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El derecho universal a respirar

Magazine

03 julio 2023
Tema del Mes: El Peso del AireEditor/a Residente: Olga Subirós

El derecho universal a respirar

Ya hay quienes hablan de «post-Covid-19». ¿Y por qué no iban a hacerlo? Aunque, para la mayoría de nosotros, especialmente los que vivimos en partes del mundo donde los sistemas sanitarios han sido devastados por años de negligencia organizada, lo peor aún está por llegar. Sin camas de hospital, sin respiradores, sin tests masivos, sin máscaras ni desinfectantes ni espacios para poner en cuarentena a las personas infectadas, por desgracia, muchos no pasarán por el ojo de la aguja.

1.

Una cosa es preocuparse por la muerte de otros en una tierra lejana y otra muy distinta tomar conciencia de repente de la propia putrescencia, verse obligado a vivir íntimamente con la propia muerte, contemplándola como una posibilidad real. Tal es, para muchos, el terror que desencadena el confinamiento: tener que responder finalmente por la propia vida, en el propio nombre.

Debemos responder aquí y ahora por nuestra vida en la Tierra con los demás (incluidos los virus) y nuestro destino compartido. Tal es el mandato que este periodo patógeno dirige a la humanidad. Es patógeno, pero también el periodo catabólico por excelencia, con la descomposición de los cuerpos, la clasificación y expulsión de todo tipo de desechos humanos -la «gran separación» y el gran confinamiento provocados por la impresionante propagación del virus- y, junto a ello, la digitalización generalizada del mundo.

Por mucho que intentemos librarnos de ella, al final todo nos devuelve al cuerpo. Intentamos injertarlo en otros medios, convertirlo en un cuerpo objeto, un cuerpo máquina, un cuerpo digital, un cuerpo ontofánico. Ahora vuelve a nosotros como una horripilante mandíbula gigante, un vehículo de contaminación, un vector de polen, esporas y moho.

Saber que no nos enfrentamos a este calvario en soledad, que muchos no escaparán de él, es un vano consuelo. Porque nunca hemos aprendido a convivir con todas las especies vivas, nunca nos hemos preocupado realmente del daño que como humanos causamos a los pulmones de la tierra y a su cuerpo. Por lo tanto, nunca hemos aprendido a morir. Con el advenimiento del Nuevo Mundo y, varios siglos más tarde, la aparición de las «razas industrializadas», elegimos esencialmente delegar nuestra muerte a otros, hacer un gran banquete sacrificial de la propia existencia mediante una especie de vicariato ontológico.

Pronto ya no será posible delegar la propia muerte en otros. Ya no será posible que esa persona muera en nuestro lugar. No solo estaremos condenados a asumir nuestra propia desaparición, sin mediación, sino que las despedidas serán escasas y distantes entre sí. Ha llegado la hora de la autofagia y, con ella, la muerte de la comunidad, ya que no hay comunidad digna de su nombre en la que dar el último adiós, es decir, recordar a los vivos en el momento de la muerte, resulte imposible.

La comunidad -o más bien lo in-común– no se basa únicamente en la posibilidad de despedirse, es decir, de tener un encuentro único con otros y honrar este encuentro una y otra vez. Lo in-común se basa también en la posibilidad de compartir incondicionalmente, cada vez extrayendo de ella algo absolutamente intrínseco, algo incontable, incalculable, inapreciable.

2.

No cabe duda de que el cielo se está cerrando. Atrapada en el estrangulamiento de la injusticia y la desigualdad, gran parte de la humanidad se ve amenazada por una gran asfixia a medida que se extiende por todas partes la sensación de que nuestro mundo se encuentra en estado de indulto.

Si, en estas circunstancias, llega un día después, no puede ser a costa de algunos, siempre los mismos, como en la Ancienne Économie – la economía que precedió a esta revolución. Debe ser necesariamente un día para todos los habitantes de la Tierra, sin distinción de especie, raza, sexo, ciudadanía, religión u otro marcador diferenciador. En otras palabras, llegará un día después, pero solo con una ruptura gigantesca, fruto de la imaginación radical.

No bastará con tapiar las grietas. En lo profundo del corazón de este cráter, literalmente todo debe reinventarse, empezando por lo social. Una vez que trabajar, comprar, estar al día de las noticias y mantenerse en contacto, alimentar y preservar las conexiones, hablar unos con otros y compartir, beber juntos, rendir culto y organizar funerales empiece a tener lugar únicamente a través de la interfaz de las pantallas, es hora de reconocer que por todos lados estamos rodeados de anillos de fuego. En gran medida, lo digital es el nuevo agujero que explota la Tierra. Simultáneamente, una trinchera, un túnel, un paisaje lunar, es el búnker donde todos los hombres y mujeres están invitados a esconderse, en aislamiento.

Dicen que a través de lo digital, el cuerpo de carne y hueso, el cuerpo físico y mortal, se liberará de su peso e inercia. Al final de esta transfiguración, podrá eventualmente atravesar el espejo, separado de la corrupción biológica y restituido a un universo sintético de flujo. Pero se trata de una ilusión, ya que, del mismo modo que no hay humanidad sin cuerpos, la humanidad nunca conocerá la libertad en solitario, al margen de la sociedad y la comunidad, y nunca podrá ser libre a expensas de la biosfera.

3.

Debemos empezar de nuevo. Para sobrevivir, debemos devolver a todos los seres vivos -incluida la biosfera- el espacio y la energía que necesitan. En su húmedo subsuelo, la modernidad ha sido una interminable guerra contra la vida. Y está lejos de haber terminado. Una de las principales modalidades de esta guerra, que conduce directamente al empobrecimiento del mundo y a la desecación de franjas enteras del planeta, es el sometimiento a lo digital.

Tras esta calamidad, existe el peligro de que, en lugar de ofrecer un santuario a todas las especies vivas, el mundo entre tristemente en un nuevo periodo de tensión y brutalidad [1]Partiendo de los orígenes del término como movimiento arquitectónico de mediados del siglo XX, he definido el brutalismo como un proceso contemporáneo mediante el cual «el poder se constituye, … Continue reading

En términos de geopolítica, la lógica del poder y de la fuerza seguirá dominando. A falta de una infraestructura común, se intensificará una partición viciosa del globo, y las líneas divisorias se afianzarán aún más. Muchos Estados tratarán de fortificar sus fronteras con la esperanza de protegerse del exterior. También tratarán de ocultar la violencia constitutiva que siguen dirigiendo habitualmente contra los más vulnerables. La vida detrás de pantallas y en comunidades cerradas se convertirá en la norma.

Especialmente en África, pero también en muchos lugares del Sur Global, la extracción intensiva de energía, la expansión agrícola, la venta depredadora de tierras y la destrucción de los bosques continuarán sin cesar. La alimentación y la refrigeración de los chips informáticos y los superordenadores dependen de ello. El aprovisionamiento y suministro de los recursos y la energía necesarios para la infraestructura informática mundial exigirá nuevas restricciones a la movilidad humana. Mantener el mundo a distancia se convertirá en la norma para mantener los riesgos de todo tipo en el exterior. Pero como no aborda nuestra precariedad ecológica, esta visión catabólica del mundo, inspirada en las teorías de la inmunización y el contagio, contribuye poco a salir del callejón sin salida planetario en el que nos encontramos.

4.

Todas estas guerras contra la vida empiezan por quitar la respiración. Del mismo modo, al impedir la respiración y bloquear la reanimación de los cuerpos y tejidos humanos, la Covid-19 comparte esta misma tendencia. Después de todo, ¿cuál es el propósito de la respiración, sino la absorción de oxígeno y la liberación de dióxido de carbono en un intercambio dinámico entre la sangre y los tejidos? Pero al ritmo que avanza la vida en la Tierra, y teniendo en cuenta lo que queda de la riqueza del planeta, ¿cuán lejos estamos realmente del momento en que habrá más dióxido de carbono que oxígeno para respirar?

Antes de este virus, la humanidad ya estaba amenazada de asfixia. Si tiene que haber guerra, no puede ser tanto contra un virus específico como contra todo lo que condena a la mayoría de la humanidad a un cese prematuro de la respiración, todo lo que ataca fundamentalmente a las vías respiratorias, todo lo que, en el largo reinado del capitalismo, ha constreñido a segmentos enteros de la población mundial, a razas enteras, a una respiración difícil y jadeante y a una vida de opresión. Superar esta constricción significaría que concebimos la respiración más allá de su aspecto puramente biológico, entendiéndola como aquello que tenemos en común, aquello que, por definición, escapa a todo cálculo. Me refiero al derecho universal a respirar.

Siendo tan desraizado cómo nuestra raíz común, el derecho universal a respirar es incuantificable y no puede ser objeto de apropiación. Desde una perspectiva universal, no solo es un derecho de todos los miembros de la humanidad, sino de toda la vida. Por tanto, debe entenderse como un derecho fundamental a la existencia. En consecuencia, no puede ser confiscado y elude así toda soberanía, simbolizando el principio soberano por excelencia. Además, es un derecho originario a vivir en la Tierra, un derecho que pertenece a la comunidad universal de habitantes terrestres, humanos y otros  [2]Véase Sarah Vanuxem, La propriété de la Terre (Paris, 2018) y Marin Schaffner, Un sol commun. Lutter, habiter, penser (París, 2019).

Coda

El caso se ha presentado ya mil veces. Recitamos los cargos con los ojos cerrados. Ya se trate de la destrucción de la biosfera, de la apropiación de las mentes por la tecnociencia, de la criminalización de la resistencia, de los ataques reiterados a la razón, del cretinismo generalizado o del auge de los determinismos (genéticos, neuronales, biológicos, medioambientales), los peligros a los que se enfrenta la humanidad son cada vez más existenciales.

De todos estos peligros, el mayor es el de la imposibilidad de toda forma de vida. Entre los que sueñan con cargar nuestra conciencia a las máquinas y los que están seguros de que la próxima mutación de nuestra especie pasa por liberarnos de nuestra cáscara biológica, hay poca diferencia. La tentación eugenista no se ha disipado. Lejos de ello, de hecho, ya que está en la raíz de los recientes avances de la ciencia y la tecnología.

En esta coyuntura, llega esta repentina detención, una interrupción no de la historia sino de algo que aún se nos escapa. Al habérsenos impuesto, este cese no deriva de nuestra voluntad. En muchos aspectos, es a la vez imprevisto e imprevisible. Sin embargo, lo que necesitamos es un cese voluntario, una interrupción consciente y plenamente consentida. Sin la cual no habrá mañana. Sin la cual no existirá nada más que una serie interminable de acontecimientos imprevistos.

Si, en efecto, la Covid-19 es la expresión espectacular del callejón sin salida planetario en el que se encuentra hoy la humanidad, se trata nada menos que de reconstruir una Tierra habitable para darnos a todos el aliento de la vida. Debemos recuperar los pulmones de nuestro mundo con vistas a forjar un nuevo terreno. La humanidad y la biosfera son una sola cosa. Sola, la humanidad no tiene futuro. ¿Somos capaces de redescubrir que cada uno de nosotros pertenece a la misma especie, que tenemos un vínculo indivisible con toda la vida? Tal vez esa sea la pregunta -la última- antes de que exhalemos nuestro último suspiro.

 

(Este texto fue publicado originalmente en francés, el 6 de abril de 2020 en  https://aoc.media/opinion/2020/04/05/le-droit-universel-a-la-respiration/ , y traducido al inglés por Carolun Shread, publicado el 13 de abril de 2020 en  https://www.journals.uchicago.edu/doi/full/10.1086/711437)

 

[Imagen destacada: “We can’t breathe”.  Proyección de la frase  “We can’t breathe” en un edificio cercano a la Casa Blanca, en Washington, el 3 de junio de 2020, durante las protestas por la muerte en Minneapolis de George Floyd a manos de un policía que lo estaba arrestando. REUTERS/Jonathan Ernst. Font: https://in-cyprus.philenews.com/photos/we-cant-breath/]

 

References
1 Partiendo de los orígenes del término como movimiento arquitectónico de mediados del siglo XX, he definido el brutalismo como un proceso contemporáneo mediante el cual «el poder se constituye, se expresa, se reconfigura, actúa y se reproduce a sí mismo como una fuerza geomórfica». ¿Cómo? Mediante procesos que incluyen «fracturar y fisurar», «vaciar recipientes», «perforar» y «expulsar materia orgánica», en una palabra, mediante lo que yo denomino «agotamiento» (Achille Mbembe, Brutalisme [París, 2020], pp. 9, 10, 11).
2 Véase Sarah Vanuxem, La propriété de la Terre (Paris, 2018) y Marin Schaffner, Un sol commun. Lutter, habiter, penser (París, 2019).

Achille Mbembe es autor de Brutalisme (Paris, 2020) y cofundador junto a Felwine Sarr de Ateliers de la pensée en Dakar.

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