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“Lo que los ojos ven y los oídos oyen, la mente lo cree.” (Harry Houdini)
Cualquier noticia estos días sobre Fontcuberta queda solapada por la concesión del premio Hasselblad la semana pasada. La exposición de Angels Barcelona es un proyecto que por su formato y momentum complementa la concesión del premio, y además resalta una de las características principales en casi todos los proyectos de este artista: el juego entre lo verdadero y lo ficcional, una línea por la que Fontcuberta siempre ha sabido deslizarse como si nada. Ese ámbito maleable entre la verdad y la mentira, que se materializa en la fotografía como “el espacio de la ceguera más absoluta”, es la vía de escape de un fotógrafo que se enfrenta a su trabajo con una honestidad profunda a pesar de establecer bases en el fake al más puro estilo de Orson Welles.
Crear paisajes subterráneos irreales quizás sea una suerte de metáfora visual de la propia manera de trabajar del artista: hacer túneles, buscar nuevos caminos, ensoñaciones imposibles que además sugieran espacios de conflicto, lugares de una supuesta memoria post-industrial o subterránea que genere iconos visuales de un no lugar perdido en el tiempo y en el espacio, pero lo suficientemente narrativo para contarnos “algo”. No se puede entender su fotografía sin comprender que casi todo su trabajo se ha dirigido a intentar desmantelar lo establecido. Su obra contiene una implicación ideológica per se, incrustada en su tiempo y en su contexto. Fontcuberta, proyecto tras proyecto, se ha dedicado a aplicar un “enmascaramiento” de lo real. Si bien es cierto que los mass media conllevan un alto grado de manipulación en sus contenidos, también lo es que el público general mantiene un claro divorcio con la capacidad crítica, luego podemos afirmar que en definitiva hemos sido y somos, en líneas generales, gente crédula.
Esa fractura en torno a la credulidad es la que Fontcuberta siempre ha sabido explorar. Puede ser que el espectador sea más o menos manipulable, y que lo de menos sea lo rotundo o lo absurdo del mensaje porque todo queda supeditado a los intereses del medio (políticos, económicos, sobre el poder en general…) y ahí es donde Fontcuberta demuestra esa fragilidad del espectador y esa imposibilidad para ver la verdad. Este probablemente sea un ejercicio epistemológico fundamental en sus trabajos, que en sus dos vertientes más marcadas, -la de los media antes mencionada, y la de la obra como imagen autónoma que se autoanaliza cuestionando el propio fin del la fotografía y su representación y valor (como la del proyecto Ficcions en Angels Barcelona)- genera imágenes, material visual y desnuda un medio en transformación, que no en extinción, para aquellos que acuden a la muerte de la fotografía analógica en favor de la digital.
Porque la inclusión bien dirigida en un imaginario sobre-saturado de imágenes como el actual no es una cuestión sencilla. Parece clara la idea de que la fotografía no es un fin, sino sólo un medio para entender de una manera más amplia las esferas del conocimiento y, en definitiva, de la vida. Si la fotografía analógica de Fontcuberta se centra en la naturaleza representada sin excesiva subjetividad, la digital salta hacia un ejercicio mas narrativo, casi de construcción, en cierta medida, incluso, pictórico. Su fotografía digital viene a ser una suerte de “Pintura infográfica” o algo similar, donde la definición no queda clara. Y en ese intersticio entre las dos realidades fotográficas se instala el artista, como Houdini, escapando de los tanques y ejerciendo como un espía del tiempo y la realidad que enriquece nuestra mirada un poco más, cuestionando hasta esta misma en un juego tautológico absolutamente lúcido.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)