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El actual auge del género documental debe observarse detenidamente desde al menos tres esferas de producción de visualidad; la televisión, el cine y el arte. Cada una de estas esferas genera sus particulares productos dentro de sus territorios acotados, mientras que la interrelación y fluidez del género traspasa a menudo fronteras de uno a otro.
El documental ha devenido en el género artístico que mejor reproduce las contradicciones de la representación en el posmodernismo tardío. Su bonanza tiene algo de epocal, como si su ascenso significara una necesidad sistémica todavía indiscernible.
Mi interés por material audiovisual excitante me llevó a una sala de cine a ver Searching for Sugar Man de Malik Bendjelloul, a la postre ganadora del Oscar al mejor documental. Acudir a ver una película un día antes de la gala de Hollywood sin saber que está nominada parece toda una garantía de objetividad crítica. Lo primero, la sorpresa por ver que la pequeña sala estaba bastante llena de público. Acto seguido comienza la proyección y desde los primeros compases, algo no funciona. Searching for Sugar Man narra la figura de Rodríguez, o Sixto Rodríguez, un cantautor que a comienzos de los sesenta pudo ser más grande que Bob Dylan o quizás alcanzar el estatus de los Rolling Stones. Pero no fue. Sin embargo, por causas misteriosas no del todo claras, Rodríguez consiguió un enorme éxito en Sudáfrica, convirtiéndose en todo un símbolo para los afrikaners. Rodríguez nunca se enteró de su gran éxito en ese país, y después del fracaso estrepitoso de su primer álbum en los Estados Unidos, regresó a su trabajo de albañil con el misticismo y la austeridad de un poeta callejero. La historia increíble pero cierta de Rodríguez es real y captura al público por su humanidad y carisma.
La forma concienzudamente empleada por el director parece la de un falso documental. A medida que avanza deviene más en un rockumentary. Y aquí comienzan los problemas: existe un lenguaje fílmico tan elaborado, una producción tan estetizada y una ambición comercial tan desmesurada que la posible historia de Rodríguez acaba consumida y reintegrada al carro del mainstream revisionista. Grandes panorámicas aéreas de ciudades, puestas de sol, animaciones digitales y la deshonesta manía de quitarle el color a una imagen digital son sólo algunos pecados que denotan el ansia por colonizar el cerebro y el corazón de los espectadores. Esta producción arruina lo que por otra parte parece un argumento con posibilidades.
Mientras la irritación del que esto escribe va in crescendo, la sala se abandona a las canciones y al esteticismo dominante. No existe en esta película elemento no guionizado que pudiera abrir una brecha por donde se pudiera colar un resquicio de aire fresco. Mientras que el entusiasmo de los “investigadores” y fans sudafricanos parece sacado de un casting, la figura de Rodríguez sucumbe a la mayor de las manipulaciones. Solamente el material de archivo de una gira de conciertos del cantautor en el país africano a finales de los noventa consigue romper el tratamiento maniqueo y enmascarador.
La primera parte parecería ofrecer pistas para una indagación propia de Sherlock Holmes. ¿Quién es Rodríguez? ¿Realmente, como dice la leyenda sudafricana, se suicidó en un concierto quemándose a lo bonzo? ¿Acaso se voló la cabeza en directo? Ésta es la parte más adecuada para el mapeo cognitivo propio del género documental. Entonces se demuestra que los géneros sólo están al servicio de los directores y que es el talento de éstos y sus guionistas lo que puede insuflar vida a una narración, tanto en la no ficción como en la ficción. (Me viene a la cabeza Zodiac, 2007, de David Fincher, todo un caso de complejidad alrededor de la identidad de un personaje real, pero con un tratamiento de ficción).
Pero aparte de las formas, hay en Searching for Sugar Man todo un síntoma propio de una contemporaneidad como la nuestra, que no se cansa de descubrir y redescubrir aquellos capítulos olvidados de una Historia otra: el hallazgo de alguien que pudo reinar pero que escogió la vía equivocada. Hoy en día este historicismo cultural funciona como estrategia para hacer consumible cualquier cosa que todavía no ha sido explotada. Hordas de guionistas profesionales y amateurs por todo el mundo trabajan sin descanso para dar con aquella historia no del todo reconocida por las masas. Podría ser un músico, un artista o cualquier episodio del pasado que regresa. Da lo mismo. La misma noche después de ver Searching for Sugar Man me enteré que estaba nominada a los Oscar, y acto seguido intuí el inminente resultado. La Academia no se equivoca en cuanto a su olfato.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)