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«- Usted, Hermós, desea siempre ir a remolque de uno u otro… Tiene temperamento de criado…». Un viaje frustrado, Josep Pla
En Un viaje frustrado, Josep Pla narra la travesía que, supuestamente, él y su amigo Sebastián Puig y Barceló -más conocido como Hermós- hicieron en una pequeña embarcación de vela en 1918, siguiendo la Costa Brava desde Calella hasta Francia. El propósito del viaje era visitar a unos familiares de Hermós en el Rosellón, pero esta misión queda abortada cuando llegan a aguas francesas y divisan, a lo lejos, lo que podría ser un barco de guerra. Hermós, atemorizado ante la posibilidad de que le reclamen unos permisos de navegación que no tiene, retrocede e inicia el viaje de retorno.
El pasado verano, el artista Enric Farrés Duran -oriundo de Palafrugell y descendiente de Pla- quiso rehacer el periplo del escritor por tierras ampurdanesas, pero asegurándose esta vez la llegada a buen destino. Para evitar repetir el fracaso de los protagonistas en su intento de alcanzar el Rosellón, Farrés Duran ideó un sistema de navegación que le ofreciera altas posibilidades de éxito: su barquito iría remolcado en todo momento por una barca más grande, con velas y motor, tripulada por un coleccionista de renombre. Así es como el tres de agosto, en plena temporada turística, Enric Farrés Duran y Josep Inglada (reputado empresario, coleccionista de arte y propietario, junto con Roser Figueras, de la colección Cal Cego) zarparon de Calella de Palafrugell rumbo a Francia; Farrés Duran en una pequeña chalana de madera provista de dos remos, e Inglada en una gran barca de vela con motor, réplica de la célebre embarcación del poeta y editor Carlos Barral. El uno a remolque del otro.
En esta acción artística, que el artista documenta en una película realizada a partir de filmaciones fragmentarias hechas con el teléfono móvil, la noción de fracaso aparece de una manera singular y contradictoria. Por un lado, Farrés Duran planea su travesía bajo unas condiciones que justamente deben reducir al máximo la posibilidad de fracasar, como si la principal motivación a la hora de concebir el proyecto fuera la de revertir el frustrado final del viaje de Pla y Hermós, o la de actualizarlo bajo unos parámetros de eficiencia y obtención de resultados más afines a nuestra sociedad contemporánea, tan veneradora del éxito y el triunfo. Por otro, sin embargo, su planteamiento supone un reconocimiento desacomplejado de la incapacidad del artista de ser un agente productivo y emancipado, de su imposibilidad de responder eficientemente a las demandas de una cultura orientada a la consecución de objetivos tangibles: si la meta es llegar a destino, mejor delegar la responsabilidad de la operación a un empresario de éxito, y que el creador acepte sumisamente el rol de paquete. Por el bien de la hazaña, Farrés Duran acepta dejarse llevar, ser arrastrado, tanto en un sentido literal (siendo remolcado por el vehículo de otra persona) como metafórico, (poniéndose a merced de la voluntad de este otro y mediando en las decisiones lo mínimo posible).
La imagen de una barca grande y con velas esplendorosas yuxtapuesta a la de una chalana con remos que debe ser remolcada invita a ser leída, ya no sólo a la luz de los conceptos de éxito y fracaso y de su traducción en un plan socioeconómico, sino también en relación a las dinámicas de poder, dependencia y precariedad en el sistema del arte, así como en relación a la percepción peyorativa que la creación y su valor intangible tienen en el marco de una economía neoliberal. La actitud utilitarista con que Farrés Duran concibe su viaje clausura, además, la posibilidad de una hazaña heroica, y nos habla también de otro fracaso: el de la tradición del artista romántico que se enfrenta en solitario a la naturaleza en busca de lo sublime. Este creador idealista, en un reverso irónico, es sustituido aquí por un artista pragmático que se ampara en la infraestructura y los recursos de un tercero, y que parece anteponer el resultado a la experiencia.
El planteamiento de Farrés Duran se opondría pues al espíritu de otras empresas artísticas que tienen como elemento central una embarcación y/o la acción de una travesía, y que están imbuidas de un sentido épico. Quizás la más emblemática es In search of the miracoulous, de Bas Jan Ader, una acción artística que llevó el creador holandés a intentar cruzar el Atlántico en solitario a bordo de un barco minúsculo, y que supuso su desaparición -no sabemos si intencionadamente- en medio del océano. Más recientemente, el proyecto Watching the River Flow: What an artist and a gallery can do together for tomorrow, llevó el artista japonés Shimabuku a emprender una larga excursión en canoa por el río Sumida junto con su galerista, con el objetivo de ir a recoger personalmente las cajas de cerveza que se tenían que ofrecer en el cóctel de inauguración de su exposición. En el viaje de regreso los sorprendió una fuerte tormenta que, aunque no les hiciera desdecirse de su propósito, reforzó el componente heroico y romántico de su hazaña. En un contexto más cercano, en Fitzcarraldo el artista Martí Anson dedicó casi dos meses a construir en el claustro del antiguo Santa Mónica un barco que, por sus dimensiones, nunca podría salir del edificio sin romperse. Al contrario del de Farrés Duran, este proyecto enfatizaba el valor del proceso en detrimento del resultado, y ofrecía desde el sentido del absurdo una resistencia a la doctrina de la eficiencia y la economía de bienes.
Sin embargo, la aparente facilidad con que el proyecto de Farrés Duran se adecua a la lógica imperante del éxito y predica el fracaso del artista genera en el espectador una suspicacia creciente que invita a tantear interpretaciones menos evidentes. ¿Es realmente tan acrítica la aceptación de su rol como remolcado? Si el propósito principal del viaje -llegar al Rosellón- fue cumplido con éxito, ¿por qué Farrés Duran titula el proyecto El viaje frustrado? ¿Dónde radica la frustración? Este título, de hecho, parece ya inadecuado en el mismo cuento de Pla. Hablar del periplo de Hermós y el escritor en términos de frustración parece más bien una ironía, ya que si bien es cierto que fracasan en su intento de llegar a destino, también lo es que en el transcurso del largo viaje viven momentos memorables, haciendo grandes comidas en tabernas y casas de pescadores, y compartiendo historias y canciones con amigos y conocidos. Además, el motivo por el que retroceden y no completan su trayecto parece irrisorio y poco justificado, y hace sospechar que ir a visitar a los familiares de Hermós no era la verdadera razón del viaje sino la excusa para hacerlo y, sobre todo, para explicarlo. Uno diría incluso que Hermós boicotea a propósito la llegada al Rosellón, como si el hecho de alcanzar el supuesto destino restara valor a lo que en realidad sí lo tiene, que no es otra cosa que la experiencia, el proceso, el viaje en sí mismo.
Si entendemos que su fracaso es deseado, que la frustración es intencionadamente reclamada, el viaje frustrado de Farrés Duran podría constituir -contrariamente a las apariencias- una crítica a la cultura del éxito y la efectividad, un rechazo de los modelos dominantes de productividad y de búsqueda de resultados. En este sentido, la futilidad del artista que Farrés Duran parece anunciar, su pasividad supuestamente cómoda, su proclamado fracaso estarían próximos a la inacción y al sentido del absurdo de los personajes de Beckett y Ionesco, incluso la renuncia pacífica del archiconocido Bartleby, y adquirirían el valor disruptivo y de resistencia de aquellas prácticas artísticas que, como la de John Baldessari o la del ya citado Jan Ader, buscan el fracaso conscientemente. Desde la perspectiva del pensamiento existencialista, es en el fracaso y no en el éxito donde existe la posibilidad de reconocer críticamente la propia existencia y la futilidad de la empresa humana. Si reconocemos, pues, la ausencia de cualquier finalidad trascendente, plantear una acción con un ánimo teleológico para luego inscribirse desde la inactividad (como Farrés Duran hace) puede ser una forma contundente de denunciar lo absurdo de esta ideología de la acción y el resultado.
Pla habla al inicio del cuento de la «ilusión de la vida libre», «sin relojes, ni horarios, ni campanas, ni convenciones, ni tópicos, ni sirenas de fábrica, ni obligaciones, siempre penosos». Una vida que procede poco a la del empresario de éxito, pero que en cambio puede ser cercana a la de algunos escritores, artistas y otros creadores que, en el paradigma del rendimiento tangible, fracasan felizmente.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)