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Tras los primeros minutos nos hallamos ante el planteamiento de ¿qué hemos venido a ver? Tras subir escaleras y tomar asiento en una de las salas del Mercat de les Flors, todo apunta a que en breve algún cuerpo protagonizará la velada. Pero en cambio, sin previo aviso, se ilumina la pantalla. Poco a poco nos adentramos en el espacio que aparece en la proyección. No sabemos exactamente si se trata de un teatro, de una galería o de un almacén. Tampoco tenemos claro desde dónde accedemos al espacio ¿Cuál es el punto de mira? ¿quién o qué dirige nuestra mirada?
Llámame Mariachi, llevada a escena en anteriores ocasiones, ha sido la pieza de La Ribot elegida por el programa Secció Irregular del Mercat de les flors para abrir cartel esta temporada. La obra, dividida en dos partes, consta del audiovisual y de una especie de ejercicio escenográfico mediante el cual la artista-coreógrafa, acompañada por dos intérpretes más, cambia de un modo radical el ritmo procesual. La Ribot consigue jugar con el tiempo y el espacio llevando a cabo un análisis sobre la presencia y lo presencial.
En esos primeros instantes video-gráficos, La Ribot crea y nos sitúa ante una primera paradoja: todo sucede con rapidez, los movimientos de cámara, el recorrido. El cambio de cuerpo, sin embargo, vendrá después. Cada vez que la cámara cambia de cuerpo, éste marca un nuevo ritmo. Nuestro acceso, en cambio, es lento, no sabemos cómo estructurar la propuesta, cómo encajarla, cómo situarnos ante ella. Ubicamos algo parecido a un viejo teatro. El recorrido no cesa y vamos accediendo a otros tantos lugares físicos y corporales. Objetos, deshechos, ropajes, luces. Siempre un espacio interior y un cuerpo. Empezamos a identificar la cámara con ese cuerpo que guía. Es ahí, justo ahí dónde se encuentra esa especie de extrañamiento. Quien marca el paso no es el ojo, todo se sitúa en un estrato inferior. La cámara-cuerpo nos muestra todo aquello que se despliega de su movimiento, de ese deslizarse por un lugar casi anónimo. Esa cámara-cuerpo surge de las entrañas: movimientos rápidos, tambaleantes, con ese deambular que provoca la cámara en mano. aunque situada en el vientre. El ojo, que no es tal, se sitúa en el vientre. Desde ahí, la cámara marca y muestra. Curiosa reflexión teniendo en cuenta que hablamos de cuerpos, de esa posibilidad de aprehenderse a través de una percepción táctil. No hablamos sólo de colocar la cámara a la altura del vientre y empezar a grabar, hablamos también de un saber ver y hacer ver desde otro lugar. Desplazar y dislocar. No hay más orientación que la que el cuerpo ofrece. En algún instante se nos muestra un brazo, una pierna o un pie, siempre perteneciente al cuerpo que graba. En otros, perseguimos la acción de un tercero. La Ribot consigue llevar a cabo una reflexión a través del movimiento y la percepción. A través de la grabación, concebida como un único plano secuencia, abre el debate sobre la cámara entendida como sujeto. Sobre ese yo planteado en los inicios del videoarte.
En la segunda parte, se cambian las reglas del juego. Aparecen los cuerpos en escena. Cambia el ritmo. Tiempo y espacio en un aquí y ahora. Esta vez, estamos todos en el teatro. Las tres intérpretes llevan a cabo una especie de parodia ralentizada a partir de una acción iconoclasta. Van sucediéndose en voz alta la lectura de títulos de grandes autores de la literatura universal. La acción, de cadencia dadaísta, juega también con cierta torpeza corporal, provocando una suerte de dislocación temporal. Ante la presencia real, La Ribot decide manipular el tiempo, creando movimientos que, habitualmente, se originan a través de la utilización tecnológica.
Asumiendo alguna de las definiciones mediante las que la performance se define, eso es, cuerpo, espacio y presencia, Llámame Mariachi, permite hablar de un desplazamiento conceptual. La pieza tergiversa lugares y tiempos de forma magistral a través de la cámara y el cuerpo. Abre interrogantes a cerca de lo que Merlau-Ponty plantea en torno a la corporalidad y a la percepción.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)