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En invierno cuando se acerca la celebérrima ceremonia de los Oscars y demás premios cinematográficos basta echar un vistazo a la cartelera para darnos cuenta de cómo se visibilizan de forma clara, o por el contrario se esconden a más no poder, las problemáticas de la contemporaneidad. Es decir, que se podría tomar la cartelera como una reflexión sobre el zeitgeist: qué se muestra y qué se esconde de nuestras preocupaciones.
Echemos un ojo a las películas que han ganado los últimos premios: en Cannes fue La vida de Adèle, que representa la problematización a día de hoy de una relación y de la sexualidad, siendo en este campo polémica, de una pareja del mismo sexo. En los premios Goya, rodeados de menos glamour, la película más premiada ha sido Vivir es fácil con los ojos cerrados, una suerte de viaje antiépico que intenta ser absurda y tierna por igual, para hablar de la figura del perdedor en la España franquista.
A los premios Oscars, que se celebran esta noche, está nominada como Mejor película de habla no inglesa la italiana La gran belleza, que también compitió como Mejor película europea en los Goya junto a la ganadora de Cannes, La caza y Amour, resultando ganadora ésta última.
Más allá queda la aparente justicia y los intereses de los implicados en la entrega de estos premios, además de ser una justificación para la pasarela del gremio y de llenar las salas cada vez más vacías. Si como apuntaba al principio, la cartelera refleja un clima cultural dominante es en esta nube de películas europeas donde creo distinguir un pensamiento común en todas ellas: el nihilismo sin tragedia.
En ellas se nos muestra que la realidad no es como uno quisiera, no es la soñada debido a muchas causas posibles como la vejez, las inseguridades, el temor injustificado de la sociedad o simplemente el tedio. Si en la película española, no la mejor de Trueba, se habla de una juventud atrapada en un país como lo está la de ahora, no se distingue mucho de la confusión permanente en la que vive Adèle, o en los prejuicios que destrozan la vida de un padre en La caza. En la de Haneke se tocan varios temas delicados sobre el amor y su relación con la muerte y la familia mientras que en la película de Sorrentino se explora más el cinismo y el desencanto de un escritor que no puede escribir, pero que al mismo tiempo se siente fascinado por el fracaso.
Todas se inscriben perfectamente bajo el retrato de un sujeto postmoderno pero parecen anunciar algo. Hace unos años el pesimismo se extendía debido a la crisis financiera y existencial, la catástrofe reinaba en los cines, el cine apocalíptico se hizo con las salas de la misma manera que lo hizo el cine de monstruos durante la guerra fría. Los miedos humanos expuestos en la pantalla. Sin embargo, desde hace poco impera un nuevo cine que parece buscar una solución al ya muerto estado de bienestar y a la alternativa que se imponía ante de la reformulación de un capitalismo agonizante. Ésta parece ser una búsqueda entre la subjetividad y la vida en comunidad.
Son películas tristes y nostálgicas, e incluso duras; en ningún caso alegres. Sin embargo guardan en sus desenlaces una semilla de esperanza, aunque no se resuelven de una forma más o menos simple o acaban con un final feliz, sin cinismo alguno apuntan a que ante un futuro incierto el camino está para ser recorrido y el error forma parte de él. Citando a Gilles Lipovetsky en La era del vacío “Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo: ésta es la alegre novedad.”
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)