dibujos sobre la presencia-ausencia de cielo en fotografías de portadas de periódico de Cristina Gómez Barrio, ejercicio de exploración gráfica de los modelos de transmisión y acceso a la información; el trabajo opresivo y asfixiante de Abigail Laskoz como símbolo icónico del abuso de poder; la instalación de Tor-Magnus Lundeby como confrontación y conflicto político entre el continente africano y Europa; la apropiación descarada e irónica de Silvia Prada sobre el mundo de las tendencias y la moda, con enormes dibujos aplicados directamente en las paredes de la galería; o los paisajes virtuales de Benjamin Edwards como interpretaciones libres de un futuro cercano dominado por la tecnología, serían ejemplos de la voluntad de extraer ciertas reflexiones y preocupaciones implícitas en nuestra vida cotidiana. Por otro lado, y de forma prácticamente inversa, la muestra recoge trabajos en los que, desde una posición más intimista e introspectiva, sus autores desvelan una especie de mapas internos en los que el receptor puede encontrar diferentes niveles de acceso e identificación. La mitología personal y esquemática de Jesper Dalgaard, con sus breves relatos sobre temas tan universales como el amor o el miedo; el listado de nombres de Pauline Fondevila, claro ejercicio de cartografía mental en los que de forma casi delirante y desjerarquizada agrupa todo un complejo mundo de referentes y relaciones; o el microcosmos construido por Sharon Houkema en pequeños papeles a base de dibujos que se interrelacionan dando a lugar a un laberinto visual de múltiples posibilidades de lectura, reflejarían el intento de compartir con el receptor el imaginario personal y emotivo que configura el trabajo del artista.

En definitiva, «World painting» ofrece, desde el contexto del arte contemporáneo, ocho miradas específicas sobre diferentes estrategias por imaginar el mundo o por desvelar de manera crítica como realmente éste es. No obstante, y al igual que pasa en un disco o en un festival de música, la agrupación amplia de propuestas hace que el espectador se sienta más o menos atraído por una u otra, capaz de generar así vínculos de proximidad y emoción según sus intereses y/o preferencias. Quizás ahí, en esa apertura de recepción, reside uno de los principales atractivos de «World painting». Un conjunto de piezas muy bien escogido que permite además una aproximación individualizada y diferenciada.

David Armengol (Barcelona, 1974) es comisario independiente y combina su práctica curatorial con otras actividades paralelas como la gestión cultural y la docencia. Le interesa especialmente la música, la naturaleza y el relato, pero desde el ámbito del arte contemporáneo. Es decir, no sabe tocar ningún instrumento, no es un gran aventurero y no domina el arte de narrar. En cierto modo, le basta con que sus pasiones sonoras, paisajistas y narrativas convivan en el formato de una exposición. Por eso siempre piensa en artistas.

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