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El primer modelo, que inspira «The society without qualities» en el Tensta Konsthall, Estocolmo, se construyó en 1968 en el Moderna Museet de la misma ciudad y se llamó «The Model. A Model for a Qualitative Society» (lo hemos visto como referente anteriormente). Se trataba de un proyecto del artista Palle Nielsen, quien desde hacía algunos años experimentaba con la construcción pirata de campos de juego en espacios urbanos marginales de Copenhague.
En este ese caso, varios astros se alinearon (la presencia del excéntrico e innovador director del museo, Pontus Hultén, y el hecho de que otra exposición fuera retrasada, junto con un fuerte movimiento activista protestando por las formas de urbanización de la ciudad), para permitir que el modelo llegara a existir: una enorme sala de juego con pinturas, herramientas, disfraces y todo tipo de material imaginable que los niños y niñas podían utilizar a sus anchas, sin ningún dirigismo por parte de educadores o funcionarios del museo. Los progenitores podían entrar y mirar, pero no jugar ni intervenir.
El modelo hablaba de crear una nueva sociedad -la de esas criaturas que se subían por los postes, con máscaras de gorila o vestidos de indio apalache, y que en algunos años serían adultas-, basada en menos control social, en la capacidad de los niños de inventar, construir y experimentar. Una visión utópica, muy unida al ambiente internacional del 68, que se devanaba con ilusión los sesos sobre cómo construir una sociedad mejor.
Algunas obras de la exposición retoman la idea de mirar a la historia y al mundo desde el juego infantil. Por ejemplo, los vídeos de Sharon Lockhart, que muestran cómo niños y niñas se apropian en sus juegos de lugares postindustriales decadentes y desolados en Polonia, convirtiéndolos en espacios de utilidad social. Pero también los riesgos del experimento social: Joanna Lombard contrasta el presente y el pasado con los recuerdos que imprime sobre la abandonada casa en el campo en la que creció formando parte de una comuna hippy, en un ambiente que para una niña fue, en algunos casos, traumático.
Podríamos decir que no existe modelo sin utopía. Un modelo es una muestra de cómo dirigirnos hacia la perfección absoluta, hacia un mundo mejor. Propuestas, a menudo radicales, para subvertir el status quo y volver a empezar. Así se presenta la dicotomía entre la imposibilidad de la utopía y la necesidad de su ilusión para seguir adelante. Y la realidad de que algunas utopías, en el momento en que se llevan a cabo, se deslizan sobre el filo de la pesadilla, hasta a veces caer en ese lado. Si el modelo de Palle Nielsen buscaba una sociedad con cualidades, la exposición nos confronta con un presente que no está seguro de si ha perdido esas cualidades, o es que nunca llegó a tenerlas.
Algunas obras de la exposición actual se posicionan críticamente hacia una realidad de los 70 claramente lejana a la utopía. Por ejemplo, las piezas de Charlotte y Sture Johannesson, que en los años 70 fueron personajes claves en la crítica del supuesto estado de democracia de Suecia. Una de sus piezas, On Germany – In Time, una instalación con imágenes y tapices sobre Ulrike Meinhof, fue expuesta solamente durante dos días en 1976 antes de ser retirada por las autoridades. El modelo de No-Stop City de los arquitectos Archizoom Associati, lleva al absurdo los modelos modernistas de urbanismo, proponiendo lugares aislados y anti-estéticos al máximo.
El proyecto de investigación “El nuevo modelo” del comisario Lars Bang Larsen, que engloba esta exposición, mira no obstante a un modelo sin utopía: el modelo social dentro del que nos perfilamos hoy en día, heredero de las ideologías de los 70 y los 80, pero que las observa con la misma distancia que a las pinturas rupestres. ¿Quién diría que algunas de las criaturitas que se pintaban la cara de verde con acrílico y una brocha y se travestían en Moderna en el 68 pueden estar ahora en cargos de responsabilidad del FMI? La propia estética de la exposición recuerda a las vanguardias, a los activismos políticos, a la barricada. Mira hacia los legados de tiempos pasados desde un barrio marginal de Estocolmo, el de Tensta, que no puede asegurarnos que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero que tampoco daría dos duros por el futuro. De hecho, la sensación en la exposición es ambigua: el texto de presentación nos habla de cómo sería poder avanzar hacia adelante, hacia nuevos modelos sin pasado y sin tener que arrastrar un bagaje. Pero en la exposición resulta imposible soltar ese lastre y seguir hacia adelante. Se intenta asesinar la nostalgia pero ella se revuelve en su tumba. Y tal vez no, cualquier tiempo pasado no fuera mejor, pero sin duda fue, y no conseguimos que deje de ser.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)