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Marzo, 2006. Un inspector de obra encuentra una extraña caja debajo del puente de Brooklyn. Escrito sobre ella: “Para usar sólo tras ataque enemigo”. Fecha: “1957”. La caja se lleva a un laboratorio, donde se determina que es una cápsula del tiempo. Un dispositivo en el que se introducen objetos, documentos, semillas, etc., creado en el pasado para que sea abierto en el futuro. En este caso, proyectado durante la paranoica época de la Guerra Fría para ser desempacado en caso de ataque nuclear. Los expertos abren esa caja. Un paquete. Lo desenvuelven. Aproximadamente 352.000 galletas saladas. Una sensación agridulce recorre el cuerpo de los expertos. Más agria que dulce.
Varios proyectos artísticos se basan, desde hace cierto tiempo, en la idea de la cápsula de tiempo para reflexionar acerca, más que del futuro, del presente. Obras de arte pensadas para ser vistas por los espectadores del mañana. La idea del artista que no trabaja presionado por el mercado, por las modas, ni siquiera por el espectador coetáneo, alcanza aquí una nueva dimensión. Concretamente, la cuarta.
Recientemente la artista Isabel Marcos, en el Centro de Arte Dos de Mayo, propuso Un futuro así contado. A través de una guía del futuro, Zhora Burgue (interpretada por Isabel Burguete) mostraba a los espectadores una serie de objetos que la servían para interpretar los acontecimientos ocurridos en Móstoles, donde está el CA2M, desde el 2015 hasta el 2025. Guerras mundiales, consecuencias del cambio climático, revueltas… contado a través de piedras, hojas o bancos. Humor, reflexión y futuro en un mismo proyecto artístico.
No sabemos si Marcos conocía las Time capsules lanzadas por Andy Warhol, (de las que, como las de Ant Farm, ya se habló hace un tiempo en A*DESK). Warhol comenzó a guardar cosas en 1974. Creó 612 cápsulas del tiempo. El artista escribió acerca de ellas en su diario: «Algún día las venderé por 4.000 o 5.000 dólares cada una. Solía pensar que cobraría 100, pero ahora creo que este es mi nuevo precio». Warhol falleció en 1987, y sus cajas fueron abiertas en 1994, con información sobre su vida cotidiana. ¿Qué esperabais de un artista egocéntrico, galletas saladas?
La idea de Iván Argote y Pauline Bastard es más participativa. En el 2013 diseñaron la Munich Time Capsule, que recolectó mensajes, documentos y deseos de los ciudadanos de Munich para ser custodiados durante 100 años y desvelados en el 2113 (hay una petición para que se exponga en esa fecha en la misma ciudad). El continente permanece oculto dentro de una roca hueca, que pudimos ver exhibida en la exposición colectiva comisariada por Sonia Fernández Pan El futur no espera (en La Capella, Barcelona, 2014). Aún se pueden mandar mensajes.
Un año después de eso que no veremos, porque estaremos muertos (yo seguro), se podrán leer los libros de La biblioteca del futuro en Oslo, impulsada por la artista escocesa Katie Paterson. Cada año invita a un escritor a enviar un manuscrito original que será leído en el 2114. Entre otros, ya ha mandado su texto Margaret Atwood. La biblioteca que los albergará estará lista en el 2018, y los árboles que abastecerán de hojas a los volúmenes ya han sido plantados. Libros escritos para gente que aún no ha nacido.
Otro par de proyectos, más modestos, sí están pensados para poder ser descubiertos en vida. El primero se encuentra en el Centro-Museo Artium, en el que los ciudadanos de Vitoria alojaron lo que quisieron dentro de una cápsula del tiempo que será desvelada en mayo del 2022. En Chile también se hizo una experiencia “in progress”, que finalizará en el 2022. El espacio Local, de Santiago de Chile, convocó para una exposición a ocho artistas jóvenes, que firmaron, junto con los dueños de Local, un contrato por el que se comprometían a volver a exponer juntos en el citado 2022. Una experiencia que ironiza acerca del concepto de «artista emergente», de los contratos de las galerías comerciales y del circuito artístico chileno. Quién sabe si para la siguiente década los ocho artistas son ocho «Alfredos Jaar».
Esperemos que ese proyecto no salga tan cutre como la Cápsula del tiempo que organizó el colectivo Agencia de Viaje con motivo de la Exposición Universal Sevilla 92. Se invitaba a la gente a donar objetos y mensajes para el futuro, incrustándolos en una especie de río de lava petrificada que, incluso viendo sólo las imágenes, transmite mal olor. Como curiosidad, esta obra fue previamente censurada en la ciudad que la iba a acoger en un principio, Córdoba, por líos políticos (no por su fealdad).
Para hacer esa chapuza, mejor “¡hágalo usted mismo!”. Hay webs en las que se explica, de forma sencilla, cómo elaborar tu propia cápsula del tiempo. Para que la vean tus nietos, para que sea usada después de un ataque enemigo, o para que los humanos del futuro descubran las cosas que a los humanos del pasado les preocupaban en su presente. Te encontrarás ante una extraña sensación; ¿Por qué dejar recuerdos al futuro?
Analizando los ejemplos expuestos, pueden entreverse diversas motivaciones; desde un egocentrismo atemporal (Andy Warhol), una llamada de alerta acerca de problemas ecológicos, políticos y sociales (Isabel Marcos), la paranoia de la Guerra Fría, una reflexión acerca de la “carrera del artista” (Local) o un impulso experimental, juguetón, que incluso roza el absurdo (Argote y Bastard, Paterson).
La reflexión amplía sus posibilidades: ¿para quién trabaja el artista y cómo ello modifica su manera de abordar el trabajo? Más interesante que nunca; el arte es hoy una herramienta interactiva que necesita del espectador, el artista vive del feedback. Permanece latente la teoría deshilvanada por Boris Groys (Política de la inmortalidad, Ed. Katz, 2008), y el cambio de paradigma del creador que ya no especula con el «legar una obra para la posteridad» sino que naufraga en un «Siempre/Todavía» (por recordar la exposición Everstill comisariada por Hans Ulrich Obrist en la Casa-Museo de Lorca en Granada en el 2007). En un presente en el que “Todo ocurre ahora” (Present Shock. When everything happens now, Douglas Rushkoff, Ed. Current, 2013) continuamos la indagación del para qué sirve el arte. Quizás cuando se abra la caja, en un futuro cercano, o lejano, se entenderán mejor las motivaciones.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)