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Cuando me pidieron que escribiera este artículo sobre la práctica de la mediación en el contexto del arte contemporáneo, lo primero que pensé fue: asumiendo que hayamos llegado a un acuerdo sobre lo que es el arte contemporáneo, ¿por qué usar el término «mediación»? Esta palabra lleva consigo una carga que sugiere resolución, el alivio de tensiones, la forja de un terreno común. Se apoya fuertemente en la idea de que debemos hacer un puente entre ambigüedad y entendimiento. Aun así, vale la pena esforzarse en esta premisa. Hablar de mediación en el arte implica una brecha, una distancia entre la obra y su audiencia, que se presume que debe ser cercana. Sin embargo, esta hipótesis compromete la complejidad del arte contemporáneo, la reduce a una serie de narrativas digeribles priorizando la claridad antes que la interpretación abierta. También implica que la obra en sí esté de alguna manera incompleta o sea insuficiente sin la intervención de un mediador, lo que plantea preguntas críticas: ¿el rol de la mediación es aclarar y resolver, o albergar un espacio para la incertidumbre y provocación inherente a la obra de arte? ¿Y cómo influye este proceso de mediación tanto en la recepción de la obra como en su propio mensaje?
La interacción entre la ambigüedad esencial del arte y el deseo de hacerlo comprensible invita a considerar más de cerca cómo se configura y se expresa su sentido. Una obra de arte no solo es un recipiente pasivo que espera ser descifrado, sino también resiste nuestro esfuerzo de inmovilizarlo. Es útil mencionar la noción de Adorno de que el arte no funciona de manera mimética o ilustrativa; no puede reducirse a un mensaje o una narrativa simple. Más bien, interactuar con él es cuestión de seguir su movimiento, de trazar cómo se perturba, cómo se mueve y se niega a encajar en categorías fijas. Sin embargo, en el mundo del arte contemporáneo, este proceso a menudo se convierte en una especie de tarea administrativa: un ejercicio para encajar la obra en estructuras estandarizadas, estructuras moldeadas por las instituciones, organismos de financiación y prioridades burocráticas.
Les Nouveaux Comanditaires, un programa iniciado en 1990 por el artista belga François Hers, invita a los ciudadanos a encargar proyectos que aborden preocupaciones sociales, culturales o locales. Reúne a artistas, mediadores y comunidades en un esfuerzo por conectar el arte con la vida cotidiana. Según su descripción, los mediadores son «expertos en arte contemporáneo capaces de asegurar que se respeten sus exigencias». Su labor es facilitar el diálogo entre artistas, mecenas e instituciones mientras coordinan la financiación pública y privada para hacer realidad estos proyectos. Hay mérito en esto, una creencia de que el arte puede expresar las necesidades de las comunidades y desempeñar un papel en la configuración del tejido social.
Pero no puedo evitar preguntarme si este marco tiene también una cara oculta. Al incrustar el arte tan minuciosamente en los procesos institucionales, ¿no lo estamos confinando? ¿No se convierte la misma estructura que busca fomentar el diálogo en un medio para contener la obra, para neutralizar sus posibilidades más indómitas? Me parece que mediar ―si es que debemos utilizar el término― es vivir en esta contradicción. Es mantener abierta la tensión entre lo que puede explicarse y lo que no, reconocer que el significado es siempre contingente, siempre está en flujo, al tiempo que se resiste al impulso de aplanarlo en algo manejable.
Me viene a la mente el trabajo de los quipus de Cecilia Vicuña, frágiles nudos e hilos que no imponen sentido, sino que desconciertan e invitan a la reflexión. Nos arrastran hacia una relación en lugar de ofrecerse como objetos que hay que interpretar con pulcritud. Para que la mediación tenga sentido, debe mantener este tipo de apertura. Debe permitir la posibilidad de que el significado quede inconcluso, de que algunas preguntas no encuentren respuestas fáciles.
La crítica de Hito Steyrel a la visibilidad es inevitable aquí. No se preocupa solo por las obras de arte que procuran visualizar lo invisible u oculto, sino que además aborda el problema de que la visibilidad en sí misma es una ideología, una ideología profundamente ligada al orden global contemporáneo. Esta noción también surgió en una reciente y conmovedora reunión de estudiantes acampados en Barcelona, donde se cuestionaban las conexiones ambiguas entre la producción de conocimiento del arte en el mundo académico con el colonialismo y el capitalismo. Se argumentaba que es crucial aceptar que no podemos entender una obra de arte como un hecho u objeto de consumo, como un objeto visto y analizado desde una perspectiva de dron.
El hiperrealismo en la pintura, la fotografía o incluso en el cine documental aún no puede capturar la totalidad de la realidad de la representación del sujeto o movimiento representado. Estos restos visuales apuntan a la vida fuera del encuadre, una vida que exige atención. Muchos artistas prefieren encuadrar los objetos de forma que las imágenes se presten a numerosas lecturas, haciendo que sea responsabilidad del espectador considerar las narrativas que existían antes de la fotografía o la obra, narrativas que permiten la existencia de la pieza.
Pienso en Walid Raad y su colectivo ficticio, The Atlas Group, que difumina los límites entre la realidad y la ficción, cuestionando la autoridad de las narrativas archivísticas. Su trabajo subraya que la mediación nunca es neutral, sino que siempre está implicada en la construcción de las narrativas que dice presentar.
Cuando empecé como comisaria, el propio término aún suscitaba cierta inquietud. Algunos lo llamaban facilitación y otros mediación. Incluso ahora, el rol sigue siendo fluido, ya que comisariar no es simplemente organizar y presentar, sino crear las condiciones para que surja algo inesperado. ¿Qué voz se está amplificando? ¿Qué prioridades se están sirviendo? Muy a menudo, la posición del arte contemporáneo lo alinea con las agendas institucionales en lugar de permitirle seguir siendo salvaje e impredecible.
Incluso en los años sesenta, artistas como Gordon Matta-Clark y Joseph Beuys afirmaban que el arte no es un objeto que haya que descifrar, sino una fuerza viva, algo que perturba y provoca más que tranquiliza. Hacer que el arte sea más accesible, suavizar sus asperezas para facilitar su comprensión, es diluir su poder. El trabajo no es explicar, sino mantener abierto un espacio donde puedan existir la incomodidad y la incertidumbre. En este sentido, la mediación no consiste en transmitir significados fijos. Se trata de permanecer cerca del temblor de lo que hace una obra de arte, de cómo nos conmueve, nos inquieta y cambia con el tiempo y contexto.
Hay algo vital en los vacíos, en las pausas donde la interpretación vacila, donde el significado parpadea y se niega a resolverse. Tal vez la mediación no sea un proceso en absoluto, sino una especie de atención, una disposición a escuchar, a esperar, a permitir que las preguntas permanezcan. Y en ese acto de permitir, algo se abre: un encuentro inacabado, vivo y lleno de posibilidades. Las reflexiones de Anne Dufourmantelle sobre el riesgo y la hospitalidad destacan la necesidad de valentía, de compromiso para dejar espacio a lo desconocido. Para que la mediación en el arte contemporáneo signifique algo, debe ir más allá de la mera interpretación. Debe convertirse en un proceso vivo, que invite al riesgo, que abrace la incertidumbre y que deje espacio para la transformación. No es una tarea de explicación, sino de presencia; una apertura en la que la obra de arte y la experiencia del espectador puedan encontrarse en toda su complejidad y subjetividad.
[Imagen destacada: Cecilia Vicuña: Brain Forest Quipu, Turbine Hall, Tate Modern, 2022]
Mayssa Fattouh es comisaria y artista independiente afincada en Barcelona. Es Diplomada en Bellas Artes en la Universidad Libanesa (Beirut) y Estudios de Filosofía y Artes de la Comunicación de Medios en el European Graduate School (Suiza). Su práctica gira en torno al cuidado colectivo como una forma de crear espacios compartidos de resistencia contra los efectos degradantes del neoliberalismo y el colonialismo. Actualmente, su investigación gira en torno al tema del agua como arma de colonización, así como la política de la alimentación en el arte.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)