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El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) en Sevilla presenta la exposición “Accionismo vienés”: un repaso extensamente documentado y exhaustivo por las prácticas violentas y radicales que en la década de los sesenta llevaron a cabo Günter Brus, Otto Muehl, Hermann Nitsch y Rudolf Schwarzkogler. “Accionismo vienés”, comisariada por Pilar Parcerisas, esta elaborada con los fondos de la colección Hummel.
Según el dicho las comparaciones son odiosas. Y esta crítica está llena de similitudes y comparaciones, algunas odiosas.
Cuando en 2005 el Macba presentó una exposición de Günter Brus ni de lejos cumplía las expectativas (morbosas muchas) que levanta cualquier evento alrededor del accionismo vienés. Uno de esos momentos en el que el arte y los artistas parecieron volverse locos: orgías, sangre, sacrificios, amputaciones y muerte (vía el suicidio). El mítico anhelo de unión entre arte y vida tomado por el extremo. Frente a eso, la exposición “Günter Brus” parecía descafeinada: pocas vísceras, poca sangre, muchos libros y documentación en carteles y pinturas.
La que el CAAC presenta ahora, “Accionismo vienés”, quita el aliento. Cientos de fotografías y algunos vídeos que registran las sanguinolientas performances de Günter Brus, Otto Muehl, Hermann Nitsch o Rudolf Schwarzkogler, carteles y flyers anunciando las acciones y exposiciones del grupo y también sus rastros en pinturas o ropa (la famosa túnica blanca de sacerdote cubierta de sangre): una exhuberante documentación que, progresivamente, responde no sólo a esas expectativas más o menos morbosas que despierta el accionismo vienés, también retrata, traza y reconstruye la intensidad y la radicalidad de sus propuestas.
Pero no todo es gore en “Accionismo vienés” o, más bien, no sólo es gore. No está ahí la justificación de la exposición. Sino que queda bien asentada desde el inicio en un texto en la entrada. El accionismo vienés es la respuesta a la situación concreta de una época marcada: económicamente, por la crisis de la posguerra tras la Segunda Guerra Mundial; artísticamente, por la conciencia del final de las utopías de las vanguardias; y, en la psicología social austriaca, por el silencio que tapaba el horror de los campos de concentración, la colaboración en el holocausto. Fruto de la desesperación frente a la crisis y de la ausencia de futuro, de lo que se trataba entonces era de destapar una violencia contenida.
De hecho esa violencia como respuesta del accionismo vienés no llegó de golpe. El crescendo de la exposición responde al propio crescendo de las actividades del grupo, desde sus inicios en 1960 hasta 1971. Es decir, toda la década de los sesenta. Una década que, en realidad acabó en 1969, en la casa de Sharon Tate en Beverly Hills. El 9 de agosto los acólitos de Charles Mason, “La familia”, entraron en la mansión al grito de Helter Skelter y mataron a la actriz, mujer de Polansky, embarazada de ocho meses, y a cuatro amigos más. Fue una auténtica orgía de sangre y sexo. Las paredes de la casa quedaron teñidas de rojo y los cuerpos descuartizados. Günter Brus y compañía también llenaban las paredes de sangre, también ofrecían sacrificios (animales), también se sumían en orgías y se automutilaban y cortaban. Pero todo ello quedaba en el campo de la teatralización, de la representación. La diferencia con Charles Mason es que éste saltó la barrera de esa representación. Aunque a veces esa distancia no ha sido tanta: Otto Muehl acabó fundando una comuna en La Gomera, ejerciendo de gurú, promulgando ritos iniciáticos sexuales con niños y acusado de pederastia; y Rudolf Schwarzkogler se suicidó.
En la introducción al catálogo José lebrero Stals comenta que el extremismo del accionismo vienés “resulta en nuestra opinión un fenómeno artístico de alto interés contemporáneo cuando de un modo sutil comprobamos que la violencia se instaura por doquier tras una aparente y falsa paz universal”. A eso responde también la exposición, y por ello comparte programación en el museo con la exposición de Ant Farm (en una muestra de sus trabajos arquitectónicos y vídeos en comparación con los del arquitecto Prada Poole) que entre 1968 y 1978 desarrollaron un trabajo de sutil y sarcástica denuncia de una sociedad en los albores de la dominación de los mass-media.
Así que sí, resulta más que pertinente ese rescate de una serie de actitudes en los sesenta y setenta marcadas por la radicalidad y el compromiso frente a una sociedad alienadora, encubridoramente violenta y políticamente coercitiva. Esa sociedad es también la nuestra.
Aunque no puede escapársenos una última comparación que tiene que ver justamente con la actualidad, la violencia soterrada y el escenario vienés: Josef Fritzl y su doble familia encerrada en un sótano durante 24 años. El escenario es el mismo, Austria, la misma Austria de Freud y Thomas Bernhard, a escasos quilómetros del campo de concentración Mauthausen, ese que representa la conciencia oculta de culpabilidad que destapó la violencia representada de los accionistas vieneses. Todas las crónicas periodísticas del suceso aluden con inquietud a la limpieza de las calles de Amstetten, donde está la casa de Josef Fritzl, y a los abuelos usando civilizadamente el carril-bici. Todos aluden a la idea de un problema social no resuelto, a una violencia contenida que de repente se airea y se destapa y a la voluntad de un gobierno por, frente a ello, acometer una campaña de publicidad que limpie la imagen de Austria. La misma imagen limpia que Günter Brus, Otto Muehl, Hermann Nitsch y Rudolf Schwarzkogler pretendieron ensuciar, sacar a la luz, denunciar por el viejo método de contra la violencia de estado, contra la violencia psicológica, más violencia, literal, destapada. Y por ello estaremos de acuerdo con la pregunta, soterrada, que plantea “Accionismo vienés” en el CAAC: ¿tan diferente es nuestra época? Y, también con la que le sigue: frente a ello ¿qué hacen los artistas (el arte, la cultura) más allá de buscarse un hueco entre los 100 principales de Cream?
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)