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La bienal de arte Leandre Cristòfol de Lleida: sobre la función de un museo

Magazine

04 febrero 2013
Quim Packard

La bienal de arte Leandre Cristòfol de Lleida: sobre la función de un museo

La función y gestión del arte desde el ámbito público es en sí misma una cuestión delicada y muy discutida, pero todavía más en los tiempos que corren. La institución, a priori garante de los intereses de la res publica, asume la responsabilidad de destinar los recursos a aquello que es mejor y más conveniente, pero: ¿para quién y de qué manera? El museo representa en el mundo del arte un lugar dónde se deposita esta misión. Una misión a veces imposible, que la teórica holandesa Mieke Bal explica con el concepto “Enmarcado” [[Bal, Miecke. «Enmarcado. A conceptos viajeros de las humanidades. Una guia de viaje», 2009, Murcia]]. Poner un marco, es cerrar el perímetro, y por ello Bal describe el montaje de una exposición como “una encerrona” (tanto de cierre como de emboscada). Es decir, que el contexto -el museo, la arquitectura, sus agentes, la colección… -, atrapa a las obras en los procesos de significación de una mise-en-scène particular, orquestada por la malla de intereses de la institución. La primera pieza que encontramos en el espacio de exposición de la biennal es una representación paradigmática de la emboscada. Las viñetas de cómic recortes y montadas de Martin Vitaliti, son la trama de esta red, prácticamente vaciadas de imagen y texto, se proponen como las trampas de las que se ha liberado el cómic para atrapar el arte.

xarxa_emboscada_M_Vitaliti.jpgLa bienal de Lleida, que se puede visitar al Centro de arte La Panera de Lleida hasta el 28 de abril, no produce obra propia, como hacen otras bienales, sino que adquiere obra producida. Junto a las tradicionales cartelas que con fines didácticos describen las obras, hay unos pequeños cartelitos que anuncian las piezas como “Obra Adquirida”; estas pequeñas notas son las que con tan sólo dos palabras sitúan inmediatamente las obras y sus creadores en una capa diferente dentro de la estratosfera artística. El museo ejerce el poder legitimador y determina quién son los ganadores; no es innovador, no busca el riesgo, sino que se pronuncia en favor de artistas con cierta trayectoria en circuitos emergentes o más consolidados, para confirmar su interés general.

Y es que «el museo siempre llega tarde». Esta frase pronunciada en un momento de lucidez por Cristina Góomez, describe magníficamente la situación de esta biennal que atada al objetivo de adquirir obras para hacer colección, confina su función a la elección intuitiva de unas piezas que un día nos recordarán “lo que fueron”, convirtiendo la visita al museo en una experiencia histórica futurista: estamos viendo lo que la institución quiere que sea entendido y recordado del arte catalán y español contemporáneo en un futuro.

Pero la situación actual de los recursos públicos no facilita el objetivo que se propone la Bienal, y La Panera también expresa las dificultades con las que se encuentra: “[los centros de arte] ven como las obras se marchan de sus manos para entrar en el mercado artístico sin tener posibilidad de retenerlas.” ¡Retenerlas!

Concebir el museo como un congelador no es una idea mía. Oriol Vilanova tiene en esta edición varias piezas expuestas en La Panera, entre las cuales ‘Mausoleos’, un título muy oportuno para la colección de postales de viejos museos o gabinetes de curiosidades. Pero el proyecto que hizo en La Virreina “Ellos no pueden morir” el 2011, expresa más concretamente esta idea: un diálogo entre tres personajes que buscaban la inmortalidad, W. Disney, Lenin y Dalí. Tres personajes que, como las obras, están muertos. O siguiendo de nuevo a Bal, el museo es en sí mismo una emboscada, concede la inmortalidad, y por lo tanto, su contenido está muerto.

De todos modos, y tal y como expresan desde el museo mismo con su queja, la situación está cambiando. La función legitimadora del museo parece que está menguando en consonancia con la crisis institucional, y está cambiando el canon de lugar, quizás para devolverlo fuera de la institución. El dibujo de Quim Packard que encabeza este texto, es una ilustración fantástica de esta situación, a la que tenemos que estar bien atentos.

Caterina Almirall acaba de nacer en este mundo, pero antes había vivido en otros mundos, similares y paralelos, líquidos y sólidos. De todos ha aprendido algo, y ha olvidado algo. Aprender es desaprender. En todos estos mundos le atrapa una telaraña que lo envuelve todo, algunos lo llaman “arte”… Envolver, desenredar, tejer y destrozar esta malla ha sido su ocupación en cada uno de estos planetas, y se teme que lo será en cada uno de los que vendrán.

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