Buscar
Para buscar una concordancia exacta, escribe la palabra o la frase que quieras entre comillas.
En A*DESK llevamos desde 2002 ofreciendo contenidos en crítica y arte contemporáneo. A*DESK se ha consolidado gracias a todos los que habéis creído en el proyecto; todos los que nos habéis seguido, leído, discutido, participado y colaborado. En A*DESK colaboran y han colaborado muchas personas, con su esfuerzo y conocimiento, creyendo en el proyecto para hacerlo crecer internacionalmente. También desde A*DESK hemos generado trabajo para casi un centenar de profesionales de la cultura, desde pequeñas colaboraciones en críticas o clases hasta colaboraciones más prolongadas e intensas.
En A*DESK creemos en la necesidad de un acceso libre y universal a la cultura y al conocimiento. Y queremos seguir siendo independientes y abrirnos a más ideas y opiniones. Si crees también en A*DESK seguimos necesitándote para poder seguir adelante. Ahora puedes participar del proyecto y apoyarlo.
Desde A*Desk hemos insistido siempre en la importancia del contexto y en la necesidad de identificarlo, definirlo, enriquecerlo y contribuir a él. Hoy recuperamos un artículo de nuestros archivos en el que Pilar Bonet se acerca a Cali, Colombia, con la curiosidad de la viajera dispuesta a descubrir el contexto (y no sólo el artístico) y también a analizar las maneras de hacer y pensar que va encontrando desde una perspectiva más amplia. A partir de dos iniciativas concretas explora la actualidad de la noción de post-producción y de un término tan específico como es el «gótico tropical».
.
La advertencia de Lonely Planet me preocupaba: Cali no es una ciudad que enamore de entrada. Desde el avión intentaba rastrear ese mal augurio admirando su cuadrícula urbanística. La segunda advertencia se cumplió al salir del aeropuerto: hace calor y humedad.
Caliente y fertil es el panorama artístico de esta ciudad colombiana, desconocida para el turista cultural europeo. Una ciudad de gran población y fuerte desgaste histórico, atrapada en los vaivenes de su memoria de corrupción política. Una urbe dispersa y compleja, ruidosa y oscura para el recién llegado. Por suerte, los documentales de Carlos Mayolo y Luis Ospina me guian en su historia y contradicciones, aportando imágenes a la oscuridad del visitante de paso. Cali es la cuna del cine documental colombiano. Un lugar dañado por el proceso del narcotráfico, asolado por los demoledores y tomado por su comunidad, en especial por los jóvenes artistas que la reconstruyen como productivo lugar de dudas, como experiencia creativa y social, alejada de los grandes fastos institucionales de la capital bogotana.
En esta ciudad el combustible es caro, las calles tienen número y los taxis piden contraseña para el servicio. Sin estilo ni proporciones áureas, sus arquitecturas se ensamblan en el delirio de las recientes mega-obras que cortan los senderos de paso. La población discurre entre cimas verdes y estratos sociales, siguiendo el caudal tostado del río Cali. Si aquí los ochenta fueron el espectáculo de las historias del narcotráfico, el crecimiento económico de un sector de la población y el catálogo más kitsch de sus arquitecturas, los noventa serán fruto de la nada y motor del «Do it yourself» para sortear la corrupción pública y los conflictos sociales más dispares. Un antídoto del desamor en el Valle del Cauca.
Y en medio de este panorama surgen iniciativas que dibujan un mapa artístico radical y comprometido, desde las artes, el cine y la música. Cali no es solo la ciudad de la salsa, también es la capital de la documentación de lo efímero (performance y arte en el espacio público), del cine-club, de los procesos de archivo y las estrategias creativas de la postproducción. Practicar las derivas del arte contextual y relacional, o la estética de la emergencia sin gestos doctrinales de moda, es para los artistas caleños pura supervivencia urbana.
En Cali existe un espacio llamado «Lugar a dudas», una residencia de paredes nostálgicas donde se dan cita los jóvenes artistas para visionar programas de cine, exhibir sus obras, realizar talleres o consultar el centro de documentación. El artista Oscar Muñoz preside el enjambre del saber. Allí la filosofía de la postproducción definida por Bourriaud es innata. En el síndrome post-Duchamp, fusionando producción y consumo a partir del uso de materiales preexistentes, la postproducción genera significado a partir del “reciclaje” y la combinación de elementos heterogéneos ya dados. En lugar a dudas se trabaja la herramienta para reflexionar sobre las relaciones estéticas sin pretender la originalidad como legitimación de la noción de arte. La materia que manipulan ya no es materia prima, se trata de producir a partir de objetos y discursos que ya están circulando en el mercado cultural. Así el arte deviene un contrapoder que reinterpreta los signos mientras usa o difumina el marco hegemónico de la modernidad, esa escena eurocéntrica siempre miope.
Un ejemplo de ello es la ‘fotocopioteca’ que ofrece una selección de retazos de textos sobre teoría y crítica de las artes, elegidas y presentadas por artistas o teóricos. Un material de bajo coste que permite difundir voces y discursos fragmentarios del complejo mapa del arte, una unidad documental que trabaja desde las microlecturas y que halla en la red su negociación de intercambio. La instauración de estas formas de sociabilidad les permite compartir una verdadera crítica del patrimonio artístico y teórico de nuestra cultura y formas de vida contemporáneas.
En esta misma línea, también el proyecto Calco, que se exhibe periódicamente en el espacio de la vitrina que da a la calle, es una iniciativa de producción basada en el mecanismo de las capas de registro y significación. La idea propone elaborar un grupo representativo de copias efímeras de obras de arte contemporáneo que se encuentran diseminadas por museos y colecciones de todo el mundo con la intención de construir en la memoria de los visitantes de este espacio un museo imaginario. Así, los amantes relojes de Felix González-Torres cohabitan con la Caja Brillo de Warhol, las sillas de Kosuth, el ventilador de Orozco o los Copy-light de Superflex. A través del calco tridimensional dejan de ser objetos de museo para compartir espacio con los visitantes. Incluso la falange del dedo meñique de la mano izquierda del artista Pierre Pinoncelli, en un tarro con formol, decora una repisa. Cada uno de los calcos toma formas preexistentes, stocks de datos para manipular y reponer en escena, siguiendo la misma pauta de los artistas. Unos y otros, autores y obras, producen imágenes de imágenes apropiándose de los códigos de la cultura.
En lugar a dudas los relatos del arte se encadenan rechazando todo objetivo terminal, siendo momentos de la infinita cadena de relaciones y escenarios. Cali no tiene políticas culturales bien armadas, sólo cuenta con un museo público, la Tertulia, y una única galería, por lo tanto este espacio nutre de sociabilidad y debate a la comunidad. La falta de recursos públicos se combate con la investigación y la acción, la autogestión y el compromiso social. Así nace lugar a dudas, así se gestiona el Festival de Performance de Cali, de la misma manera operan los colectivos de artistas y los grupos de música independiente. Entre ellos, destaca el grupo de Helena Producciones, una asociación independiente destinada a la investigación y la acción, mediante la curadoría y la empresa editorial. Helena tiene nombre mítico y ánimo pacificador, su objetivo es invertir en cauces de estudio sobre la producción cultural colombiana en relación a sus territorios y contextos.
Cali, a diferencia de la capital Bogotá, es una ciudad sin monumentos. Quizás por ello la actitud de sus artistas sea crear sus propios homenajes y memoriales, sus mitos y leyendas. Uno de los artistas más referenciales de la cultura caleña es Andres Caicedo (1951-1977), desaparecido por medios propios a los veinticinco años y autor de una obra literaria y cinematogràfica de intensidad abismal que marca varias generaciones de artistas. En este mismo linaje, el cineasta Carlos Mayolo (1945-2007) inventó la marca estética de la ciudad: el Gótico Tropical. Una denominación para lo híbrido y lo exhuberante, ultrabarroco de gran poderío crítico y algo satánico que legitima la interpretación libre y el libertinaje. El Calco es también hijo de esa genealogía.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)