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Es posible que al salir de cualquier exposición anterior de Esther Ferrer, por ejemplo la realizada en la misma galería Àngels-Barcelona el 2008, se pudiese tener la sensación de ser capaz de reconocer a la artista en el caso de cruzártela por la calle, y es que, en la mayoría de sus obras, su propio cuerpo tiene una presencia física importantísima. Pero no, esto es justamente lo que no pasa ahora en la galería Àngels-Barcelona, porque esta vez la aproximación a la artista no se hace desde una mirada que observa su cuerpo; sino desde un punto de vista que parece poder adentrarse en sus pequeñas obsesiones. En todo caso, es lo que se intuye en la primera sala de la galería, donde una serie de pequeñas maquetas que despeinarían a cualquier arquitecto llenan las paredes. Tanto estas piezas como las que están en la segunda sala y que corresponden a la serie “Números primos” son obras antiguas que en muy pocos casos anteriormente han visto la luz en el espacio expositivo. Las maquetas están elaboradas con material barato -hilo y cartón- y los acabados son poco pulcros -trozos de cinta de pintor aguantan algunos hilos por la parte exterior de las paredes de las reducidas construcciones-, como si estos detalles y la gran cantidad de piezas que hay denotasen la urgencia de resolver una necesidad del hacer.
Así pues, en estos pequeños espacios de cartón pluma, Esther Ferrer pasa los hilos de una pared a la otra, o del techo al suelo, no de una manera caótica y con un sentimiento dramático de horror vacui como pasa en las instalaciones de Chiharu Shiota -también actualmente en Barcelona-, sino al contrario: de una manera limpia y en un orden que parece asentarse sobre unos parámetros matemáticos que desconozco. Pocas pasadas de hilo le valen a la artista para transformar los espacios que propone y llenarlos de formas geométricas que cambian según la perspectiva.
En la segunda sala de la galería puede verse otra serie, en este caso de piezas bidimensionales: dibujos de la serie «Números primos», que parecen mosaicos hechos sobre retales cuadrados y hexagonales de papel, todos de la misma medida, y pintados con rotulador. Una vez más la pulcritud se sacrifica a cambio de dar respuesta a la urgencia del hacer. Estos dibujos actúan como a esbozos o pequeños planos que más tarde ha llevado a grandes dimensiones, como hizo en Vitoria en 2003 con la instalación para el Parque del Prado, y que se organizan a la manera de una mesa matemática, es decir, que están divididos per celdas de las mismas dimensiones. Algunas de ellas están pintadas de algún color o ha marcado la diagonal, en otras ha escrito un número, siempre primos, tal y como el nombre de la serie indica. Los dibujos comparten con las maquetas este orden que lleva a pensar que hay un criterio matemático escondido que se muestra ambiguo y que organiza los elementos. En cualquier caso, las representaciones de posibles superficies planas que vemos en la segunda sala, tienen un carácter mucho más lúdico que las maquetas, y es que cada pieza podría ser el tablero de un juego de mesa. De alguna manera, estos dibujos o mosaicos, no dejan de recordarme a una especie de mándalas cuadrados que, a base de repetir y repetir una misma estructura modular concreta, llevan hacia a una cadencia de carácter meditativo.
«Números primos» no se compone solo de dibujos y maquetas, sino que Esther Ferrer escribió el texto llamado «Le poème des nombres premiers», en 1996, donde formuló una declaración de intenciones. Para ella era importante en aquel momento poder elaborar una serie de piezas que no se rigiesen bajo sus criterios estéticos y, por tanto, subjetivos, sino que partiesen de unos parámetros ya establecidos. En este sentido, qué mejor que los números primos por su capacidad prácticamente mágica de dar lugar a hechos como la famosa espiral de Ulam, también trabajada en algunas piezas de Esther Ferrer.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)