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Con sólo 25 años Daniel Jacoby ofrece su primera exposición individual en Barcelona en la galería Toni Tàpies. Este artista peruano aficado Cataluña desde hace algunos años, tras premios, becas y exposiciones colectivas, consigue hacerse un hueco también en el panorama galerístico. No es moco de pavo, es la lógica de ornitorrinco
El animal que da nombre al título supuso una inesperada sorpresa para los cánones del pensamiento naturalista, conteniendo piezas de diferentes especies ensambladas en un mismo ser: un mamífero que pone huevos, que tiene pico de ave pero también dientes, emite veneno y ni vuela ni camina, sólo nada. El título de la exposición de Daniel Jacoby es más que acertado, ya que como los ornitorrincos, su obra se estructura en una lógica que parece nacida del capricho, una curiosa especie de realidad que abre el abanico de lo posible e invita a fantasear acerca de su existencia. Aunque si lo pensamos bien, puede que ésta ésta no tenga tanto misterio y solo juegue a mezclar.
En el piso de abajo, sobre el suelo, se amalgaman objetos de diferente naturaleza formando una estructura en la que las piezas encajan sin llegar a revelar la razón de su engranaje. Botellas de agua sobre las que se dispone un cesped artificial, en un mapamundi un dardo clavado en Barcelona y otro en las antípodas, una tarjeta de crédito metida en la tierra, un peluche de Bugs Buny que sale de un televisor, el disco de Greatest Hits de Sublime (¿una declaración de intenciones?), la imagen de un pistolero que apunta hacia una diana en potencia o imágenes cambiantes de un átomo son solo algunos de los componentes de este extraño animal, para que se hagan una idea… ¿Cómo consigue todo esto apuntar algún sentido? El artista se mantiene presente en la galería con una narración en mp3 que acompaña la instalación y al visitante. Al llegar a la galería recibimos unos cascos con los que escucha la narración de Jacoby explicando de viva voz una historia rodeos argumentales que giran sobre un núcleo móvil.
Los símbolos que vemos y oímos se sincronizan ofreciendo mecanismos de anclaje narrativo, un efectivo recurso que endereza la estructura de la obra y aliña la experiencia, manteniendo el interés por una ecuación inútil al obligarnos a encontrar ciertas conexiones. El display propone un interrogante que Jacoby denomina como «x», una incógnita imposible de despejar por no llegar a presentar un enunciado racional. Sin embargo, que la ecuación se exprese de forma incompleta y desordenada es lo que anima el esfuerzo por intuir cierto sentido latente. Al crear una narración desestructurada a partir de anécdotas y seguir los esquemas de una fórmula inventada, puede parecer que la elección y orden de los elementos nazca del azar. Nada más lejos. Se nos convence de que bajo el entramado de estas heterogéneas piezas existe una lógica tan presente como, en el fondo, inexistente.
El artista mezcla la literatura (narraciones que recuerdan al Realismo Mágico o a Cortázar) con la ciencia (teoría de cuerdas), el objeto cotidiano con el pensamiento metafísico, el hombre y la vida con el arte. El resultado es la imposibilidad de llegar a expresar la diana infinita a la que apunta, ofreciendo un misterioso contenedor en el que cabe todo por no contener nada, una inútil ecuación cuya única utilidad se resuelve en el valor de fantasear con hipótesis no falsables. Pero no nos confundamos, Jacoby no pretender solucionar el misterio de la vida, la frialdad de la narración, todo el display, mantiene una distancia irónica.
En todo caso, sería interesante pensar en su relación con la obra de Bestué/Vives. Mientras ellos presentan la hipótesis de contenido de forma precaria, Jacoby narra de forma más retórica, aparentemente fría y distante. En sus series de acciones la pareja catalana iba de lo general a lo concreto, del espacio de la ciudad (Acciones en Mataró) al espacio del hábitat privado (Acciones en casa), al del propio cuerpo (Acciones en el Universo). En esta última permitían consideraciones alrededor de lo microscópico, las partículas y el interior del propio cuerpo, hasta lo más general y abstracto como es el universo. Todos herederos de la práctica conceptual, parten de la existencia de objetos que tienen un valor de uso con una suerte de mecanismo cuyo sentido es su misma utilización. Sin embargo Jacoby lo hace de manera más figurada, dando saltos menos espectaculares entre el invisible interior de un átomo al objeto, de lo sensorial a la imaginación, haciendo que en este caso, la narración sea un bucle más envolvente.
Tanto Bestué/Vives como Jacoby forman parte de la llamada “generación odisea”, jóvenes de los 20 a los 35 a los que no interesa seguir las estructuras tradicionales, sin la meta de formar una familia o tener una trayectoria profesional lineal, pudiendo continuar así en un estado perenne de experimentación y juego. Como lo que en literatura ha venido a dar la Generación Nocilla, estos artistas forman parte de una generación que ha visto como los grandes relatos han caído, aquello en lo que creer se ha vuelto blando y que, por tanto, la idea de seguridad personal no es otra cosa que una construcción efímera dependiente de contextos siempre cambiantes.
¿Disfrutará Daniel Jacoby de la misma reacción en cadena que hizo pasar a Bestué/Vives de emergentes a carne de bienal? Puede que esta pregunta no tenga ningún sentido. A fin de cuentas, la lógica del arte no dista tanto a la que tiene por ejemplo, un ornitorrinco.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)