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Dentro de la línea de trabajo que el Museo Reina Sofía dedica al arte realizado en América Latina en el XX, «El deseo nace del derrumbe» constituye un homenaje a la práctica de Roberto Jacoby, artista argentino de larga trayectoria, y figura cuyo trabajo ha estado teñido de un compromiso político que lo vincula de manera permanente al marco social en el que se desenvuelve.
En un momento de actualidad para la figura del artista multi activista (apelando a la variedad de lenguajes y registros en los que emplea su politicidad), es oportuno sacar a la vista del público la figura de Roberto Jacoby. La muestra, extensa y polimorfa, está dividida en sub espacios de significación que abarcan períodos y obras concretas del trabajo de este creador argentino, emparentado con los activismos norteamericanos de la segunda mitad del XX.
Las secciones «Vivir aquí» y «Archivo en uso» introducen al público en la obra del argentino a través de la documentación de sus acciones políticas y educativas. Una mesa con libros vinculados al trabajo de Jacoby funciona, como tantas otras veces en tantas otras exposiciones, como un límite utópico al que el público se acerca, mira, rodea y abandona. Ese eje límite, en torno al que el visitante articula su tímido deambular, incluye en su centro, con ironía, no sólo los catálogos de la muestra, sino, además, una serie de publicaciones que recogen transcripciones de conferencias pronunciadas en torno a la figura del socialista utópico Fourier (ciclos de pensamiento en cuya organización estuvo involucrado el artista). En torno al altar se busca la recreación de la comodidad de lo doméstico, en un intento de invitar al público a la consulta del material documental, con la colocación de mobiliario procedente de su domicilio en Buenos Aires. El actor trae, junto con su cargamento, los objetos que denotan a quienes inventan sus palabras.
«1968, el culo te abrocho». Otro sub espacio de la muestra destinado a albergar parte de su producción de afiches, en los que lleva a cabo reformulaciones de análisis políticos en clave pop, que se sitúan en el ámbito de las «estrategias de la alegría». Esta etiqueta, formulada por Jacoby en los años de la dictadura, recoge una actitud determinada con la que enfrentarse a la represión; una suerte de iluso sarcasmo sin el cual hubiera sido imposible crear.
Y, por último, el subsuelo. La primera pieza que vemos allí, «La Castidad», es un interesante vídeo en el que se exalta la importancia de la sexualidad, mediante el ejercicio de su evitación, como un vector presente en las relaciones humanas. Fruto de la convivencia entre Jacoby y otro artista durante el tiempo de un año, esta pieza alude a las micro comunidades como espacios regidos por pactos tácitos. Al final del recorrido está «Darkroom», una obra formada por ocho monitores en los que se reproduce la visión de una cámara de infrarrojos. En ella, unos personajes ciegos reconocen un espacio con su caminar. La Sala de Bóvedas del Museo Reina Sofía cobra un sentido cercano a la catacumba. El cuerpo del visitante comprende el espacio del museo y asume las narraciones que, sobre su relación con lo fantasmal, pueblan esta parte de la mitología de los habitantes apócrifos de Madrid.
Pocas veces se consigue hacer justicia al trabajo de décadas de un artista a través de exposiciones que han de combinar cierta pretensión enciclopédica con la penuria de espacio. Ésta no es una de ellas. Desafortunadamente, la apuesta que el equipo comisarial ha realizado por la multiplicidad de enfoques a la hora de concebir el diseño espacial de la exposición, impide un entendimiento global de la valiosa producción de Roberto Jacoby, y la presenta como sucesiones de momentos inconexos entre sí.
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