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La artificialidad y la violencia cotidianas del s. XXI bajo la mirada de El Conde de Torrefiel y otros títulos largos

Magazine

12 noviembre 2013
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La artificialidad y la violencia cotidianas del s. XXI bajo la mirada de El Conde de Torrefiel y otros títulos largos

Lyotard escribía sobre la posmodernidad como un tiempo en que las grandes narraciones de la Historia se veían deslegitimadas y todo el protagonismo lo adquirían los microrelatos. Así se argumenta que «Pulp Fiction», de Tarantino, sea considerada una de las películas del cine posmoderno por excelencia: rompe con la linealidad de una única narración y se compone de pequeños fragmentos y acciones simultáneas aparentemente desvinculadas las unas de las otras.

La compañía de artes escénicas El Conde de Torrefiel, formada por Pablo Gisbert y Tanya Beyeler, también presenta sus obras en un formato fragmentado: aunque las escenas transcurren unas tras otras, las hay que parecen independientes del resto. Si bien en la obra «Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke» (2012) este hecho me sorprendió, en su última pieza «La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento» ya lo reconozco como una marca de la casa, como lo son también los movimientos corporales repetitivos, los neones y el humo, también usados en la obra «Tu, yo y Torelló», realizada por El Conde de Torrefiel con Enric Farrés y Quim Packard en el Festival Festus 2013 de Torelló.

«La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento» evidencia que el trabajo de El Conde de Torrefiel es un teatro de texto que incluye densas reflexiones sobre la contemporaneidad enmedio de diálogos del todo banales, además de una gran cantidad de referencias al arte, como se ve en la lista de videos de referentes publicada en la web de Teatron.

En esta última producción presentada en el TNT de Terrassa las protagonistas son dos amigas que, cansadas de su rutina, van a pasar un fin de semana de vacaciones en un lugar indeterminado. Aunque aparecen más personajes, las únicas que hablan en escena son ellas y cuando lo hacen se ponen siempre en la misma posición: una de espaldas al público y la otra, unos dos metros delante, mirando de frente a su interlocutora y también al público. Nunca tienen un diálogo lineal: cuando una habla, la otra calla, aguantando la mirada. Incluso si son preguntas lo que una pronuncia, la receptora no dice nada, hasta que llega su turno de palabra y se cambian de lugar en el escenario, como si sólo pudieran hablar desde aquella única situación. Así el público se encuentra ante escenas del todo cinematográficas pero con la posibilidad de ver los tránsitos que, si esto fuera una película, quedarían entre planos, escondidos por el montaje, y provocarían errores de racord. Pero no es una película y estas acciones se incluyen en la obra convirtiéndose así en procesos que resultan artificiales y absurdos. En algunas ocasiones el diálogo no se pronuncia sino que se proyecta en forma de texto sobre la pared del fondo funcionando como una voz en off mientras se representa una acción que puede no tener nada que ver con las palabras que el espectador lee.

Después de preguntas como «¿te gusta el helado de after eight que te estás comiendo?» pueden proceder largas reflexiones que analizan la sociedad actual. En general desde un punto de vista escéptico y con humor negro. La mezcla entre estos dos elementos, sumando el absurdo de algunos movimientos y la austeridad del decorado y vestuario, hacen de la obra de esta compañía una pieza violenta porque es fácil reconocerse en ella y palpar la decadencia y la artificialidad de nuestro momento. Si Tarantino opta por la sangre a chorros y las agresiones explícitas, aquí se agrede a través de la cotidianidad y la desconfianza hacia esta, con una violencia mucho más similar a la que se puede percibir en el filme «Amor», de Haneke. Es así porque lo hacen a través de las palabras y las imágenes que todos conocemos porque convivimos con ellas, pero quizás nos negamos a distanciarnos lo suficiente y verlas en su crudeza: como el escenario de después de una fiesta cualquiera, lleno de desechos, hedor y cuerpos sucios. Y hay que ir al teatro para verlo representado y decirse a una misma que sí, que como acabas de oír, «el siglo XXI es una mierda bonita» y luego reirás y así será aún más violento.

Anna Dot nació un domingo de abril. Es de Torelló y trabaja entre dos mundos que no percibe separados de ninguna manera: el de la producción artística y el de la reflexión sobre los contextos artísticos a través de la escritura.

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