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durante mucho tiempo, he querido escribir un texto sobre ti—
uno que nunca leerás,
a pesar de que solo nos separa una sola pared,
una pared a través de la cual todo se puede escuchar:
el gemido durante el sexo con varios cuerpos—el tuyo muy silencioso, y el mío, para
tu consternación, demasiado fuerte— o la tos discreta después de las escapadas de
insomnio,
o la risa durante las llamadas telefónicas con aquellos que ya no están,
o la respiración después de una pesadilla
y la luz que brilla por la rendija de la puerta
que nunca abrimos.
estas paredes son finas como el papel, dijiste una vez.
no escribimos, en las paredes—
no compartimos ningún papel,
solo la coexistencia de nuestros diarios
en nuestras propias habitaciones
o fortalezas.
has estado buscando
durante mucho tiempo
algo que habría hecho que todo mereciese la pena,
Como en tu sesión de terapia semanal,
donde hablas de los traumas de otras personas,
buscas tu razón, tu excusa para fracasar.
también tienes permiso para fracasar, te dice tu terapeuta
ella es una cosa así como tu contrabandista, a la que pagas,
pero tienes que atravesar la frontera tú misma.
o en mi diario, que leíste, buscas entre líneas
mis palabras que no escuchaste con suficiente atención
porque dejaste de estar realmente presente.
o a la pista de baile, el último reducto libre que queda en la ciudad,
allá buscas tu cuerpo,
aquel que solo sientes cuando te estrechas contra una pared
por un Él que busca algo como el amor—
o quizás solo venganza entre tus labios y labios […]
o al jardín, donde tienes gallinas y riegas tomateras,
y dejas que los matorrales crezcan salvajes entre el aloe vera y las malas hierbas,
en el ciclo de fotosíntesis, compuesto y cosmos,
de reencarnación y ciclos menstruales, de estaciones y semillas—
allá buscas la transformación energética,
la constante dentro del cambio, la fertilidad de la decadencia,
algo
que permanezca.
O en el mar, el horizonte del cual dice siempre Turquía
(este agujero de mierda de Erdogan y la (sobre) explotación y la opresión y la violencia policial
y el genocidio)
y nunca la libertad,
buscas Dios o las personas que has perdido que ahora
cuando los días de dolor empiezan de nuevo,
por razones que son tan evidentes
únicamente desatendidas y sepultadas los otros días,
te escabulles,
rodeada de cinco millones de metros de muros y arcenes,
andas de puntillas allá donde las cabezas golpean el suelo
con tu Europa Fortaleza, tu alambre de espino,
tu estado de alarma permanente,
atravesando el pasillo, atravesando el pasillo
mirando hacia abajo cuando nuestros ojos se encuentran
(como todas las personas en luto).
a la cocina, cuando sacas el café del fogón
antes de dejarlo hervir y queme de nuevo,
me preguntas por los planes del día y yo te respondo y devuelvo la cuestión,
como si tuviera alguna relevancia lo que cualquiera de nosotras está haciendo hoy,
como si no fuéramos simplemente fragmentos fundidos de insignificancia.
en algunas de estas mañanas, la piel bajo tus ojos es roja
como sí hubieras vuelto a llorar (sin que yo me diera cuenta)
pero quizás es solo otra reacción alérgica a algo desconocido.
los ojos de nassim son siempre rojos,
el luto de nassim resta helado en cicatrices derramadas con sangre
trazadas por un desbordamiento de lágrimas.
otras veces, cuando nos cruzamos a la cocina—
decir que “nos encontramos” o que “nos vemos” sería demasiado—
te agachas durante un buen rato
ante el congelador roto
como si fuera una tumba
que no se puede cerrar.
cuando levantas la mirada,
tus pupilas todavía están dilatadas,
sosteniendo la negra noche que has absorbido
y claramente ocultado,
porque nunca fuiste a dormir.
aquellas son las noches en que tomas éxtasis o speed o MDMA,
algunas veces incluso coca—de todas las cosas, coca—
con gente que no podría ser más diferente a ti.
una vez dijiste que tomas drogas para perderte dentro de tu propia confusión
sin tener que sentir el dolor.
por ejemplo, piensas en H. o M. o en I.
o en el bebé de tu hermana que murió antes de que pudiera vivir.
en algunos amaneceres, antes de la mañana,
antes de que el día de la semana del invierno pueda ni empezar,
a veces te observo atravesar la puerta, hacia el exterior
—donde sea que sea, para ti.
a veces nos encontramos también en el baño.
cuando irrumpes mientras me hundo en mi reflejo
y el disgusto por esta sociedad, por ejemplo—
y después haces algo absurdo a mi lado
como mear, utilizar papel higiénico y tirar de la cadena
y lavarte las manos
sin hundirte en tu reflejo ni en el disgusto por esta sociedad.
junto al váter cuelga una foto tuya y de ella y de ellos
y de otra persona que solía estar aquí,
y ahora solo nos mira defecar en forma de esta foto unidimensional.
el baño es un lugar de medida y pérdida,
y tu vergüenza colectivizada,
que intentas lavarla en la ducha,
se adhiere a la hoja de afeitar desechable del almacén.
y a veces también a mí,
cuando la uso después de ti,
y me corto con ella—
y un mes más tarde, cuando la sangre ya ha desaparecido,
me preguntas por las cicatrices de mi piel
después del almuerzo de huevos del domingo.
y siempre encuentras
tus motivos para continuar adelante y seguir y seguir y quedarte—por la gente.
aunque todos acaben marchando,
porque este lugar está lleno de meados y cucarachas por todas partes
y de naufragios y puertos selectivos y asesinatos,
y este sol es una matriz.
y entonces vuelves a estar sola, con el perro y las gallinas y tu peso.
falacias convertidas en cargas—
cuánto más puedes soportar antes de que la tierra se abra
porque pesas demasiado, a veces te preguntas.
y la voz cuchicheando,
con la que entras al ring de boxeo cada lunes y miércoles y viernes,
te responde:
te mereces hundirte porque tu privilegio es un crimen.
porque puedes liberar los otros sacrificándote a ti, verdad?
y pierdes
en todos los días y noches y años que ya hace que buscas
algo que habría hecho que todo mereciese la pena,
en esta isla / en Esmirna / en Subotica / en la red mundial
(que de hecho intentas boicotear),
nunca el control sobre ti misma—
solo el acceso a ti
o la proximidad con los otros,
hasta que un día—
cuando solo ellos, o Él, o yo, sigamos yéndonos,
y nadie te sostenga ya aquí,
la estructura de la lucha contra los síntomas se hunda
y yazcas sola en este ring de boxeo
con las ruinas de causas y caminos equivocados y abstracciones
y el monopolio de la violencia,
ladrillo a ladrillo,
muro a muro,
hasta que la Europa Fortaleza
caiga…
entonces espero
que encuentres el pegamento en el penúltimo cajón
en el pasillo de nuestra casa,
aquel que dejé allí para ti.
Ria Mikus. Soy la marxista más tonta (y aun así marxista), una llorona, una loba esteparia; intento, de alguna manera, ser lesbiana. Y soy todo lo que soy en el no-ser. Además, ¿a quién le importa lo que soy? Nunca tuve intención de quedarme más de seis meses, y sin embargo, de alguna manera, he pasado los últimos dos años y medio en Lesbos, algo que intento que no se convierta en un rasgo de mi carácter. No moriré aquí.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)