close

En A*DESK llevamos desde 2002 ofreciendo contenidos en crítica y arte contemporáneo. A*DESK se ha consolidado gracias a todos los que habéis creído en el proyecto; todos los que nos habéis seguido, leído, discutido, participado y colaborado. En A*DESK colaboran y han colaborado muchas personas, con su esfuerzo y conocimiento, creyendo en el proyecto para hacerlo crecer internacionalmente. También desde A*DESK hemos generado trabajo para casi un centenar de profesionales de la cultura, desde pequeñas colaboraciones en críticas o clases hasta colaboraciones más prolongadas e intensas.

En A*DESK creemos en la necesidad de un acceso libre y universal a la cultura y al conocimiento. Y queremos seguir siendo independientes y abrirnos a más ideas y opiniones. Si crees también en A*DESK seguimos necesitándote para poder seguir adelante. Ahora puedes participar del proyecto y apoyarlo.

Dile ¡Hola! al Pandemónium

Magazine

13 octubre 2025
Tema del Mes: Dark ModeEditor/a Residente: Frankie Pizá

Dile ¡Hola! al Pandemónium

Vuelvo frecuentemente a un artículo de Bertrand Russell donde el británico le dice a su “estimado lector”: “No conozco la naturaleza de sus creencias, pero, sean las que sean, debe usted admitir que el noventa por ciento de las creencias del noventa por ciento de la humanidad son totalmente irracionales”. Con el título de ¿Existe Dios?, el texto escrito en 1952 derriba milenios de creencias teológicas tradicionales desde la lógica y el ingenio. En uno de los momentos clave, Russell escribe: “Si yo sugiriera que existe una tetera de porcelana entre la Tierra y Marte que orbita en una trayectoria elíptica alrededor del sol, nadie sería capaz de rebatirme siempre y cuando yo me cuidase de advertir que dicha tetera es demasiado pequeña como para poder ser detectada inclusive por nuestros instrumentos más potentes”.

El resumen de la pieza es simple: “se acostumbra a suponer que si un credo está extendido es porque debe existir algo razonable que lo sostenga”. La supuesta idea de la tetera es, sobre el papel, algo impensable. Pero no por ello deberíamos dar esta teoría por muerta: imaginad que, de repente, un minúsculo nicho descentralizado en Internet empieza a bromear con la idea, y de la informalidad se pasa a la propagación y de ahí a una descabellada creencia colectiva que se niega a desaparecer. Ya ha pasado antes: el “inventor” de Birds Aren’t Real, Peter McIndoe, aclaró después de unos años de expansión de su sátira que aquello era justamente una parodia crítica sobre las teorías de la conspiración. Parte de los “creyentes” en aquella historia, que afirmaba que “el Gobierno había sustituido los pájaros por drones de vigilancia”, sigue hoy reforzándola.

A nadie nos suena insólito que algo objetivamente falso pueda transformarse en un credo compartido. Es, irónicamente, lo más real y tangible del presente mediático: la realidad se ha convertido en un enjambre autorreferencial donde cada voz reclama su propia soberanía perceptual. Es la forma en que el mundo finge que sigue viéndose a sí mismo después de un total colapso de consenso. No existe claridad posible, ni relatos compartidos, solo brillos intermitentes sobre pantallas negras, fragmentos que simulan certeza y que compiten por imponerse como la realidad. Es como si estuviéramos mirando de lejos cómo nuestra embarcación se acerca al Pandemónium (Pandæmonium, término que John Milton popularizó para poner nombre a la capital del infierno en su poema épico de 1667 El paraíso perdido). Me refiero concretamente a la versión que resignificaron los del CCRU (La Unidad de Investigación de Cultura Cibernética en Warwick) para describir la hiperactividad del capitalismo digital: una multitud de narrativas simultáneas, cada una convencida de su propia lucidez, que se hacen reales al circular.

Lo que está orquestando esa entidad, el Pandemonio, los Nick Land, Mark Fisher o Sadie Plant lo llamaron hiperstición: rumores, teorías conspirativas, memética y narrativas emocionales que “se cumplen” al ser actuadas colectivamente. Una actualización del egregor o la misma propaganda que aquel atajo de filósofos aceleracionistas ingleses profetizó antes de la llegada de las plataformas sociodigitales. Lo que no sé si imaginaron es cómo las Instagram, X,TikTok, YouTube y de más iban a actuar de ejecutores (en tiempo real) de esos procesos hipersticionales. Lo que en los años 90 fue una provocación teórica, hoy se ha convertido en una infraestructura algorítmica repleta de mitos performativos que fabrican sus propias evidencias.

Sería algo alucinado pero no del todo incierto que la producción cultural de hoy es un laboratorio manipulado en esa ciudad demoníaca. Hace pocos días que la conversación mediática alrededor del nuevo álbum de Taylor Swift fue monopolizada por la creencia de que una de las canciones, Actually Romantic, lleva consigo un beef dirigido a Charli XCX. Todo empieza con una lyric ambigua (“I heard you call me «Boring Barbie» when the coke’s got you brave”) y la intuición colectiva de que contenía una indirecta teledirigida. En cuestión de horas, los foros, las cuentas de fandom y los medios nicho habían trazado genealogías completas del supuesto conflicto: screenshots, comparaciones, teorías cruzadas, interpretaciones retrospectivas de gestos en footage conjunto, incluso estadísticas de reproducciones. Ya no hacía falta confirmar nada: la verosimilitud emocional era más que suficiente para que el relato prosperara. Los fans actúan como comunidades hipersticionales y producen la realidad a base de conflictos que se alimentan a través de su propia incertidumbre.

Las historias que más se comparten son las que mejor anticipan el mundo. El propio Nick Land comentó que “la aceleración no predice el futuro, más bien lo precipita”. Las fake news, un fenómeno muy antiguo que ha adquirido nueva significancia en el entorno digital, son otro ejemplo: una suerte de realidades en fase beta, probadas por millones de usuarios en directo y que acaban prototipando futuros y narrativas colectivas. Recuerdo una conferencia sobre posverdad a la que acudí hace unos años en la que sólo apunté una cita: “Ya no discutimos sobre hechos, sino sobre qué versión de los mismos nos resulta más útil”.

En este contexto, el Pandemónium se vislumbra como orden para el caos: un sistema de creencias autoorganizado que reemplaza la razón pública por la intensidad emocional y lo instaura como criterio de verdad. Cada lado construye su propio lore, universo, ecosistema de referencias, escoge sus mártires y señala a sus enemigos. Y lo hace con la misma pasión que antes se reservaba a lo religioso. Por seguir con este tipo de metáfora, en su pieza Digital Demonology: On the Auto-Production of Content, Matt Colquhoun propone que estos algoritmos y/o agentes hipersticionales han adquirido un carácter casi demonológico.

Aplicado a lo que nos concierne ahora mismo, Colquhoun avisa que los usuarios no producen el contenido, son en realidad producidos por él. Las comunidades digitales funcionan como coros poseídos por una inteligencia distribuida que no busca verdad y absoluto coherencia, solo le preocupa que el rendimiento no se detenga. En ese sentido, los fandoms contemporáneos son una versión secular del trance. Interpretan, reaccionan, ritualizan, dominados por su chamán simbólico: el razonamiento motivado.

Los sujetos se sienten autores cuando en realidad son canales de una narrativa que los excede por completo. El discurso traspasa la propia parasocialidad y circula como una energía autónoma, viral y descentrada, alimentada por el mismo combustible que sostiene cualquier guerra cultural en la que pensemos: el deseo, el resentimiento o el reconocimiento.

El resultado de esa alucinación generalizada es una pluralidad perceptual y/o “feudalismo digital”: cada plataforma, comunidad o grupo establece sus propias leyes, su propio sentido, sus dioses, sus antagonistas y sus recompensas. Lo real se territorializa y cada comunidad defiende lo suyo como si fuera un territorio soberano. Empaqueta y teatraliza su propio proof-of-belief. Y en esa geografía fragmentada, lo real se vuelve algo opcional: todo es real-ish o fake-ish hasta que una comunidad decide lo contrario. De hecho, a veces me imagino qué ocurriría hoy en día si empezara a circular una historia como la del dragón en el garaje de Carl Sagan (1995, El mundo y sus demonios): los que se cuadrarían sobre sí mismos y sobre su argumento ad ignorantiam (que nadie puede en realidad probar que en el garaje de Sagan no vivió “un dragón que escupía fuego”): seríamos incapaces de controlar que esa historia no acabara quemándonos de verdad.

A veces sonrío ligeramente cuando pienso en cómo ilustraría yo el Pandemónium: un surtido à la freak show con demonios, diablillos y coludos de infinitas tipologías y remezclas. Todos conectados al mismo ordenador central manipulando narrativas y creencias en directo, de forma orgánica, mientras hablan entre ellos. Uno de ellos, pienso a veces, podría tener el rostro de Curtis Yarvin o Steve Bannon (aquel Belcebú moderno que extendió, inspirado por los aceleracionistas, lo de “flood the zone with shit” en terreno político: la mejor forma de vencer un relato no es rebatirlo sino ahogarlo en miles de versiones). Otro podría darse un aire a Jacques Lacan, el mismo que comentó que “toda verdad tiene la estructura de una ficción”.

O puede que lo de esta ciudad de criaturas demoníacas que juegan con nuestra percepción sólo sirva para visibilizar e infantilizar el problema. Puede que el Pandemónium se parezca a una niebla, una condición atmosférica que nos envuelve, nos recarga y nos acaba hipnotizando. Entre esa extraña contaminación, cientos de miles de verdades incompatibles coexisten y, el sistema, casi como un mecanismo de protección ontológica mal aplicado, aprende a devolvernos la versión del mundo que mejor pueda proteger nuestro equilibrio emocional. ¡No me digáis que no suena bien! ¡Tiene que ser cierto!

Frankie Pizá (Palma de Mallorca, 1984) es crítico cultural, divulgador y fundador de FRANKA™️, un medio independiente que analiza la intersección entre las artes, la tecnología y la cultura. Su trabajo se centra en una idea simple y poco frecuente: “proteger el contexto” en un momento en que todo tiende a la desinformación, la precariedad creativa y el ruido algorítmico. Ha trabajado en proyectos de referencia como Primavera Sound, Red Bull Music Academy o Concepto Radio y ha colaborado  en distintos medios y plataformas culturales. En los últimos años se ha consolidado como una de las voces más singulares en lengua castellana a la hora de interpretar fenómenos. Sus ensayos se balancean entre la crítica cultural y la teoría contemporánea y buscan explicar lo que está pasando en tiempo real, con un lenguaje crítico y accesible.

Media Partners:

close
close
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)