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El más triste final

Magazine

02 abril 2007

El más triste final

Imágenes del fin del mundo es el cuarto proyecto conjunto de David Bestué y Marc Vives, una instalación en la que, centrándose en el fotomontaje esta vez y con un tono más desconsolado y oscuro, los dos artistas vuelven a sorprender al espectador con una capacidad de emocionar desde aquello reconocible, sencillo, comprensible y cotidiano; algo que no es frecuente al hablar de arte.


El laboratorio 987 del MUSAC, comisariado por Tania Pardo, es actualmente uno de los espacios de arte contemporáneo con mayor visibilidad y repercusión en nuestro país en lo que a arte joven – o relativamente joven – se refiere. Un lugar que sirve, o al menos ese es su planteamiento inicial, como lanzadera de calidad para ciertos artistas, tanto nacionales como extranjeros, situados en un momento (llamémosle “dulce”) de consolidación dentro del panorama artístico.

Bajo esas premisas u objetivos, difíciles de encontrar en otros museos o centros de arte en España, no es de extrañar que David Bestué (Barcelona, 1980) y Marc Vives (Barcelona, 1978), dos de los artistas jóvenes más destacados del contexto artístico de Barcelona – con un trabajo conjunto sólido y dos buenas trayectorias individuales – presenten actualmente un proyecto específico en dicho laboratorio. Imágenes del fin del mundo es la nueva entrega de sus experimentos alrededor de la noción de “acción”, que como suele ser habitual en ellos, vuelve a poner en cuestión – y está vez en crisis extrema – los sistemas de presentación, recepción y consumo del hecho artístico.

Bien conocidos aquí por su trío de “acciones” – Acciones en Mataró, una exploración del espacio público convertido posteriormente en publicación, Acciones en casa, microacciones domésticas como delirante ejercicio de alteración de lo privado y lo público, y Acciones en el cuerpo, conjunto de performances corporales convertidas en pieza teatral, Imágenes del fin del mundo supone un cuarto ensayo en el que, centrándose en el fotomontaje esta vez y con un tono más desconsolado y oscuro, los dos artistas vuelven a sorprender al espectador con una capacidad de emocionar y hacer pensar desde aquello reconocible, sencillo, comprensible y cotidiano.

Imágenes del fin del mundo es por lo tanto una excelente carta de presentación a nivel nacional, un cambio de liga incluso; algo que ya se intuía con el Premio Generación05 de Caja Madrid o con su posterior fichaje por la galería Estrany de la Mota de Barcelona. Por este motivo, el proyecto presentado en el Laboratorio del MUSAC divide hábilmente el espacio en dos partes: una primera que funciona como archivo documental de sus “acciones” y una segunda en la que se presenta, por primera y última vez – siguiendo fielmente los postulados propios del arte de acción: temporalidad efímera y fugaz, sin más – la instalación que muestra la colección de imágenes de ese hipotético fin del mundo.

La duplicación y división del espacio permite un buen equilibrio entre sus proyectos anteriores – recibidos de manera receptiva por la frescura y desenfado que caracteriza su obra, repleta tanto de toques de humor como de guiños conceptuales a la historia del arte – y sus reflexiones actuales, más centradas en la noción de despedida y final, con un diálogo con el espectador más tenso y opresivo. De este modo, los cuatro proyectos expuestos (los libros de Acciones en Mataró, los videos de Acciones en casa y Acciones en el cuerpo, y la instalación de Imágenes del fin del mundo) permiten un amplio abanico de sensaciones y posibilidades de lectura que pueden llevar al espectador de la risa a la lágrima, de la alegría a la pena en un tiempo límite.

Si en sus obras anteriores, Bestué y Vives exploran diferentes formatos de presentación para que dichas acciones lleguen al público, Imágenes del fin del mundo supone una vuelta más en sus investigaciones, ya que el acto pasivo del lector o del espectador de un video o una obra de teatro, da paso ahora a la experiencia activa del visitante que es invitado a la oscuridad para ser interpelado (casi atacado, en el buen sentido) por múltiples estímulos sensoriales que, a partir de la vivencia del otro y la capacidad de empatía, van a modificar de una forma u otra su actitud inicial antes de entrar.

Para decirlo más claro, Imágenes del fin del mundo presenta, en un impecable display (una habitación negra y oscura con la luz roja de laboratorio fotográfico), una colección de fotomontajes revelados sin fijador – nunca más se podrán volver a ver – que giran en torno a la idea de despedida y final de algo. El visitante perplejo entra en la penumbra – nada de fotos, ni móviles ni luces dentro – y se encuentra un emotivo e individual recorrido por el final del mundo. Imágenes de impacto directo que, complementadas con un gran dominio del lenguaje en los títulos/sentencia que acompañan cada trabajo (algo siempre habitual en sus propuestas), reflejan la desesperanza y asfixia de ciertos momentos de fin más o menos veraces o fantasiosos. Así, como quien no quiere la cosa, y con el mismo equilibrio entre lo serio y lo absurdo de la vida que reflejan sus “acciones”, los dos artistas nos interrogan sobre aspectos cotidianos y universales como el amor, la amistad, la soledad, el dolor o la muerte.

Por si fuera poco, el recorrido por la instalación se acompaña además por una canción lúgubre del grupo de rock barcelonés Tarántula, una banda sonora excelente para pasear en silencio por los límites de aquello que, queramos o no, se acaba o se acabará sin remedio.

Finalmente, simplemente añadir que la ventaja y desventaja de un buen título – como en este caso, descriptivo, honesto y sugerente a la vez – es que lleva a la construcción automática de unas expectativas que no siempre se llegan a cumplir. Algo que de todos modos no pasa en Imágenes del fin del mundo, que más que cumplir dichas expectativas, lo que hace es superarlas. Y es que no era broma lo de Imágenes del fin del mundo. Iba en serio.

David Armengol (Barcelona, 1974) es comisario independiente y combina su práctica curatorial con otras actividades paralelas como la gestión cultural y la docencia. Le interesa especialmente la música, la naturaleza y el relato, pero desde el ámbito del arte contemporáneo. Es decir, no sabe tocar ningún instrumento, no es un gran aventurero y no domina el arte de narrar. En cierto modo, le basta con que sus pasiones sonoras, paisajistas y narrativas convivan en el formato de una exposición. Por eso siempre piensa en artistas.

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