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Empecemos con una comparación bastante bruta.
Digamos que en un McDonald’s en Conneticut empiezan a vender Whoppers de Burger King. Inconcebible. El consumidor podría pensar que McDonald’s ha ganado definitivamente la partida y se permite casi la ironía de utilizar el producto de la otra marca y, además, salir bien parado con la jugada. Con este gesto, McDonald’s y Burger King se cargarían la imagen de la existencia de distintas opciones e identidades en el mercado de las hamburguesas. Burger King, siendo el pequeño y presentándose como lo distinto, se jugaría muchísimo más y evidentemente saldría terriblemente debilitado: estaría aceptando que McDonald’s es un buen lugar para sus hamburguesas, estaría aceptando entrar en casa del otro, estaría validando el espacio como un espacio que puede contener su alteridad y estaría, además, facilitando el trabajo de McDonald’s, ya que le llevaría a su establecimiento las hamburguesas recién preparadas tras años y años explicando que tienen un twist distinto que las convierte en algo especial. A alguien en Burger King le cantarían las cuarenta, los inversores o los clientes, tanto da.
Pero compliquemos un poco más las cosas: sumemos también a Pizza Hut, que antes se ha juntado con Burger King para hacer algunos productos juntos y así desconcertar al hambriento consumidor.
Digamos que en el Guggenheim de Bilbao se presenta la colección del MACBA. ¿A nadie le saltan las alarmas? ¿No era el MACBA un modelo de cómo trabajar con una idea distinta de colección? ¿No era un museo que generaba otro tipo de discurso crítico y buscaba una redefinición de la historia? ¿No era un lugar para la diferencia? ¿No era un lugar para otro tipo de contacto emocional con las obras? ¿No era un lugar para la criticalidad? ¿No era una posibilidad institucional pública, con la responsabilidad que implica, frente a modelos basados en las normas del capitalismo puro y duro? ¿Qué hace la colección del MACBA en el Guggenheim de Bilbao? ¿Y porqué el de Bilbao y no el de New York, ya puestos? ¿No hay nadie pensando en términos de identidad? ¿O hasta en términos de marca? ¿No hay nadie que piense que no, que esta jugada no puede ser buena para el futuro del MACBA y que al Guggenheim pues como que tampoco se juega nada sino, al contrario, que se valida su franquicia en Bilbao mediante la presentación en su casa de la colección de uno de los museos públicos más importantes en la península ibérica?
Pero compliquemos un poco más las cosas: resulta que la colección del MACBA no es ya la colección del MACBA sino que ha habido un «merge» con «La Caixa» («Obra social» ahora y antes «Fundación», ese gesto de marcar que primero lo social, ese gesto y tantos que a ver si persisten en el momento que «La Caixa» deja de ser una caja para pasar a ser un banco puro y duro que, como banco, tiene menos obligaciones culturales y sociales.)
Y no olvidemos algo clásico: la banca siempre gana. «La Caixa» tiene la tradición de montar exposiciones itinerantes. Tenía una colección fantástica adquirida en las mejores ferias y galerías internacionales. Hace ya algunos años bajaron el ritmo de compra, pero sigue siendo una colección muy potente en objetos y piezas bajo una línea bastante evidente de lo que tiene que ser una colección privada de calidad. Esa colección se mezcla con la del MACBA, un MACBA que tenía una colección digamos de tendencia inteligente, en la que documentos y películas tenían el mismo peso conceptual que objetos y pinturas, investigando en nuevos modelos para lo que puede ser una colección y, por lo tanto, un museo. Un MACBA que va a trabajar para dar visibilidad a ese «merge», ocupando su propio espacio expositivo y buscando otros lugares también.
«La Caixa» está en el Guggenheim y gana, ya que a nivel identitario es bueno para ellos entrar en uno de los grandes del arte americano globalizado, teniendo «La Caixa» una gran colección pero no el glamour de las grandes instituciones.
Que el MACBA salga bien de la operación no está nada claro. Aunque las reuniones a tres bandas seguro que han sido bien productivas y con ese perfume embriagador de poder. El poder económico, el poder de las altas esferas, así que porqué preocuparse del poder crítico que pueda tener una institución pública o una propuesta artística ¿verdad?
Y todo es bastante intocable, ya que decir algo significa meterte con tres de las instituciones más importantes de golpe, instituciones que además tienen también control sobre la política y conforman ese bonito entramado que siempre está por encima de la realidad. Así que eso tan interesante de la autocensura debe estar taponando oídos múltiples frente al sonido de las alarmas que deberían estar sonando. Si no discutimos ni este gesto es que no hay opción para hablar realmente de nada. Si no lo comentamos es que lo damos por bueno. El preguntar y cuestionar es también responsabilidad de todos los agentes alrededor del arte contemporáneo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)