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La línea sin fin. Entrevista a Andrea Valdés y David Bestué

Magazine

20 abril 2015
Tema del Mes: Líneas del tiempo, marcas históricasEditor/a Residente: A*DESK
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La línea sin fin. Entrevista a Andrea Valdés y David Bestué


La línea sin fin es un proyecto de Andrea Valdés y David Bestué que revisa la historia de Cataluña, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta el 2035, en una colección de 6 fanzines diseñados para Setanta. El primer número se publicó en 2013, mientras que el último se presentó en diciembre de 2014. A pesar de la relativa agilidad con la que se han ido presentando las diferentes publicaciones, detrás del contenido de cada uno de estos capítulos se adivina un proceso de investigación intenso. Cada entrega ha contado con la colaboración de Jeleton y Jonathan Millan, y han formado parte del proyecto un gran número de autores y autoras.

¿Cómo y cuando empieza La linea sin fin?

DB: Hace unos seis años. El origen fue un trabajo que hice sobre Enric Miralles, el arquitecto. Me di cuenta de que él formaba parte de una manera de hacer muy genuina de aquí, que comprende ámbitos aparentemente tan alejados como el humor, la escultura o la poesía, y que esta tradición o herencia no se explicaba por los nombres de siempre como Miró, Picasso, Dalí o Tàpies. Después de hacer este trabajo sobre Miralles quise hacer una investigación sobre esta manera de ser y de hacer y el resultado fue el video “Historia de la espuma” (2006-2007). Con Andrea empezamos a hablar en 2008, y a partir de entonces trabajamos juntos en esta investigación.

AV: Él me envió unas 30 o 40 páginas de apuntes que había usado para hacer el vídeo, que es interesante porque tiene un punto poético a la vez que contiene una investigación que se podía reformular y ampliar mucho. Para mí era una forma de enfocar algo que siempre me había dado mucha pereza y de la que no conocía nada. Me costó sentirme cómoda con la idea de escribir sobre algo sin estar muy informada. Los escritores que más me gustaban eran gente que hablaba de cosas muy concretas con mucho fondo y pensaba que si no sabía de dónde era, era como escribir desde un centro comercial. La coartada era que la manera de enfocar de donde soy es conflictiva, de la misma manera que lo es la de David porque él tampoco representa la Cataluña que debe ser.

DB: Cuando empezamos parecía que se estaban volviendo a reestructurar los símbolos, o la mitología catalana, mientras que nosotros no nos sentíamos identificados con todo aquello. Encontramos que hay una serie de cosas que a nosotros nos parecen tanto catalanas o más que lo que nos están vendiendo como català. Con ello hicimos un ejercicio de arqueología: buscamos en nuestros referentes unas constantes que se repitieran a lo largo de los años.

AV: Era un ejercicio muy sano. Y también es una manera de decir: a nosotros, esta gente ya nos sirve.

El formato fanzine contribuye a esta idea de auto-legitimación.

DB: Sí, aunque hubo un momento en el que pensamos sacar un libro. Lo redactamos todo y nos quedó un monstruo de unas 1500 páginas. De haber querido hacerlo bien, nos habrían hecho falta muchos años y habría podido llegar a ser muy agotador. En cambio, plantearlo como un fanzine en fascículos lo hacía todo más ágil.

AV: Una cosa que a mí me ha gustado, y que quizás es muy propia del contexto del arte contemporáneo, ha sido el hecho de poder incorporar el error en la escritura. Al principio me costó aceptar que en el primer número había errores tipográficos. Al final pensé que no tenía que preocuparme, ya que la forma de producción que seguíamos se basaba más en la vivencia: no ser riguroso, ir produciendo, y trabajar con mucha libertad. Por eso de repente estamos dedicando tres páginas a un freak mientras hay grandes ausentes. ¡Pero esto representa ese momento, también! Seguro que si lo hiciéramos dentro de tres años, esta historia sería muy diferente.

DB: Para nosotros es una historia de Cataluña que nos sirve. Ha habido mucha investigación y al final lo hemos querido presentar en este formato fanzine, dando a entender que es un ejercicio que puede hacer todo el mundo. Y, de hecho, debería hacerlo todo el mundo. Porque no es algo patriótico, sino que tú estás en un territorio, en el que han pasado o están pasando una serie de cosas a la vez y en un momento dado tienes que escoger qué te interesa de todo esto.

El hecho de seguir el mismo esquema cronológico de siempre para ordenar unos hechos contrasta con esta manera libre y poco rigurosa con la que se explican y se presentan los contenidos en «La línea sin fin». Apropiarse de una forma de legitimación concreta para hablar de otras cosas, ¿representa una provocación al discurso histórico dominante?

AV: Es verdad que existe esta autoridad de construir cosas cronológicas en un vector. Si usas el mismo vector pero le pones marranadas, el efecto es bastante interesante. Al principio habíamos organizado los contenidos temáticamente, era mucho más reflexivo pero queríamos abarcar tanto, que la reflexión no avanzaba nunca. Era como una historia simultánea y era muy bonito pero el lector se habría perdido entre tanto contenido. Al final hicimos una cronología de todo lo que teníamos: desde anécdotas, que para nosotros son muy importantes, hasta grandes hechos. La provocación en el momento de hacer la cronología aparecía cuando nos sorprendíamos al ver que había determinados hechos que habían pasado simultáneamente. Y es que tenemos una tendencia muy escolar de entender que primero ocurrió una cosa, y luego otra, buscando una estética de las formas de hablar que tiene mucho que ver con las ideas de evolución y de progreso. Pero cuando haces un planteamiento cronológico ves que en realidad lo que había allí era un caos. La cronología es anárquica: es un orden, pero es también un desorden en relación a tu construcción.

En el artículo que Jaime Casas escribió para El Mundo sobre «La línea sin fin», mencionaba la necesidad de hablar de Cataluña. ¿Sigue existiendo esa necesidad? Por otra parte, la instrumentalización de la cultura en nuestro contexto pasa por construir una apariencia de identidad histórica, de tradición, que a la que exploras un poco, se tambalea. El nacionalismo crea una identidad a partir de hacer una revisión a la historia y buscar unos pilares que aguanten todo esto. De alguna manera «La línea sin fin» también hace una revisión de la historia que lo que quizás hace es encontrar que no hay pilares. ¿Creéis que se acaba encontrando una identidad, o que quizás se está desmontando una?

DB: En mi caso particular, era importante porque venía de aquel previo que había sido «Formalismo Puro» o el trabajo sobre Enric Miralles. Sobre todo en este último, te dabas cuenta de que hay cosas que, si no las rescatas y vuelves a hablar de ellas, desaparecen. Había cosas que estaban llenas de polvo y teníamos ganas de que la gente las conociera.

AV: También está el hecho de que Cataluña, como no tiene Estado, ha encontrado en la cultura una herramienta muy importante. Esta instrumentalización hace que se elijan unas cosas y no otras. De ahí nuestra idea de que había que hablar de Cataluña. Ahora Ortega y Gasset quizás queda un poco desfasado pero me gusta cuando dice que una nación no es el lugar donde llevas muchos años viviendo, es un proyecto de futuro. Este proyecto se está construyendo pero hay quien lo construye en relación a una idea muy carca. A mí me gusta pensar que hay quien está construyendo siguiendo otros parámetros.

DB: Creo que desde la transición, una buena parte de la generación de artistas no somos hijos de la burguesía, sino hijos de inmigrantes. Como artistas tenemos una tradición y una relación con la identidad diferente, mucho más compleja. Es una visión un poco esquizofrénica, aunque a mí me encanta, de estar dentro y fuera al mismo tiempo. Te sientes que formas parte de la cultura catalana pero al mismo tiempo no quieres que te etiqueten de ello. Somos hijos de inmigrantes, que también estamos edificando cultura en Cataluña y esto continuará sucediendo: los hijos de los inmigrantes que están viniendo ahora también construirán su historia de Cataluña y también tendrán que hacer un fanzine dentro de unos diez años y deberán escribir desde su óptica y explicar qué significa haber nacido aquí. Y esto es muy interesante. Es lo que hemos hecho nosotros y lo que les tocará hacer a los demás, y a los demás, y a los demás…

Anna Dot nació un domingo de abril. Es de Torelló y trabaja entre dos mundos que no percibe separados de ninguna manera: el de la producción artística y el de la reflexión sobre los contextos artísticos a través de la escritura.

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