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El tiempo del cuerpo, el de las células, el de la vida, es un tiempo colmado de esperas, de transiciones, de procesos permanentes. No entiende de impuntualidades, aunque tenga el ritmo circadiano, no hay pérdidas ni ganancias y en consecuencia, no tiene prisa, ni necesita holgazanear. El tiempo biológico choca con esa concepción que nos acompaña desde la revolución industrial y que no deja lugar a la espera, a la parada, al reposo, porque se asocia con la improductividad, con la imposibilidad de atender el ritmo frenético e incansable de las máquinas. Desde el punto de vista del devenir biológico, no hay pérdidas de tiempo, no hay juicios de valor, y no hay contabilidad. El tiempo del cuerpo se confronta, en el capitalismo, con el tiempo maquínico.
La simultaneidad a la que nos abocamos mediante la ubicuidad conectiva nos lleva a experienciar distintas realidades temporales y espaciales en un mismo espectro vital. Es decir, podemos hacer dos cosas a la vez mezclando online y offline, escuchar dos sonidos provenientes de fuentes online u offline distintas, transportarnos, mediante Internet o IRL a través de parajes remotos alejados entre sí, etc. ¿No es la simultaneidad un recuerdo de lo que se denomina viaje astral, en el que se puede divagar conscientemente por el sueño, activando la capacidad de razón que se nos supone sólo disponible en vigilia? Esta capacidad de conectar online y offline ofrece un espectro de experiencias nuevas que, unido a la idea del cuerpo de datos como reflejo o representación de un cuerpo, nos aproxima al concepto de ser transpecífico. La persona se torna, mediante la capacidad de experienciar distintas realidades en un momento y mediante la transformación en otras sombras de su propio ser, como la del cuerpo de datos binarios, en un ser transpecífico, en una mixtura de especies híbridas entre cables, pieles, pantallas, pelos y satélites.
Un cambio de paradigma experiencial como la posibilidad de vivir simultáneamente dos realidades que se suceden al mismo tiempo en lugares distintos, o en el mismo lugar en distintos momentos, implica también un cambio de experiencias y una evolución de los sentidos hacia una nueva comprensión de los mismos. Así mismo, implica un cambio de medios, un cambio de dispositivos y un cambio de las subjetividades que éstos envuelven. Hace falta una nueva concepción de la idea de tiempo que acompañe la simultaniedad actual, las capas posibles de superposición digital que superan hoy cualquier época pasada.
En tanto que seres transpecíficos atravesados por las máquinas mediadoras de telecomunicaciones, vivimos en la inestabilidad constante de la conexión, la latencia, el delay, el corte y el glitch. El error se cuela por diminutos orificios de nuestro cable conectado y lo hace, al contrario de lo que podría pensarse, en silencio y total discreción. No percibimos el delay obvio de envío de mensaje sino que hemos forjado una conciencia de inmediatez en un mundo condicionado por el delay. Por ello, la construcción de la idea de vida híbrida entre el online/offline está sustentada en torno a una falacia: Las prótesis tecnológicas nos permiten atender a más estímulos al mismo tiempo y ello nos asemeja más a lo maquínico, ahondando en la transpecificidad agencial. Sin embargo, junto a una mayor conciencia de simultaneidad en el contexto digital, se produce un choque mayor en relación al retraso: si el tiempo industrial capitalista impuso la puntualidad como única forma de uso temporal en las sociedades monocrónicas (las sociedades del norte global), la contracara de ello era la demonización del retraso, de la espera, de la impuntualidad por ser pérdida de capital. Aún así, el delay está permanentemente presente también en las dinámicas maquinales, y obliga a la paciencia, a la desincronización y a la adecuación a los otros múltiples ritmos (biológicos y no biológicos). Paradójicamente, pues, a través de la imposición de un uso permanente de la tecnología digital y de la red en un contexto de encierro, nos han retornado las experiencias de espera (como las que teníamos con los primeros módems, o los primeros skypes), y estamos reaprendiendo el delay. Quizás convenga proclamar el siguiente imperativo: es urgente reivindicar el fallo técnico y humano, porque revela la artificialidad de la perfección y la imposibilidad de la sincronía permanente. Una imposición sobre la diversidad agencial temporal que quizás los años anteriores teníamos olvidada.
Recibir un correo y, a menos que sea una urgencia (si fuera así, llamarías), dejar pasar unas horas, incluso algún día, para rebajar la presión, para desacelerar la interacción, para resolver algunas cuestiones intermedias antes de dar respuesta. Aunque no sea una forma de proceder muy popular, la intencionalidad detrás de ella es cierta pedagogía, cierta necesidad de retomar el control del tiempo respetando los tiempos propios. O al menos iniciar el debate sobre qué son esos tiempos propios, si coinciden, qué nos empuja al abismo de la inmediatez. Una de las mayores barreras para la comprensión real y efectiva de la digitalización es precisamente que no llegamos a experimentar la velocidad de procesado de la información por ser ésta demasiado rápida para nuestra percepción sensorial. Aunque curiosamente el impulso eléctrico que hace funcionar nuestro cuerpo tiene también temporalidades imperceptibles externamente por nuestros sentidos, el bit se nos resiste, y la velocidad de la luz remata esa distancia entre el ahora humano y el ahora maquínico. Por ello, por esa relación problemática con la inmediatez, que a menudo se traduce en una urgencia permanente, en una desesperación (literalmente, “negación de la espera”), en una asociación maléfica entre inmediatez y eficiencia, parece urgente empezar a imponer una deliberada espera digital-humana. Porque cuando es la máquina la que la genera, también se produce desesperación, pero el fallo técnico es la mejor y más utilizada excusa para justificar la necesidad de esa espera.
El fin último del GLOSARIO ASINCRÓNICO es reservar un tiempo específico para la exploración artística y teórica de la posibilidad de adopción de la simultaneidad como forma temporal asociada a la anarquía, por ser transversal, por sustentarse en el apoyo mutuo, por ser antagónica a la consecución, al orden de prioridades, a lo hegemónico y, esencialmente, por permitir espacio a lo diverso.
Se presenta como proceso vocacionalmente abierto. Debe quedar claro que no pretende ser un manifiesto contra-tecnológico sinó más bien, una crítica a determinadas formas de imposición tecnológica que atentan contra el cuerpo, contra la vida, contra nosotras.
Nos proponemos proclamar la asincronía, la arritmia y la impuntualidad como formas de resistencia a favor de ritmos menos globalizantes, más subjetivos, fruto de una conciencia de las multi-temporalidades y de una integración de las mismas.
[Imagen destacada: Lanzamiento de cohete espacial de SpaceX en Cabo Cañaveral, Florida, EEUU. Foto de Arnau Rovira Vidal.]
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)