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Educación estándar. El profesor función. Un producto llamado competencias. Proceso técnico. Homogeneización, docentes intercambiables y sustituibles. Actividad híper-regulada. Tráfico de créditos o conocimiento propietario, conocimiento en dosis.
Indigestió (indigestión), además de lo que sientes cuando intentas comer mirando las noticias en la televisión, o lo que te pasa cuando engulles todas seguidas las palabras de aquí arriba, fueron unas jornadas que tuvieron lugar en Barcelona el mes de abril este año en su 12 edición. Lo que las hizo particulares es, por un lado, el hecho de que partían de una vocación por la música que se extiende y se traduce hacia una preocupación y análisis de lo social; por otra parte, las condiciones que se imponían para estas jornadas, donde los ponentes hacían intervenciones muy cortas, sólo 5 minutos para exponer una idea, y al llegar el minuto último eran interrumpidas por un músico. Además, las disertaciones no podían ser contestadas por el público. Quizá sea precisamente el condicionante de tener que decir algo con precisión y poco tiempo lo que decantó una sentencia del calibre que cito a continuación:
‘El mejor favor que le podemos hacer a la universidad, el mejor y más grande gesto de afecto, es irse’.
Sí, hablamos de educación y la responsable de esta frase, Aida Sánchez de Serdio es profesora de Universidad en la Facultad de Bellas Artes, y una de las mejores docentes. Esto fue antes de que se aprobara la que llaman la «ley Wert», que entre otros disparates promueve el retorno de la religión como materia computable, relega las lenguas cooficiales en segundo término obligando a una enseñanza en castellano, descalifica todas aquellas áreas de conocimiento que no se pueden valorar según las leyes de mercado, y todo ello en el marco de unos recortes criminales en educación que dejan la situación de la enseñanza, de la investigación y de los propios docentes y alumnos en un estado relativamente lamentable. El profesorado, movilizado desde hace meses en defensa de no sólo sus puestos de trabajo, sino de un trabajo de calidad, ya sabían que la ley se aprobaría, premonición que genera más desesperanza que no esperanza.
No se puede decir que los que hemos crecido bajo la sombra de la LOGSE y el Plan Bolonia tengamos mucha fe en el sistema educativo; la insistencia de los diferentes gobiernos a limar cualquier chispa de calidad a base de cambios y más cambios, nos volvió unos descreídos, además de marearnos bastante. Precisamente hace unos días, hablábamos durante un workshop sobre arte y educación en A*DESK llamado «Turn it again, Sam», de la cantidad de giros que se han enunciado, desde un plano teórico y en diferentes ámbitos académicos, como los estudios culturales y visuales o las ciencias sociales (Rogoff, Bishop, O’Neil…); pues parece que nuestros gobernantes se quisieron apuntar al carro y se abonaron a base de bien.
Aida Sánchez de Serdio enunciaba al inicio de su charla de cinco minutos que trabajar en la universidad representa una contradicción constante, y concluía que «marchar también es un gesto de auto-respeto hacia una misma. Dejar que las cosas dejen de funcionar. A veces no tenemos que hacer que las cosas salgan bien, nos las tenemos que cargar y debemos irnos.»
Como alumna y eterna estudiante, aunque ya sé que no tengo que tomar las palabras al pie de la letra, si las personas de las que sí he aprendido son expulsadas de la universidad y ponen de manifiesto que ‘Somos un ornamento que disimula el embrutecimiento’, reivindicando que ellos no quieren participar de este engranaje, no puedo dejar de indigestarme, o como ya han hecho muchos, marchar.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)