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En los museos sigue predominando la exigencia de atraer “públicos”. Se trata de una categoría abstracta en la que entra todo, y a la vez nada, si se toma en cuenta que en ciertas ocasiones lo que sobresale es la cantidad de gente que llena los espacios artísticos. A veces los públicos son igual a una cifra redonda y suntuosa. El miedo al vacío en las salas está propiciando unas políticas culturales que encuentran en la sobresaturación de actividades una falsa solución al problema. Lo cool es llenar el centro cultural. Vengan todos, hay para todos los gustos: inauguraciones, cerveza, terraza, selfies, dj… Pareciera que lo menos importante es ver la exposición, pues se invita a hacer de todo en el museo, al punto de que los días que más “públicos” congrega suelen ir acompañados de gratuidad y fiesta. Recordemos, a modo de ejemplo, el reciente día Internacional de los Museos.
Por supuesto, resulta fantástico que las exposiciones estén vinculadas a la juerga, pero también es alarmante que las propuestas artísticas no sean la prioridad para quienes deciden desplazarse y asistir a los museos. La desatención a la diversidad de públicos y al desinterés por las exposiciones obliga a cuestionar las aproximaciones críticas que se están gestando en las propuestas museísticas. ¿Por qué los programas expositivos no causan el interés deseado? ¿Hacia dónde estamos migrando los públicos? Algunos hacia la impostura de los selfies con una obra de fondo. El diálogo en este caso no se da entre la experiencia estética vivida durante la recepción de la exposición, sino más bien entre la fotografía, su protagonista y el museo como marco. ¿Es función del museo ser solo marco o, por el contrario, debe activar otras centralidades?
Resulta evidente que nuestro presente inmediato pasa por un cambio en las tipologías de visitas y usos de los centros culturales. No se resuelve el complejo tema de los públicos, pero sí se evidencia la necesidad de diversas actividades. Estas están cruzadas transversalmente por la visibilidad de diversos formatos que codifican las experiencias estéticas fuera de las salas de exhibición: charlas, talleres, seminarios, itinerarios… Quizá esa sea una de las razones del tránsito en el que están inmersos los museos hoy. Lo que está en juego es generar nuevas complicidades entre los gestores culturales y espantar el fantasma de la banalización de los públicos. Urge la reformulación de las propuestas o se intensificará la fuga sin retorno de los contenedores de arte.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)