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Huir de Afganistán: una tragedia en cinco actos

Magazine

26 febrero 2024
Tema del Mes: Migrar(se)Editor/a Residente: Queralt Castillo Cerezuela

Huir de Afganistán: una tragedia en cinco actos

(Breve aproximación a los caminos desconocidos de la migración)

Acto I: No sabemos qué hacer

Son las ocho de la noche y está oscuro. Nos encontramos en la frontera de Islam Qala, entre Afganistán e Irán. No tenemos permiso para entrar en Irán, y este lado está bajo el control de los talibanes. Los mismos que nos han convertido en extraños, que nos han dejado sin refugio en nuestra propia patria. En mi tierra, las mujeres no tenemos derecho a viajar sin un acompañante masculino. No han mostrado, los talibanes, ninguna misericordia hacia nuestras compañeras que han salido a la calle a manifestarse reclamando sus derechos. Las han torturado, las han sometido a abusos y a algunas, incluso las han matado.

Había sido un día muy largo: habíamos llegado a Herat en un avión procedente de Kabul. De Herat habíamos viajado hasta la frontera de Islam Qala con un conductor y otro pasajero que también quería huir de Afganistán e intentar llegar a Australia. Al paso fronterizo llegamos a las 16:40, pero nos lo encontramos cerrado. La gente regresaba. El conductor de nuestro vehículo nos había aconsejado que entregásemos el pasaporte a los soldados iraníes y que les dijésemos que nos permitiesen el paso, que viajábamos solas. Así lo hicimos, pero había sido en vano: no nos habían dejado pasar a pesar de mis súplicas y de repetirles que estábamos solas y que no teníamos ningún conocido en Herat.

— No se puede hacer nada. La frontera está cerrada. Váyanse y regresen mañana a las siete de la mañana.

En la frontera. Foto del 27 de diciembre de 2021_Karima Shujazada

Acto II: ¿y ahora qué?

Volvemos al coche, donde nos espera el conductor. Nuestras caras de cansancio y desánimo hablan por sí solas. El conductor trata de animarnos y de convencernos de que la frontera se va a volver a abrir esa misma tarde, pero no la abren y empieza a anochecer.

El conductor insiste en volver a Herat, pero el viaje tiene un coste extra que nosotras ya no podemos pagar porque nos estamos quedando sin dinero. Pero este no es el único motivo: el camino de vuelta a Herat es peligroso para nosotras y resulta arriesgado: los talibanes nos pueden arrestar por el hecho de viajar ‘solas’ o nos pueden asaltar ladrones. Además, tampoco conocemos a nadie en Herat. No conseguimos dar con ningún lugar para pasar la noche, así que el conductor sugiere que nos quedemos en un hotel en la misma frontera. Y allí estamos; pero el hotel en el que hemos decidido pasar la noche es una ruina; y no solo eso: el interior está lleno de hombres y las habitaciones no tienen ni puertas ni ventanas. Es diciembre y hace un frío terrible, así que decidimos regresar al coche y pedirle al conductor si podemos pasar la noche en el vehículo.

Acto III: una oscuridad inmensa

En aquél coche, rodeada de la negritud de la noche, pienso en mi hermano Muhammad, quien también ha hecho esta misma ruta, pero de manera clandestina. Desde el 15 de agosto de 2021, apenas unos días después de la llegada de los talibanes al poder y de que las tropas occidentales se marchasen del país, lo había intentado en varias ocasiones. Tenía motivos de peso para escapar: él había trabajado en las oficinas de seguridad del gobierno anterior. También había participado en los levantamientos populares. Cuando volvieron los talibanes, se convirtió en un fugitivo; no podía volver a casa con su mujer y sus hijos. La última vez que lo había visto fue unos días después de la caída de Kabul, cuando él escapaba hacia Bamiyán. Unos meses después, envió una foto suya. A pesar de tener sólo treinta años, parecía haber envejecido y se había debilitado tanto que aparentaba ser un hombre de cincuenta. En la imagen, se podía ver claramente cómo sus ojos expresaban desesperación y fatiga. Su rostro estaba quemado por el frío. Recuerdo el fuerte sentimiento de impotencia y desamparo ante tanta desesperación. Lloré mucho aquel día. Cuando mi madre vio la foto de mi hermano también lloró; incluso tuvo que salir de la casa. ¡Cuánta impotencia e indefensión!

Cuán doloroso es ser un refugiado y un extraño en tu propia patria. No puedes respirar, sientes como si te faltara el oxígeno. Se siente como si estuvieras atrapado entre dos paredes que te presionan. No se abre camino hacia el futuro, pero tampoco puedes volver hacia el pasado.

Recibo una llamada suya, de Muhammad: está cerca de la frontera y me dice que puede llegar en un par o tres de horas; que puede venir a pasar la noche con nosotras en aquella tierra de nadie. Pero no quiero que venga porque es peligroso: ¿qué pasaría si fuese identificado por el régimen? Entro en pánico y le llamo de nuevo: «no vengas», le pido. Le envío, eso sí, el número de matrícula del coche. A mi hermana y a mi se nos está agotando la batería del móvil y les pedimos a mi madre, mis hermanos y mis tíos que no nos llamen más. Han estado llamando durante toda la noche. La oscuridad es inmensa. Apenas queda nadie por los alrededores.

Acto IV: toc, toc

Y en medio de aquella oscuridad, llegan.

Veo cómo dos talibanes empiezan a aproximarse al coche y el miedo se apodera de mí. Una sucesión de pensamientos aterradores invade mi cabeza y las manos se me hielan fruto del miedo y la presión. Se me empañan los ojos, me los limpio, me cubro el pelo y le hago señas a mi hermana para que ella haga lo mismo.

Golpean en la ventanilla del coche.

Toc, toc.

Yo apenas puedo respirar por el terror a que nos identifiquen. ¿Nos ha denunciado nuestro conductor? Él está fuera, a unos metros del vehículo, junto al otro pasajero.

Mi hermana baja la ventanilla.

— Los pasaportes.

Uno de ellos enciende la linterna y revisa detenidamente toda la documentación. El miedo a que nos identifique es atroz. Los talibanes se llevan los pasaportes. Fuera al conductor y el otro pasajero hablan con los talibanes.

Cojo el móvil y tecleo rápidamente nuestros nombres en Google. Mi hermana y yo habíamos organizado y participado en algunas manifestaciones. Y sí: aparecemos en noticias y en fotografías. Me estremezco y le comento a mi hermana que si los talibanes nos buscan en Google, estaremos perdidas.

Toc, toc.

Vuelven a golpear en la ventanilla y la volvemos a bajar, temblando. Nos devuelven los pasaportes y respiramos aliviadas. La oscuridad y el silencio vuelven a su normalidad y el conductor y el otro pasajero deciden pasar la noche en el hotel.

Mi hermana cae rendida, pero a mi me resulta imposible conciliar el sueño. Siento algo más que un dolor de cabeza; es un estruendo cerebral causado por las preguntas que se agolpan en mi mente. ¿Qué camino nos depara? ¿Cuál es nuestro futuro?

Aparece de pronto el gerente del hotel, que se ha enterado de nuestra situación, y ha sentido compasión. Nos trae una manta. Cubro con ella a mi hermana, que continúa dormida. Miro a través de la ventanilla y mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. No puedo dejar de pensar en ese futuro desconocido, en la familia que estoy dejando atrás. Pienso en la soledad que me espera y los miedos, y lloro.

Y lloro tantísimo que me arden las cuencas, los párpados. Intento controlarme, porque el dolor de cabeza no hace más que aumentar. Imposible. En mi interior, una vocecita grita «¡ya basta!», pero la impotencia, la desolación y ese exilio que ya tengo tan dentro de mí resultan abrumadores.

Y lloro tantísimo que mi hermana se despierta.

Y lloro tantísimo que, al final, me quedo dormida.

Acto V: un futuro incierto

Despierto alrededor de las cinco de la madrugada. Abro los ojos, con esos párpados hinchados, ardiendo. Ha amanecido y el miedo a ser arrestadas no ha cesado. No puedo dejar de pensar en ello. Los talibanes son impredecibles y pueden cambiar de opinión en cualquier momento. Me da la sensación de que el tiempo pasa muy lentamente.

El conductor y el otro pasajero vuelven al coche y retomamos la marcha hacia el paso fronterizo. El lugar está muy concurrido; hay cientos de personas esperando a cruzar. Esperando a marcharse. Esperando ante ese futuro tan desconocido como incierto. Ese futuro al que yo tanto temo.

 

[Imagen destacada: Karima enfrentándose a los talibanes, en una manifestación. Foto del 6 de septiembre de 2021_Karima Shujazada]

Karima Shujazada, nacida en 1994 en Afganistán, emigró a Irán en 2000 y comenzó su educación en una escuela local. Regresó a Afganistán en 2002 y completó su educación en 2014. Ingresó a la universidad en 2015 y se graduó en periodismo en 2018. Durante sus cuatro años universitarios, se dedicó a actividades en el ámbito de los derechos humanos y trabajó como locutora en medios internos. Desde 2018 y hasta la vuelta al poder de los talibanes, en agosto de 2021, desempeñó un papel como facilitadora de la paz en la organización Afghan Women’s Talent Development Center. En 2022 emigró a España y actualmente es estudiante de Relaciones Internacionales, Seguridad y Desarrollo en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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